Poeta del rock

25 1 0
                                    

Soñé que me encontraba con un compañero de la facultad, con quien siempre queda algo por decir. Íbamos a juntarnos con más personas, pero, al final, solo quedamos nosotros dos, como suele pasar. Sin planearlo, la tarde se nos fue recorriendo lugares, sin rumbo fijo, con esa comodidad de quien sabe que no hay apuro. Al subir al bondi para volver, él pasó un brazo por detrás de mi asiento, como si en ese gesto hubiese algo de territorio compartido, y nos pusimos a hablar, sumidos en ese universo nuestro. Me gustaba que siempre se preocupase por mi comodidad, que me mirara como si lo que yo dijera fuera lo más importante del mundo.

Nos bajamos antes y nos metimos en librerías y en un local de vinilos. Me mostró su música favorita, y yo admití que me gusta la gente así, melómana hasta los huesos. Le hablé de un poeta que estuve leyendo, uno que me recordaba a ese álbum que me mostraba. Nos pusimos los auriculares y escuchamos en conjunto, despacio, queriendo estirar el tiempo. Nos mirábamos entre nuestros intercambios discursivos y nos comprendíamos íntimamente. De vez en cuando, nuestras manos se rozaban en un juego sutil, sin más intención que ese roce. Charlamos de rock y filosofía, perdidos en esas ideas que siempre logramos sacar uno del otro, esas que pocas personas entienden. "Miralo al poeta del rock", le dije, y se me acercó con una sonrisa. "Mirala a la poeta maldita", respondió. "Toda escritura es un robo; hay que robar a mansalva, decir lo que otros ya dijeron, y que otros, después, digan lo que dijimos nosotros". Me prendió un porro en la boca mirándome fijo, y en el humo que nos envolvía, cada palabra parecía volver a decirse.

Ya al final, volví a casa con un regalo que él me había ayudado a elegir para mi hermana. Y cuando abrí el WhatsApp, tenía un mensaje suyo diciendo que estaba confundido, que sentía raro conmigo, que no debería sentirse de esa forma. Yo me mandé de una, como quien se abandona al deseo sin reparo, sin más que la urgencia de algo que ya no sabía cómo frenar: "Yo no estoy confundida cuando te digo que me gustás. No puedo ocultarlo más, me hace mal no poder hacer nada porque estás de novio, pero no puedo lidiar con la sensación de tenerte ahí, tan cerca, y a la vez tan imposible. Siento que estamos hechos a la misma medida, y aun así me contengo para no hacerle daño a nadie, aunque me muero de ganas de darte un beso."

Él leyó el mensaje y escribía y borraba, sin decidirse a enviar una respuesta. Cerré los ojos un segundo, buscando calmarme. Pero cuando los abrí, me encontré de nuevo en el bondi, sentada a su lado, en ese mismo asiento donde había pasado su brazo por detrás del mío. Buenos Aires se escuchaba a lo lejos, y el sol de la tarde se colaba, cálido y vago, como si el momento hubiera sido pensado para nosotros dos.

Lo miré, confundida, y él me devolvió la mirada, con una media sonrisa que parecía entender todo. "¿Viste?" me dijo, como si supiera algo que yo todavía no entendía. "Esto no es un sueño. O, si lo es, estamos en el mismo."

Sentí una mezcla de vértigo y alivio. De alguna forma, nuestras mentes habían encontrado un modo de encontrarse, de estar ahí, en ese lugar apartado del resto del mundo. Él me miró, y acariciándome con sus dedos, casi tímido, me dijo: "Tampoco quiero ocultarlo más, pero ahora, aunque sea solo por un rato, estamos acá, libres de todo."

Nos quedamos así, inmóviles en ese sueño compartido, en un rincón donde el tiempo parecía haber desaparecido. Sabíamos que cuando despertáramos, tal vez todo quedaría guardado entre las cosas que uno nunca se anima a contar. Pero en ese instante, ahí, fue real.

Reminiscencias de un sueño inacabadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora