Mil y un retratos de ti

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Mil y un retratos de ti

Desde lo lejos logro divisar el rótulo desidioso de mi destino, mi corazón se acelera lo que me hace conducir a un ritmo más veloz. Dejo mi motocicleta a un lado del camino rocoso que lleva a ese lugar apartado, y camino hasta la entrada. Me mantengo recostada a la puerta y miro el cielo gris, posteriormente el lúgubre establecimiento. No hay ni una sola persona fuera de este lugar ni dentro de él, es vetusto y remoto, no comprendo como se mantiene en pie. Entro, pero ninguno de los dos hombres se percata de mi llegada, y no pretendo llamar la atención del que se encuentra tras la barra, pues mi único objetivo es el protagonista de mis escritos. Y ahí está él, trabajando como de costumbre, limpiando una de las mesas del sombrío restaurante. Sonríe y corre hacia la barra, invitándome a tomar asiento, pero todo con gestos y miradas, pues hasta el momento no ha articulado una sola palabra.

—A mí no me mientan, ustedes dos se conocen desde antes -dice el hombre mayor que trabaja en la barra. Su tono de voz es bizarro, lo he escuchado hablar cada vez que me toma la orden, pero ésta vez se ha dirigido exasperado.

Miro al chico, él baja la mirada y toma asiento a mi lado.

—No señor, está usted equivocado —comento con seguridad.

—¿Lo mismo de siempre señorita?

Asiento, moviendo la cabeza lentamente, afirmando.

Toma una copa y vierte un poco de vino tinto. Creerá que estoy loca, presentándome a un lugar tan retirado para beber algo que puedo adquirir en cualquier otro lugar. Pero es más que eso...

—¿Estoy equivocado entonces? No creo que guste conocer a un joven que vive consumido en los libros.

—¡Eso es mentira! —exclama el chico sonriendo.

Sus ojos café son profundos, su voz delicada pero a la vez, tenaz. Su sonrisa angelical.

—Pues qué mal, amo leer —digo en un tono apenas audible.

Ambos se miran, como sorprendidos por la respuesta que les ofrecí.

—Y yo amo pintar —aclara él.

Esbozo una sonrisa como respuesta, que él rápidamente me retorna.

El hombre mayor nos observa perplejo. Supongo que es el padre del joven, poseen cierto parecido, pero él está muy descuidado.

Tomo un sorbo de vino y escucho un relámpago, comienza a llover. Me sobresalto, y recuerdo como llegué a este lugar por primera vez.

Era una tarde de octubre, llovía a cántaros como cualquier día de ese mes, pero eso no me impedía huir del infierno en el que vivía. Mis padres discutían como de costumbre, así que salí despiadada y conduje sin rumbo en la motocicleta que me regaló mi primo a los dieciséis años. Entre más lejos, mejor. Pero el tiempo y la hora no estaban de mi lado, la incesante lluvia y la oscura tarde me hicieron desviarme hacia un lugar completamente desconocido para mí, quería desaparecer, que me tragara la tierra en ese mismo instante. Solo monte y viejas construcciones abandonadas. Pero al cabo de un rato unas luces llamaron mi atención, luces de neón que parpadeaban, hasta que dejaron de iluminar. Era el rótulo de un negocio, pero no logré ver que decía. Sin importar de qué se tratara aceleré y dejé la motocicleta al lado del camino apenas marcado, corrí como evitando mojarme, gran estupidez puesto que estaba empapada, llevaba una capa que apenas cubría mi torso pero no del todo. Un hombre mayor fumaba un cigarrillo en la puerta de ese lugar, le solicité que me ayudara y aceptó de mala gana. Me encomendó a un chico, y él accedió amablemente. El hombre mayor salió del lugar, y no se molestó en preguntarme qué había sucedido, tampoco el joven, pero no me encontraba ahí para recibir miradas de lástima, tan sólo para que me orientaran, me comentaran hacia donde debía dirigirme. Estuve ahí por casi una hora, analizando lo que había sucedido. El chico me miraba pero no pronunciaba ni una sola palabra, siquiera su nombre. Pero me mantuvo abrigada y me ofreció comida, la cual rechacé. En determinado momento salí corriendo y llorando, sin explicación alguna, conduje hasta volver a la carretera por la cual venía, y regresé a casa como si nada hubiese sucedido. Días después decidí regresar, y agradecer el gesto de amabilidad, pero ambos parecían no reconocerme, o bien, olvidaron lo que sucedió. Fue desde ese día que decidí refugiarme en la escritura también...

Mil y un retratos de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora