Vuelo a París

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Oneshot inspirado en Happier than ever de Billie Eilish.

Cuarta parte de La Gracia del Destino.

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Vuelo a París

La vio cerrar la última caja. Había sido una larga jornada en la que empacaron todo eso que en su momento fue el presente y el futuro. Ahora, era el pasado; un espacio que ya no le pertenecía. Y aquella era una verdad que pesaba en su ser, se notaba en su semblante. Por eso, decidió observar mientras Amelia aseguraba con cinta una caja de cartón en particular. Ella no tuvo que decir algo. Era claro el motivo por el que esa había sido la última.

Ignacio Solano era un hombre sencillo, con gustos simples y percepción que rayaba en lo simplista. Gustaba de simplificar las cosas. Nacho era práctico. Por eso tuvo la idea de aconsejarle que vendiera la casa. Para él era fácil. Aquella estructura guardaba recuerdos de su matrimonio fallido y, si quería superarlo, debía marcharse.

En su mente, Nacho visualizó a Amelia viviendo sola en un piso, centrada en sus trabajos en obras de teatro, aprendiendo del arte y ganando experiencia para llegar a ser una directora. Para él, todos sus seres queridos estarían cerca para presenciar el crecimiento y éxito de la morena.

Jamás llegó a imaginar que Amelia, además de escuchar su idea y vender la casa; decidiría abandonar también la ciudad y el país. Nunca pasó por su mente que ella se atrevería a cumplir su sueño y mudarse a París.

Aquello abrió un vacío en él, una desazón que lo afligía en los que ella viajó para despedirse de sus padres, los siguientes en los que demoraron en terminar de empacar todo. Nacho sintió una añoranza desconocida. Y, por ello, la observaba cada vez que podía para memorizar su imagen, su voz y su presencia. Cada minuto en esa casa que empezaba a sentirse sin vida; era el último en que estaría junto a su mejor amiga.

Ese era el último día que podría compartir con ella, sin la necesidad de la pantalla de un computador. Que estaría así, como en ese instante en que pudo ver cómo lentamente su mente se perdía y miraba al vacío mientras sus brazos rodeaban la caja apretada a su pecho; los recuerdos del pasado, de una vieja amistad, de un matrimonio que no duró lo esperado. Sería la última vez por mucho tiempo en que tendría la oportunidad de acercarse y abrazarla, de escuchar su suspiro cargado de pena y su cuerpo temblar por el llanto.

No sabía cuánto tomaría para poder tener momentos como aquel, en silencio, sosteniendo a una Amelia que parecía desmoronarse cada vez que su mente viajaba al ayer. Minutos en los que no eran necesarias las palabras; bastaba la amistad.

Los minutos transcurrieron y Amelia se calmó. Ambos regresaron a las pocas labores que les quedaba antes de empezar a apagar las luces. Se suponía que Amelia subiría al avión el día siguiente y Nacho se encargaría de las diligencias restantes. Pero la morena se mantuvo estática viendo la sala vacía desde la puerta, con algunas cajas organizadas en una pared. Se quedó congelada y Nacho respetó su espacio. Salió a la calle y la dejó al interior de la casa. Él aprovecharía para regalarse una pequeña despedida de aquel lugar.

Caminó hasta su auto y se giró para mirar la estructura. Su espalda se apoyó en la puerta y metió las manos a sus bolsillos para esperar. Mientras lo hacía, pensó que si él, siendo espectador de la vida, la dinámica y los recuerdos que se crearon allí; sentía su pecho apretarse; no alcanzaba a siquiera suponer lo que pasaba con Amelia.

Ni siquiera Luisita. La culpable de enrojecer los ojos de su amiga quien se acercaba lentamente al carro, alejándose como si sus piernas arrastraran consigo una pesada carga.

Ignacio no era un hombre rencoroso y podía decirse que casi no existía algo por lo que sintiera odio. Era muy calmado, casi no se enojaba y contaba con una enorme paciencia. Cuando se lo proponía, sabía escuchar.

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