La sirena estaba en el interior de una bañera repleta de agua.
Su torso humano estaba desnudo, sus cabellos rubios casi blancos estaban empapados y el agua goteaba de sus mechones hasta caer sobre los costados de la bañera. Su larga cola parecía fuerte, estaba cubierta de escamas suaves y rosadas mezcladas con algunas de color azul pastel. Por arriba del dorso de su aleta, se encontraba una herida causada por el aparente corte de un objeto punzante. Era doloroso, pero a la sirena no le importaba aquello, se sentía más incómodo y abrumado por su desconocido alrededor.
Miraba hacia todos lados y sus pupilas dilatadas no dejaban de moverse para corroborar si había amenazas cercanas. Los ojos de la sirena eran de un verde agua sumamente claro y sus pupilas se dilataban con facilidad ante los estímulos del mundo fuera del lago, se sentía muy ansioso y en constante peligro por estar fuera de su elemento.
En realidad, su estado de alerta no era necesario. Se encontraba dentro de una habitación de baño común y corriente, pero él no sabía nada sobre el hábitat de los humanos en la tierra firme y era algo normal que se sintiera tan alterado al contemplar su alrededor.
—¿Tienes frío? Puedo colocar agua caliente.
Alastor llegó al cuarto de baño. Vestía pantalones marrones ajustados al cuerpo, una camisa blanca y unos tirantes de color negro. Se ajustó sus anteojos circulares y se arrodilló ante la bañera, en donde se encontraba su nuevo compañero acuático.
La sirena cubrió su cuerpo pálido con sus manos y retrocedió, amplió su mirada nerviosa y lo miró con una mezcla de desconfianza y hostilidad. No entendía la razón por la cual estaba allí. Él solo despertó atrapado en ese raro contenedor de agua y rodeado de objetos raros.
—No eres de muchas palabras, ¿Verdad? —sonrió el moreno en tono de broma—. Mi nombre es Alastor. Vi que estabas herido a las afueras del lago, no podía dejarte ahí.
Cuando salió del trabajo la noche pasada, se encontró en aquellas orillas un espécimen muy raro el cual, si era capturado por las manos equivocadas, podría ser gravemente dañado, tanto por científicos como por autoridades mayores. Alastor lo recogió y lo llevó a su hogar al darse cuenta de que su aleta estaba malherida y quiso darle protección. Además, no podía mentir, la belleza de esa sirena era de otro mundo. El verde de sus ojos y su suave piel lo cautivaron desde el inicio.
—Déjame curarte —Alastor acercó algunas vendas, las cuales sacó del botiquín del baño, y rápidamente logró su labor de desinfectar y cubrir las heridas de la sirena.
El rubio no sintió dolor ante las curaciones. Pero siguió cubriéndose el pecho y retrocediendo con insistencia ante los toques que Alastor realizaba sobre su cola, ya que era una parte muy sensible en su anatomía.
—¡A-Ah! ¡Si, lo siento! —apartó sus manos de sus escamas y se avergonzó de inmediato, se levantó a las corridas y le trajo una camiseta anaranjada a su nuevo compañero. Se acercó a él y le ayudó a colocársela para que su pequeño cuerpo ya no estuviera expuesto— Así está mejor, ¿Cierto?
La sirena mojó sus ropas. Miró su nuevo atuendo y no entendió demasiado. Observó a Alastor con una expresión dura y severa y abrió la boca para dejar fluir un poco de las notas dulces de su canto. Sin embargo, Alastor lo escuchó y solo sonrió con suavidad ante esa linda voz. Cuando el contrario cerró la boca, parpadeó curioso ya que, al parecer, Alastor no estaba cayendo ante su voz de sirena. Los hombres solían quedar hipnotizados en segundos y perderse en locura. ¿Por qué eso no le sucedía a Alastor?
—Debes devolverme al lago ahora mismo —dijo la sirena con un tono frío mientras miraba fijamente los ojos del moreno.
Alastor se asombró al escuchar esa linda voz hablar normalmente como si fuera cualquier humano. Casi no pudo reaccionar al instante, quedó embelesado porque su tonalidad era más suave que su voz al cantar.
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