Prólogo

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“Es más fuerte que yo, se siente tan puro y diferente, se siente único. El amor que en mí crece por él, arrastra todo lo que en mí se esconde; sus ojos que me aprecian con la inocencia de un recién nacido, sus labios que pronuncian mi nombre con una delicadeza inconcebible, y sus manos que acarician mi rostro dejándolo cálido como una fogata deja a dos hombres perdidos en el frío de una noche, es mi perdición.

Real, el amor es real, lo siento por primera vez. Siento por él lo que nunca sentí por nadie, y aún así, heme aquí presentándome como el monstruo de la historia. Yo, Luciano Jeon, un padre de familia con una vida aparentemente perfecta, me presento como el ser impuro que nadie sabe que soy, porque solo yo, el impuro, es quien conoce cada pensamiento, cada emoción, cada palabra que Angelo Park, el niño más hermoso de alma y cuerpo que he visto nunca, ha hecho nacer en mí.

Él es esa inocencia que quiero proteger del mal, es ese presentimiento de lo bueno, es el sol que en una mañana de invierno entra por la ventana, es... es Angelo, el niño que hace latir hasta mi alma.

Estoy enamorado, lo amo, no existen palabras para expresar lo que por él siento. No quiero que nadie nunca lo consuma, no quiero que nadie nunca lo toque, celos se apoderan de mí de solo pensarlo, porque nadie debe robar esa inocencia que tanto he tratado de proteger.

Lo amo tanto, y es horrible amarlo, es sucio, es absurdo, es perverso, es muchas cosas malas, pero lo amo. Soy aquel viejo que inconscientemente quiere dañarlo, me odio tanto, pero es más fuerte que yo. Quizá, después de todo, no son acciones inconscientes, sé que está mal, sé lo qué es el bien y el mal. No sé qué hacer, quiero morir, no quiero hacer de él lo que tanto he negado que en mí han hecho”

La mujer detrás del escritorio mantenía el ceño fruncido, sus labios temblaron e intentó, inútilmente, ocultar su rostro tras la carta recién leída. Las lágrimas humedecieron la hoja arrugada, solo pudo cerrarlos fuerte y respirar profundamente, inhalar y exhalar.

La misma señora, una rubia al rededor de los cuarenta, temblaba horrorizada cuando preguntó: —¿Crees que esto es normal?

Delante suyo, cohibido y silencioso, un adolescente pálido como la nieve asintió.

Ella repitió: —¿Crees que esto es normal, Angelo?

—¿No lo es?

Silencio.

Moviéndose incomodo sobre la silla, el muchacho esperaba una respuesta, no tenía ni la menor idea de lo qué ahora ella diría, sin embargo, segundos después, siguió sin obtener una; eso hizo que nervioso empezara a morder sus labios. El pobre muchacho estaba asustado, pero mantuvo firme su mirada en la de la señora, buscándola como sea.

—¿No piensa decirme nada? Usted... usted no se imagina como lo he-he estado buscando estos últimos años.

Esta vez, con los ojos clavados en los azules de Angelo, ella pronunció sin titubeos: —Abuso, eres la víctima de un pedófilo, de un abusador, Park. ¿Quieres comprender esto?

—Amor—con la misma firmeza contraatacó el adolescente—Se llama amor. Usted no puede entenderlo.

—Oh, lo entiendo, si veo desde tu punto de vista veo a un niño enamorado, si veo desde el suyo veo a un hombre obsesionado con lo que a él le arrebataron—con la mirada triste, empatizando con la persona que sentada permanecía delante, añadió con la tristeza más grande—Pero si veo desde mi punto de vista, veo solo a un pedófilo que confunde el abuso con amor, y que, a pesar de saber lo malo de sus actos, no puede parar. Angelo...

El chico nombrado la miró dolido, no quería escuchar más sus palabras, no quería saber nada de eso, no podía creer todo eso, era imposible, nadie podía entenderlo.

—También veo a una víctima, a un niño ingenuo que se deja llevar por las palabras de un hombre adulto que no mide sus acciones. Tenía tantas cosas normalizadas, que incluso él no podía diferenciarlas, al igual que ahora haces tú. Tú eres una víctima, Angelo, debes entender eso.

El chico en cuestión negó, empezó a llorar como un chiquillo desconsolado—No es verdad, usted no lo entiende, de verdad nos amábamos, nadie pue-puede entenderlo, yo no soy una víctima, de verdad que no lo soy. Él de verdad me amaba.

—¿Qué crees que diría si te volviera a ver ahora?

El chico ni siquiera pensó al exclamar—¡Que me ha estado buscando como yo a él!

Así sin más, fría con su expresión pero adolorida en el corazón, le dijo al muchacho: —Que eres un hombre—le dolió decirlo, incluso para ella se había sentido como una estaca en el pecho.

—¿Qué?—cuestionó el chico sin entender.

—De ahí partiría la conversación—explicó la mujer—Cuando comenzaste a ser todo un hombre, Angelo.

—No sé a dónde quiere llegar.

La señora suspiró, no podía, era tan difícil hablar con Angelo, era como arar en el mar—Ya no eres un niño, Angelo, ya no eres eso que a los que son como él les gusta.

—Él me amaría independientemente de mi edad, metería las manos al fuego por él, doctora.

Yo, El Impuro | Kookmin +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora