70. DORIAN

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—No tengo sueño.

Dorian no pudo evitar inclinar la cabeza para soltar una carcajada.

Había sido una noche... interesante, muy diferente a lo que estaba acostumbrado, considerando que solía pasar la mayor parte del tiempo en La Academia con sus amigos para ignorar el mayor nudo de su historia en casa, o en la cafetería cuando necesitaba un momento a solas con tal de escribir y luego subir por una escalera de cuerda hasta su habitación.

Pero ya no tenía nada de eso.

Lo había perdido.

Por un ser humano que al parecer, lo poco que había hecho con sus manos, terminó destruyéndolo, como todo en general en el mundo.

Morgan y Dorian pasaron de hablar con Scott y su madre hasta que el pequeño se quedó dormido y Lisa, la madre de la modelo, le hizo varias preguntas, asegurándole que quería conocerlo, pese a las circunstancias. Luego, pusieron una película en la que, la mayor parte del tiempo, ambos hablaron sobre cómo sobrevivirían a un jodido apocalipsis, si serían de usar pijama o un rifle junto a uno de los soldados sexys que veían en televisión.

En solo parpadeos el tiempo se fue volando como cada suspiro que soltaron cuando sus manos se rozaban o sus miradas se cruzaban, tan calientes que ni hubiesen necesitado la calefacción. Dorian tomó una almohada de la cama y la apoyó en el diván color crema que daba contra el ventanal, del cual, se tomó la molestia de abrir las cortinas para tener mayor acceso al anochecer.

Morgan seguía observándolo desde su cama cuando le dijo que no tenía sueño.

— ¿Qué podríamos hacer para poder cerrar tus ojos? —cuestionó, más para sí mismo que para ella—. Quizás tengamos veneno. Lo puedo poner en una manzana.

—No soy Blanca Nieves—rio ella.

—Tengo una amiga que diría todo lo contrario—agregó Dorian, sin poder evitar meter a sus amigos en las conversaciones que tenía con Morgan. Ya le había contado quiénes eran sus compañeros y cuán locos estaban por el arte.

Morgan se posicionó igual que él, de lado, para verlo directamente a los ojos aunque la distancia entre ellos consistiera en una mesa de noche, una alfombra y la maleta de Dorian.

— ¿Qué tal si me cuentas un poco sobre una de tus historias?

Eso llamó la atención de Dorian. No muchos se dedicaban a escuchar sus ideas. Al inicio, su madre y su padre lo hacían, cuando era niño y después de la cena, mientras tomaban el postre, él se paraba en frente de los dos para contarles todas las aventuras que vivirían sus personajes.

—Eh... bueno, estoy trabajando en algo nuevo—vagó Dorian, abriendo y cerrando los ojos, desenfocando a la modelo frente a él que no dejaba de mirarlo con fascinación... de esa manera que había visto en las parejas en la cafetería, sin permitirse a imaginar estar en una situación similar—. Un... ehm, sobre dos tipos de personas completamente diferentes que están en guerra. Se desconocen, pero se odian.

—Suena trágico.

Morgan se volvió a acomodar, fija en cada palabra que salía de la boca del escritor. Y podía sonar loco, pero verla de esa manera, el solo hecho de que lo escuchara e intentara descifrar la magia que brotaba de él al hablar sobre sus libros, fue malditamente sensual.

—Los terrenos son diferentes, su gente es diferente, pero sufren por las mismas cosas... —Aún le faltaba planear demasiado, sin embargo, al estar contándole aunque fuera una parte, le ayudaba a reforzar su idea. Sus ambarinos ojos brillaron una vez que siguió—: Nadie se acercaba a la frontera, hasta un día en el que dos personas de ambos mundos, por cosas del destino, terminan ahí.

—Entonces es una historia de amor.

—Podría serlo, pero siempre debe haber algo de sufrimiento.

Dorian vio cómo Morgan lamía sus labios, sopesando las palabras del escritor. Tenía la mitad del cuerpo cubierto, mientras que la delicada seda resguardaba la piel que, en algún momento, desearía tocar con sus dedos, hasta escribir cada detalle del cual se estaba enamorando.

—Pero, si se aman, ¿por qué harían sufrir al otro?

—En los libros siempre hay un personaje que te rompe el corazón, Morgan.

Al instante, un extraño silencio corrió entre ambos, incapaces de mirar otro punto que no fuesen sus ojos, el destello que desprendían y cómo cada aliento corto se conectaba en ese pequeño espacio que estaban compartiendo por cosas demasiado... graciosas, considerando lo diferentes que eran.

Dorian levantó la vista, casi ocultando una sonrisa triste.

—No seas la protagonista de esta historia.

— ¿Crees que el protagonista es el responsable de un corazón roto?

Los suspiros quedaron enredados, un hilo nuevo y hermoso que empezó a brillar en medio del anochecer desolado visible a través del ventanal abierto. Sus ojos se encontraron, al igual que sus almas. Papel invisible llenándose de tinta hasta quedar sin espacio alguno.

—No es algo que haría el villano.

Morgan cubrió su boca ante un pequeño bostezo, sacudiéndose ante las palabras del escritor que, enseguida, no pudo dejar de pensar lo difícil que sería conciliar el sueño teniéndola tan cerca.

— ¿A qué te refieres?

—El villano de la historia ya ha sufrido demasiado, conoce perfectamente el sentimiento como para querer que alguien más, en especial si es una persona que le importa, llegue a sentir lo mismo.

Ella se quedó pensando unos segundos, luego, con una sonrisa, extendió su mano, como si pudiera tomarla sin importar la distancia que les separaba. Pequeña, pero tortuosa.

—Entonces espero que tú seas un villano en esta historia, Dorian. Por favor, no rompas mi corazón.

El último atardecer ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora