Llegada

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-Ya hemos llegado señorita- Oí la hosca voz del taxista y miré hacia la ventanilla aún aturdida.

Y allí estaba, en mi ''nuevo hogar''.

Me bajé torpemente del coche, tomando mis maletas y me dispuse a entrar. La entrada de aquel edificio era sencilla, de paredes blancas con pequeños detalles como jarrones en plateado; entré rápidamente al ascensor, con mi corazón a mil por hora, deseando llegar arriba al fin.

Se abrió la puerta y busqué con la mirada el 4ºA, para segundos después meter la llave en la cerradura, impaciente, entrando a trompicones a aquel vacío lugar, comenzando a recorrer con la mirada la estancia, fijándome en cada pequeño detalle.

La entrada era más bien pequeña, un perchero negro deseoso de que le colgasen algún abrigo caro de colección (este no era mi caso) y unos pequeños enganches, negros también, para colgar las llaves era lo primero que había a la vista. Dando unos pocos pasos me encontré en el salón-comedor, una gran estancia de paredes blancas, que tenía como protagonista un sofá negro, con cojines blancos y grises, en el que perfectamente cabían 8 personas, a este mueble lo acompañaba una pequeña y blanca mesa rectangular. Justo enfrente un mueble bajo donde se encontraba una televisión de unas 60-65 pulgadas. Al la derecha de la puerta donde me encontraba una gran mesa con cuatro sillas a su alrededor terminaba de contrastar el blanco-negro de aquella realmente preciosa estancia.

Salí de allí y me dirigí al pasillo, en el que se encontraba el baño, y al fondo la que sería la habitación principal, abrí la puerta con emoción, aquella era mi habitación .

Era con diferencia la estancia más bonita, sus paredes eran blancas, excepto una, en la que unas grandes puertas de cristal sustituían a las paredes, dando a un pequeño balcón, había colgados algunos pequeños cuadros, que más tarde quitaría para sustituirlos por fotos, mi mirada se dirigió a la cama, matrimonial, de sábanas claras y cojines grises, también había un escritorio, no demasiado grande, y una puerta que daba a un pequeño vestidor.

Después de recorrer toda la casa comencé a meter maletas, cajas, y aún más cajas, me demoraría demasiado deshacerlas todas. Al terminar de mater todo, me dejé caer en la cama y suspiré pesadamente. Mi mete aún no terminaba de procesar toda aquella información, y el hecho de que mañana comenzaría a trabajar en el trabajo de mis sueños, me temblaba todo el cuerpo al pensar la sola idea de que mañana tendría que ponerme el uniforme, después de tantos años entre libros y apuntes, no me veía preparada para entrar en acción

Había pasado toda mi vida soñando con trabajar en comisaría, ser agente, poder ser a quien llamen las personas cuando necesiten ayuda, siempre imaginé que eso sería lo que me haría feliz, pero ahora, me encontraba al borde de un ataque de ansiedad. Sin embargo, me reí, escuchando como el eco se alejaba hasta dejarme sola de nuevo.

Después de unos minutos me levanté, para andar hacia los grandes ventanales y abrirlos de par en par, me acerqué a la barandilla de metal y me apoyé en ella, seguidamente busqué en mi bolsillo hasta encontrar un paquete de cigarros, usualmente no fumaba, pero sabía que esto conseguiría calmarme un poco.

Saqué uno y lo encendí, llevándolo a mis labios, dando una profunda primera calada; sonreí y solté el humo, viendo como se escapaba con el aire, imaginándome como me gritaría mi madre si me viese en aquella situación.

Al dar la última calada, apagué el cigarro en la pequeña mesa de café que había allí, entrando de nuevo a la acogedora pero vacía casa.

Había empezado a anochecer y ni siquiera llevaba la mitad del armario llena, así que lo dejé como estaba y fui a prepararme un té, para a continuación tomar asiento en el sofá, cambiando de manera distraída los canales, no tenía pensado ver ninguno, solo quería apagar un rato todo ese silencio.


365 cigarrillosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora