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Inglaterra, 1946

No era una pequeña, al menos a primera vista. La antigua residencia de los Bridgerton era cómo cualquier otra infraestructura del siglo diecinueve: enorme, destacable por los pequeños bordes del barroco o renacentista y por supuesto con un jardín de rosas. Era lo que más me entusiasmaba de la vista. 

—¿No es estupendo? —había dicho Alexander señalando a un par de árboles mientras nos abríamos paso por la puerta principal azulada. —Nuestros hijos podrán pasar las tardes de verano aquí.

—No cantes victoria todavía. —agregue. —Tus primos están al llegar. Tú has deseado adelantarlos. 

Habíamos hecho un viaje largo hasta Londres. Alexander estaba convencido de que iba a conseguir la mitad de la herencia que había dejado su madre, según él era uno de los primeros con sangre directa Bridgerton y , que por supuesto, era el más adecuado para ganarse esa mansión.

Y aunque él no lo mencionaba, creo que ambos pensamos que un cambio de aire vendría bien a nuestro matrimonio. Nos habíamos casado muy pronto y eso muchas veces genera desacuerdos. Nuestro matrimonio no estaba en el mejor momento, ni mucho menos, tener dos abortos en los últimos dos meses nos había costado factura. Alexander no quiere saber la razón de el porque nos cuesta tanto tener hijos. Hace oídos sordos y continua hacía adelante. Yo solo le sigo. 

Respiré hondo para dejar que mis fosas nasales si inundaran con el olor a tierra mojada. Alexander ya había abierto la puerta y me ofreció paso con su antebrazo, aferrándome a la tela de su traje cobrizo. 

—Y...—él dejo caer nuestras maletas al suelo, un poco de polvo desprendió de las tablas. —Imagínate, tú y yo aquí, en verano. Todo para solo nosotros dos y nuestros hijos. —sus manos estaban rodeando mi cintura y , con una sonrisa, le di un pequeño beso, asentí. 

—Y mientras tanto, me gustaría echar un vistazo al jardín. 

—¿Has visto las rosas rojas?

Alexander me conocía bastante bien.

Nos conocimos a principios del año pasado. Él era un solado y yo enfermera. Siempre me ha gustado trabajar con los que lo necesitan , sobre todo si es para salvar vidas. 

Un día de esos, cuando estaba trabajando, Alexander estaba de descanso a unas cuadras de la enfermería. En un bar. Recuerdo verle apoyado sobre la barra, fumando y riendo con unos compañeros de trabajo. Él fue el primero en acercarse a mi. Me ofreció una taza de te, pero le dije que prefería el café y estuvimos discutiendo durante una hora cual era mejor que el otro hasta que finalmente ese se convirtió en nuestro pequeño sitio de escapada. 

—En serio, Audrey. —susurró cerca de mis labios y deslizó su mano por mi colgante. —Iré a dejar las cosas mientras el resto llega. Ahora bajo al jardín, no te muevas.

—¿A dónde iría? —pregunté. Él se encogió de hombros.

—Nunca se sabe.

En realidad, no podía esperar mucho más en el porche. Era un día soleado y sin ninguna nube en el cielo, en Inglaterra no solía haber días sin lluvia. Estaba claro que no iba a desperdiciar ni un segundo del día para recoger algunas flores marchitas. 

Coloque un pequeño pañuelo azul en mi cabeza. Saludando a dos o tres mujeres más que trabajaban como empleadas, me observaban con un tanto de curiosidad y eso me sorprendió. Era la primera vez que Alexander me traía a algo relacionado con su familia materna, a él no le gustaba mucho hablar del tema. Lo evitaba. Por lo que se, su relación no era la mejor con su madre. Para mi marido, su padre lo era todo y cuando falleció, el año pasado, estuvimos una semana entera de luto cómo solía hacerse antes del siglo veinte.

Me había dispuesto a arrancar casi todas las rosas que rogaban por ser arrancadas, una por una. Casi ninguna estaba en las mejores condiciones. Lo entendía, era un sitio viejo y casi sin vida. El padre de Alexander venía en los veranos y nos había invitado más de dos veces, pero coincidió con nuestra luna de miel que se nos vio imposible venir. Se que él se arrepiente de no haber aceptado la invitación. Una semana después de eso recibimos la noticia. 

Arranque un par de rosas, metiéndolas en una pequeña cesta que había cerca y que, yo, suponía era para ello. Todavía sentía las miradas sobre mi y el frío comenzó a descender. 

Mire hacía el cielo.

Las nubes eran de un tono más oscuro y los árboles se balanceaban con el viento. Las mujeres que se habían pasado durante largos y extensos minutos observando se fueron correteando cómo si el mundo se acabará. No pude evitar reírme. 

—¡Audrey! ¡Sube! ¡Esta apunto de llover y enfermaras! —escuché la voz de Alexander desde lo alto de los dos pisos.

—¡En un momento!

—¡Audrey!

—¡Alexander!

Él no parecía muy contento con que tardará más de dos segundos en subir, pero algo llamo mi atención. Entre el montón de rosas rojas en ese balde negro había una pila de cartas con un lazo rojo, tuve que sujetarme la falda un poco para poder agacharme y quitar el nudo.

—¡Audrey! ¡¿Que demonios haces!? —carraspeo Alexander, la tormenta se acercaba.

—¡Hay un montón de cartas sin abrir! ¿Son de tu padre?

Tomé una de las cartas con mis manos.

Son de papel de seda. Casi puedo notarlo con la yema de mis dedos trazándola mientras la abría con la misma navaja que había usado para arrancar las rosas. Lo primero leíble al leer el papel era claro cómo el agua: 

—Lady Whistledown...

—¡AUDREY!

Nada se movió, nada ocurrió. Lo último que pude escuchar fue un grito desgarrador de Alexander, sin embargo yo no sentí nada más que un cosquilleo y mis ojos cerrarse. Me había dejado caer al suelo por una rama desprendida de un árbol.

Estuve inconsciente por al menos diez minutos.

Durante ese trayecto, mi mente estaba en blanco. No podía pensar en nada más o moverme. Era cómo si mi cuerpo se hubiese congelado en ese día, a esa hora y año. Por alguna extraña razón, mi cuerpo sentía miedo y mi corazón estaba más acelerado por cada minuto. Era una sensación peculiar. Algo que no había experimentado nunca. ¿Así se sentía la muerte? No lo sé. No sabía nada. 

Y así comenzó. 

Todo comenzó por una carta.

Y cuando abrí los ojos, ya no estaba en 1946. Sino, en 1816. 





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⏰ Última actualización: Sep 17 ⏰

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WIND, benedict bridgertonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora