Primer día de clases, ocho y media de la mañana, Barcelona, España.
Mierda, fue lo primero que pude pensar al ver la alarma marcando las ocho con treinta y cuatro minutos de la mañana, lo había olvidado por completo, era el primer día de clases y ya lo había empezado con el pie izquierdo.
Estaba tarde y mis adormilados ojos no eran de mucha ayuda, busque lo primero que encontré en el armario para luego salir corriendo de mi casa. Y claro, no podía ser yo si no hacía un desastre.
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Llegué a la escuela con una especie de coleta que más bien parecía una escoba en la cabeza y un café entre mis manos, pensé que nada podía ser peor pero claramente me equivoqué al encontrarme a mi misma en el piso con medio café derramado en mi camiseta.
Ojalá la tierra me trague y me escupa en quien sabe dónde. Me sequé la camiseta con el poco papel que había en el baño y seguí con mi recorrido hacia la clase de literatura, (que, por cierto era la más aburrida).
Al llegar pude escuchar unas cuantas risillas saliendo de las bocas de mis compañeros, y no los culpo, no imaginaba cuan graciosa lucía en ese momento. Busqué un asiento y solo pude encontrar uno que se situaba al lado de un chico con aspecto enigmático.
El me observó con una ceja levantada y una mirada burlona. Yo solo pude sentir mis mejillas arder por la vergüenza.
-¿Empezando con el pie izquierdo, derry?- soltó con una sonrisa burlona.Yo lo miré de forma brusca, ¿Cómo demonios sabía mi apellido y como se atrevía a decir eso? Cómo si pudiera leer mi mente el respondió a mi pregunta.
-Oh no, no soy un acosador, solo compartimos la clase de literatura.- soltó el sin mucho entusiasmo.
Lo mire con los ojos entornados -¿Porque debería creerte? Nunca te ví por aquí. -dije comenzando a detallarlo para recordar si lo había visto en algún otro lugar.
El condenado giró ligeramente la cabeza hacia la derecha y me dedicó una sonrisa landina, aún demostrando todas sus intenciones de burlarse.
-No es mi culpa que estés tan distraída como para no percatarte de la presencia de tus demás compañeros. -dijo el mientras jugaba con la cadena que colgaba de su cuello.
Yo no pude decir
nada, de mi boca salían balbuceos, tenía muchas ganas de refutar pero por alguna razón mi boca no pronunciaba ni una sola palabra. Esos ojos grises pero hipnotizantes me dejaron atónitaEl al observar mi perplejidad soltó una risa triunfal, y luego volvió hacia mi y se acercó a mi odio, su colonia golpeando mis fosas nasales.
-Avisame cuando hayas terminado de admirarme con la mirada- ese comentario me sacó de mi perplejidad y al mismo tiempo sentí como mis mejillas tomaban un tono carmesí al oír esas palabras. Después de eso el chico solo se fué, así sin más se fué.
Nisiquiera supe su nombre, y entre mis planes estaba saberlo, ¿cuando? No lo sé, pero el había despertado la curiosidad en mí desde ese día.