Ventana

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Me desperté después de que mi cuerpo se agitase entero. El autobús había pillado un bache más grande de lo habitual, y aunque no fue el despertar más agradable me sentí agradecida de no haberme pasado de parada. Últimamente me daba miedo ir a dormir, ya que por problemas de memoria, cada vez que me dormía olvidaba lo sucedido los últimos días.

—Será por eso que me he dormido —razoné en voz baja.

Como cada vez que me pasaba, procedí a mirar a mi alrededor para ubicarme un poco. Supuse que vendría de mi escuela, cuyo horario era de tarde, porque vi la mochila entre mis piernas y en el exterior ya era de noche.

Una sonrisa serena se formó en mi rostro al ver que estaba a salvo, pero esta se desvaneció rápidamente al ver que el bus cambió de dirección a la que usualmente iba.

—¡O-oiga! —llamé al conductor.

Nunca se me dio bien hablar con la gente, y justo cuando pensaba como preguntarle por aquel cambio de ruta el vehículo se detuvo y abrió las puertas. Fue ahí cuando decidir bajar con otra muchacha, que fue quien pulsó el botón de parada, y me sentí un poco mejor al ver que tampoco había acabado tan lejos de donde me bajaba antes. Decidí entonces caminar en silencio hacia mi casa, aunque en mi cabeza seguía dándole vueltas al qué hubiera pasado si me quedase en el autobús.

La calle estaba casi vacía, cosa normal en el barrio en el que vivía a esas horas. Como no llevaba el teléfono encima no sabía si iba mal de tiempo o no, así que me centré en ir a paso más bien ligero. Me llamó la atención un cambio de color a mi alrededor, y fue entonces cuando me di cuenta que la fachada de un edificio cercano había sido pintada sin yo darme cuenta. Me regañé entonces con unos toques en la cabeza por ser tan despistada como para darme cuenta en ese momento, aún sin saber si simplemente no presté atención o si era algo que solía olvidar como cada noche. Pasé por delante de la iglesia cercana a mi casa, que me produjo una sensación extraña... Inquietud, mejor dicho, y mi deseo de llegar a casa aumentó más aún.

Llegaría entonces a la puerta de mi amado hogar, y sonreí de alivio por llegar a salvo una noche más. Llamé al timbre de la casa varias veces como solía hacer, y me preparé para despojarme de la mochila cuando mi madre abriera. Sin embargo, lo único que me recibió fue el silencio. Arqueando una ceja miré a un lado, salía luz de las ventanas, así que deberían oírme. Llamé otra vez y pasó lo mismo, por lo que a parte di unos golpes en la puerta con la fe de que se escuchase mejor que el timbre.

—¿Hola?

Unos murmullos se escucharon tras la puerta entonces, unos que hablaban muy seguidos y apenas hacían pausa para respirar. Preocupándome ya por esa reacción, golpeé la puerta con los nervios a flor de piel.

—¡Mamá abre ya! —exclamé con enfado— ¡No tiene gracia!

Pude escuchar los gritos de mis dos hermanas pequeñas en el salón, como si el ruido que hice las hubiera asustado.

—¡Vete de aquí, demonio! —la voz de mi religiosa madre sonó tras la puerta, amenazante— ¡Vete y déjanos dormir en paz!

Aquello me destrozó el alma, ¿cómo que demonio? ¿Qué hice para que me tuviera tanto odio? Asustada, me asomé al interior de la casa tras el cristal de la ventana, y se me encogió el corazón al ver a mi madre llorar apoyada en la puerta. ¿Qué es eso tan malo que hice? ¿Por qué no quiere verme?

Por un momento llegué a pensar que me equivoqué de casa y estaba molestando a los vecinos borrachos de mi calle, hasta que buscando alguna pista en el salón vi una foto mía graduada de secundaria, mi mayor orgullo hasta la fecha. Pero la verdad me golpeó como un rayo al ver en la esquina del marco un lazo negro.

Comprendiendo lo que había pasado, miré temerosa a la altura de mis ojos conforme me alejaba de la ventana para centrarme en el cristal, y al confirmarse mi miedo di un grito estremecedor de pánico...

En el cristal no estaba mi reflejo.

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⏰ Última actualización: Oct 13, 2021 ⏰

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