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Accidente gatuno

La vista se me nublaba, los edificios eran un manto borroso y podía sentir hasta mis bigotes temblar. Era una batalla extenuante entre la gravedad y mi cuerpo; pero solo podía haber un ganador. 

Cuando al fin pude mantener mi cuerpo medianamente estable me dispuse a irme, el ruidos de los autos y los transeúntes me hacían querer vomitar. Y ni mencionar el olor de los puestos de comida.

Llegue a mi casa chocando con todo lo que se me cruzaba: cajas, paredes, basura, botellas de plástico, personas, niños, zapatos. A pesar de todas las veces que me sentía desfallecer por el dolor pude resistir hasta caer acostado en los arapos que usaba de cama.

Al irse el sol, lo único que pude hacer fue dejar que la vida abandonara mi cuerpo y se arrastrase rumbo a un lugar desconocido, y entre el frío y la excitación de sentir la muerte consumiendo mis pulmones jure que en mi otra vida me vengaría del conductor de aquel auto amarillo, que influenciado por la adrenalina y el alcohol se llevó mi vida entre sus garras.

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La poesía del dolorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora