𝓒𝓪𝓵𝓮𝓷𝓭𝓾𝓵𝓪𝓼 𝓻𝓸𝓳𝓸 𝓼𝓪𝓷𝓰𝓻𝓮

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El ritmo constante de los latidos de su corazón que eran reproducidos por el electrocardiograma era lo único que sonaba en aquella blanca y solitaria habitación de hospital. ¿Cómo es que había terminado así? Esta solo, enfermo y con un corazón roto al que no le faltaba mucho por ser alcanzado por las raíces de aquella hermosa pero dolorosa flor que comenzó a crecer en su interior hace tan solo un par de meses.
Una lágrima salió de su ojo izquierdo. La gota de agua salada cargada de dolor y tristeza se abría paso sobre la piel de su rostro, dejando un mojado camino por donde pasaba, hasta llegar al borde de su mandíbula para luego caer y ser absorbida por la tela de la sábana. Le dolía el pecho, no aguantando más y comenzando a llorar desconsoladamente para luego comenzar a toser aquellos pétalos teñidos por el rojo de la sangre cuando originalmente eran de un color blanco como la nieve.

Él sólo quería ser correspondido, pero Horacio había sido más rápido. Maldito suertudo... Siendo correspondido sin dificultad alguna y sabiendo que la vida le sonreía en cada paso que daba hacia su futuro.
Gustabo realmente había pensado que aquel hermoso comisario de pelo grisáceo podía algún día ser suyo. Ja, que iluso fue, pensando que la vida era como las películas de Hollywood y que un "Felices para siempre" realmente era posible para él.

«Cupido, la próxima no seas un hijo de puta y le disparas una de tus flechas a él también...» pensó, esperando que de alguna forma en alguna de sus próximas vidas, pudiera tener aquella felicidad que tanto deseaba, queriendo saber qué se sentía el ser correspondido y que tu corazón se llenara de amor al saber que alguien te amaba tanto como tu a ellos.

Suspiro, acercando su mano a su boca para quitar el resto de pétalos que habían quedado sin salir, sacándo una rama de aquella planta casi en su totalidad, causándole arcadas y dolor en la garganta ya rasgada por todos los cortes que había sufrido.
Nunca olvidaría el día que aquella horrorosamente hermosa enfermedad había llegado a su vida, arruinandola por completo. Maldecía el día que se le había dado por ser amable y callar sus sentimientos, dejando que su hermano de corazón se quedara con el único amor que había tenido en toda su condenada y corta vida.
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Gustabo estaba sentado detrás del escritorio de recepción de la comisaría, viendo sin disimulo alguno a aquel ruso de dos metros que le había robado el corazón y el aliento hace menos de dos meses. Suspiró, imaginando lo que se sentiría levantarse todos los dias abrazado a aquellos fuertes brazos que lo protegían, pero aquello solo tendría que quedar en su imaginación, ya que desde que Horacio le confesó hace unas semanas de que estaba interesado en el ojigris, ocultó todos y cada uno de sus supiros por el mayor, dejándole vía libre al pelirrojo para que pudiera tantear terreno con aquel hombre sin dificultad ni preocupación alguna.

Por lo que le había contado su mejor amigo, sólo habían tenido un par de citas pero no parecía que fuera a pasar a mayores, dejando totalmente aliviado al de ojos azules, quien se había decidido por contarle ese mismo día a Horacio sobre sus sentimientos por el comisario.

—¡Gusnabo! — El de ojos bicolores se acercaba a él más animado de lo normal. —¡Tengo que contarte algo! — El moreno daba saltitos en su lugar, emocionado por lo que iba a decirle a su hermano.

—Yo también tengo que contarte algo. — Desvío la vista de su enamorado para ver al otro alumno frente a él.

—Vale, tu primero. — La realidad es que sólo lo dijo por cortesía, quería ser él quien dijera sus noticias primero.

—No, no... Cuenta tú, al parecer es más emocionante que lo mio.

Horacio sonrió de oreja a oreja. —Vale... — Se mordió el labio inferior por la emoción que tenía y miró a todos lados para asegurarse de que nadie los oyera para luego susurrar. —¿Recuerdas que te he dicho que creía que mis salidas con Volkov no parecía que fuera a avanzar a nada?

𝓒𝓪𝓵𝓮𝓷𝓭𝓾𝓵𝓪𝓼 𝓻𝓸𝓳𝓸 𝓼𝓪𝓷𝓰𝓻𝓮 [One-Shot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora