Peluches de Colores

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Capítulo 01

"Peluches de Colores"

La humedad abrigaba aquella noche, haciendo que los faros iluminen el asfalto y resplandezcan las gotas cristalinas que bajaban por la ventana de aquel departamento, en el cuál las luces de estos mismos entraban con escasez, iluminando un piso de madera y unos pequeños pies descalzos dirigiéndose a la cocina.

—Tengo hambre, Snow... — le murmuró al pequeño oso de felpa de color púrpura, el cuál traía un pequeño corbatín negro al igual que su sombrerito.

La pequeña con cuidado abrió el refrigerador, buscando así con la mirada entre el frío que producía este.

—Al parecer a mamá se le olvidó hacer mercado, otra vez... — gruñó la menor, en un susurro suave.

Con su peluche colgando de una pata, cerró el refri, y buscó otra alternativa.

Aquella niña no se rendía nunca, siempre estaba determinada para cualquier situación.

—Bueno, Snow... ¿Qué podemos comer? — preguntó a su felpudo amigo, el cuál, de forma obvia, no dió respuesta alguna, solo se quedó inmóvil.

La pequeña buscó con la mirada algo que pudiera saciar su hambre, encontrando así, un lindo recipiente de galletas; ¿lo malo de esto? el recipiente estaba encima del refrigerador.

El brillo fue disminuyendo al darse cuenta de las complicaciones de la misión Muerta de Hambre (sí, que título tan específico, y tan dramático, pero bueno, así era Neliz).

Paso aire por sus mejillas con un ligero puchero, moviéndolo de acá para allá, pensando y procesando su plan B.

Optó por subirse a la encimera y ponerse de puntillas para alcanzar el frasco.

—Ya casi... — susurro entre dientes, con esfuerzo, con las yemas de sus dedos rozando el vidrio.

—¿Neliz?— se asustó al oír la masculina voz de su padre, llamándola confundido, con ese tono divertido; muy característico de él —. ¿Qué se supone que haces, ratoncita? — se burló en una duda, mirando con extrañeza a su primogénita.

—Yo...— llevó a Snow a su pecho, abrazándolo por reflejo de la vergüenza que sentía en ese momento—. Tenía hambre, papá. — confesó con un ligero rosado pintando sus mejillas.

El hombre rió con suavidad—. ¿Sabes que esas galletas son para cuando terminas tus tareas?— la pequeña asintió aún más avergonzada —. ¿Y por qué será que el frasco está tan lleno? — volvió a burlarse, con una risa que se parecía a aquella risa que se parecía a la del perro de uno de los corredores animados de los cuales ella veía.

La pequeña hizo puchero al ver a su papá cruzarse de brazos para verla de forma retadora.

—Pero tengo hambre, y al parecer se les olvidó hacer algo de comida hoy. — se quejo de forma caprichosa, cruzándose de brazos y mirando a otro lado.

Su papá rió solo un poco más fuerte. Agarró a su niña por debajo de los hombros y la cargó, sosteniendo bien su cuerpo para que no cayera.

—Bueno, pero no le digas a tu mamá, eh. — guiñó un ojo al finalizar sus palabras, haciendo que los ojos morados de su hija destellaran de emoción.

Neliz asintió frenéticamente, sintiéndose victoriosa al convencer a su padre; el cuál solo tenía antojo de galletas también, y lamentablemente encontró a la niña despierta intentando robar lo mismo que él.

Al parecer la Misión Muerto de Hambre falló, bueno, no del todo, pero tenía que compartir.

Después de comer una gran cantidad de galletas, llevó a la infante a su dormitorio, dejándola cuidadosamente sobre el cómodo colchón. Pasó un mechón del negro cabello de Neliz detrás de su oreja, dándole un beso en la frente.

—Duerme, Estrella Fugaz, ve al mundo de las fantasías y aléjate de esta horrible realidad. —acarició suavemente la mejilla de la niña.

—Papá, ¿por qué siempre me dices eso antes de dormir? — preguntó la menor, curiosa.

El padre solo sonrió —. Porque, aunque aún no lo veas pequeña, este mundo está lleno de porquería...

—¡Hey! — replicó Neliz, inflando sus mejillas.

Él solo rió levemente—. Bueno, bueno, es una, emmm... Mala película. Y los sueños, siempre son esos en los que escapas de la realidad, viajas a otras dimensiones y pintas tu mundo de colores... En cambio el mundo es gris y opaco... — aquellos ojos tan peculiares se volvieron oscuros, y perdidos.

—Pero... ¡Puedo cambiar eso! — dijo la infante, eufórica. El padre la miró, volviendo sus ojos brillantes otra vez—. El mundo no tiene que ser siempre oscuro. ¡Puedo pintarlo! Con mis crayolas. — sonrió como si fuera la mejor idea del mundo.

El padre solo disfrutó la inocencia de esa pequeña y rió un poco. —Oh, bueno, eso no lo he pensado. ¡Tal vez funcione! — abrigó bien a su niña —Buenas noches, Neliz, espero seas una artista grandiosa...

—Te amo papá.

—Yo igual, Estrella Fugaz...

La pequeña abrazó a su felpudo amigo y se acurrucó para buscar aquel sueño lleno de fantasías.

El hombre solo admiró a su creación, admirando aquellas facciones tranquilas y de inocencia.

Una lágrima resbaló por su mentón, susurro mil lo sientos a su pequeña y se levantó.

Suspiró ante el último vistazo a su hija, y cerró la puerta con cuidado.

Y esa fue la última vez, que Neliz Declaire habló con su progenitor.

Al día siguiente Neliz se levantó sin un padre en su hogar...

Su padre había desaparecido.

Dulces de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora