MIEDOS

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La ciudad se encuentra más silenciosa que ayer, la sirena de alguna ambulancia se escucha a lo lejos, desesperada para llegar al hospital y poder salvar la vida de alguien.

A lo mejor esa persona tuvo un accidente en auto o en su casa mientras cocinaba, o tal vez intento acabar con su agonía con un frasco de pastillas o desangrándose. Tantas posibilidades para ese ser desafortunado, o afortunado, dependiendo de como lo vea cada quien.

Encuentro comodidad en el ruido de la noche, brisa fría que golpea mi rostro blanco y demacrado por las ultimas 24 horas. Sujeto mi gorro gris de lana al sentir una brisa más fuerte evitando que salga volando por la azotea.

Agarro la botella de vino que tengo a mi lado y me la empinó a los labios, la alejo y con la manga de mi chamarra me limpio los restos de alcohol. Observó a la nada, aquella que está más allá de los edificios, vuelvo a dar otro trago.

Regreso nuevamente a la azotea, a la yo que toma como si no hubiera un mañana, aquella que está cansada de la sensación de cansancio que habita en su cuerpo, aquella que está agotada de su existencia, de esa monotonía que la embriaga cada que despierta, esa peste que te carcome poco a poco, intoxicando cada parte de tu cuerpo hasta volverlo una cáscara vacía, sin esperanza, sin vida.

Regreso, y mi vista se concentra en una de las ventanas de los edificios que están frente a mi. Luces de colores, rojo, azul y verde bañan la habitación al ritmo de la música electrónica que se escucha a todo volumen, escapándose por la ventana abierta de la sala.

La gente baila y brinca al compás de la melodía, a excepción de una pareja atragantándose en uno de los extremos del sofá, al otro lado se encuentra una chica, su mirada fija en la botella de cerveza, perdida como yo.

La observó detenidamente, falda de cuadros rojos con una blusa blanca, cabello en la cara y medias negras. Su mirada sigue fija en la botella sin prestar atención a su entorno, ni siquiera ha notado la desagradable escena que tiene al lado, el muchacho ya subió de nivel con  la chica y le metió la mano debajo de la blusa, está se acomoda para que el chico tenga más libertad al tocar.

Doy otro trago a la botella, mi cuerpo comienza a relajarse, sonrío, lo estoy logrando.

La joven de la botella de cerveza se percata de lo que sucede a su costado cuando el vato choca con ella en un movimiento desesperado por conseguir tocar otra parte de la chica.

La joven se levanta, se acomoda su falda, le da un trago a la cerveza mientras camina hacia la ventana, sin mirar a los desesperados, se mueve de manera automática, no está en el presente, no en el que yo la veo.

Cierra los ojos para sentir la brisa de la noche e imitó su gesto, acompañándola en la lejanía. Al abrirlos noto que me observa con curiosidad y asombro, sonrío como gesto de confianza pero en cambio recibo temor en sus ojos.

Extrañada observó mi apariencia, a lo mejor tenía la ropa desacomodada o mi cara estaba más demacrada de lo que pensaba, pero me percató que su temor no viene de mi físico sino del lugar donde me ve sentada.

-¿En que momento llegue a la cornisa?-  trato de levantarme pero siento un leve mareo que me obliga a regresar a donde estaba. Vuelvo a centrar mi vista en la joven del edificio y noto que tiene sus manos en la boca, se asusto de mi casi deceso.

Algo en mi interior se encendió, ella sin saber de mi se preocupó, no la he visto hasta está noche y le importó que cayera, aunque hay que ser realistas, si ves a alguien en un edificio borracho intentando bajar de la cornisa y verlo tambalear pues claro que te asustarías, no me conoce, no sabe quién soy realmente, y lo que se encendió vuelve a desaparecer.

Noto que le habla a uno de los jóvenes de la fiesta, cabello rubio de tez morena y con algunos tatuajes en los brazos que no logro ver bien por la miopía y el exceso de alcohol. Me señala, veo desesperación e impotencia, el rubio voltea, nos miramos por un corto tiempo, vuelve con ella y trata de tranquilizarla, saca su teléfono, marca y se lo lleva al oído.

Me empino lo último que queda en la botella mientras me inclino un poco para ver hacia abajo,  una pareja discute en la entrada del edificio, ni siquiera se percatan de mi existencia. Esa sensación de no ser percibida por las personas, de no notar mi estado, si estoy viva o agonizando, solo ven a una simple chica con malos ratos, sin ponerse un rato a pensar que hace a tan altas horas de la noche en una azotea, embriagándose sola y con golpes en la cara.

Escucho unas sirenas a lo lejos, como a tres o cuatro cuadras de acá, decido que es momento de irme. Lo menos que quiero es dar más problemas de los que ya tuve esta noche, y menos regresar ahí, a ese lugar lleno de medicamentos, a ese encierro que acabó con la poca cordura que tenía.

Me levanto, tomo la botella de vino y vuelvo a sentir otro mareo, esta vez logro mantener el equilibrio, hago una celebración interna por mi logro pero decido avanzar antes de que el siguiente mareo se haga presente, pero como ave de mal agüero aparece, dejándome más inestable que antes, perdiendo el control de mi cuerpo y llevándome a un vacío donde se escucha una botella romperse seguido de un largo y profundo silencio.

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