Capítulo único

9 1 0
                                    

—¿Una bruja? —reí, escéptico.

—Sí, una bruja —repitió Lucía, como si aquello fuese lo más problemático del mundo.

Nos estábamos saltando las clases de la tarde. Pasamos el rato en una cafetería del centro que había sido nuestro refugio tantas veces en el pasado, en especial cuando no queríamos ser testigos del profesor Ocampo y sus tertulias infinitas.

—¿No estás mayorcita para creer en esas cosas? —sonreí burlonamente.

—Te lo digo en serio.

—Amor, deberías dejar de ver tantas películas. Las brujas no existen —intenté sonar maduro, y aun así casi se me escapa una carcajada.

—¿No me crees? Mi hermano me lo contó. Esa bruja le echó una maldición a un amigo suyo.

—Tu hermano inhala más cocaína que oxígeno. Cualquier cosa que diga pierde credibilidad por el simple hecho de ser él.

Se molestó por mi comentario, lo que no me importó mucho. Movido más por la curiosidad que por el interés, pregunté:

—¿Y exactamente qué pasó?

—Él y Carlos (su amigo), volvían a casa de una fiesta. En el camino se encontraron con una mujer de ojos rojos. Se acercó a Carlos y charlaron un rato hasta que lo convenció de irse con ella a otro sitio. Al día siguiente mi hermano fue a buscarlo a su casa, pero había algo extraño. Se le notaba enfermo, pálido y paranoico. Después de eso nunca lo volvió a ver.

No voy a decir que soy la encarnación misma de la brillantez, pero soy una persona lógica. Aquella historia no tenía nada que pudiese considerarse sobrenatural.

—A mí me suena a que lo secuestraron ¿No has oído de los traficantes de órganos que usan mujeres hermosas para atraer al primer imbécil que se encuentran?

A pesar de mi intento por razonar, Lucía siguió insistiendo.

—¿Y entonces cómo explicas los ojos rojos?

—Dijiste que venían de una fiesta. Tu hermano debía de ir tan drogado que se lo habrá imaginado.

Antes de que Lucía abriese la boca para soltar alguna otra tontería, me puse en pie.

—Se me hace tarde. Tengo que irme.

—¿A dónde vas? —preguntó ella.

—Tengo que terminar el trabajo de la clase de Ocampo y no tengo nada hecho.

Le di un beso fugaz en la mejilla y salí de ahí tan rápido como pude. Sinceramente estaba cansado de Lucía y de sus supersticiones infantiles que no hacían más que aumentar mi rechazo hacia ella.

Llegué a mi casa e inicié las preparaciones. Me bañé y me cambié, listo para causar una buena impresión. Eran las nueve cuando subí al taxi, y casi las nueve y media cuando bajé frente a la mansión de un amigo. Bueno, decir que era una mansión sería exagerar, pero el sitio era lujoso.

Cuando entré no habían muchas personas, y es normal, me presenté algo temprano. A medida que pasaban los minutos caras nuevas iban apareciendo, y con cada una de ellas mi fascinación iba en aumento. Las bellezas de vestido ajustado que hacían acto de presencia eran un deleite visual. Siendo casi las diez llegó el momento de probar suerte, ahora que la sala se encontraba repleta de manjares de todos los colores y sabores. 

Después de varios intentos infructuosos me rendí. Aquella no era mi noche.

«Esto es una mierda», pensé. «A este paso me voy a tener que conformar con Lucía»

Placer y CenizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora