Carne podrida

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Nuestro protagonista es un joven consciente de que su vida es un fracaso y que ya hace mucho tiempo que se ha conformado con ello.

Un día mientras revisaba en su trastero, se encontró con un libro que hablaba de un extraño ritual que aseguraba traer a las vidas de todo aquel que lo perpetuase, un éxito absoluto. Hacía un llamamiento a todas aquellas almas perdidas que quisieran seguir el rumbo del camino del Señor.

Él nunca había sido creyente, más bien le daban igual todas esas cuestiones teológicas, pero en su inmensa ingenuidad vio en ese ritual la solución a todos sus problemas. El procedimiento que describía, era bastante complejo e insólito, pero entre todas las especificidades que requería, destacaban básicamente tres: dejar un trozo de carne cruda en una habitación, junto a dos velas negras y recitar una serie de palabras difícilmente comprensibles. 

Las velas debían permanecer encendidas mientras se recitaba el conjuro y a continuación debían dejarse consumir por si solas además de mantener la carne como ofrenda durante por lo menos tres noches.

Así lo hizo. Después de conseguir todo el material y seguir todas las instrucciones, dejó el trozo de carne en un plato, delante del ventanal de su habitación, junto a las dos velas y se fue a dormir.

Lo siguiente que recuerda es despertar al escuchar un misterioso ruido. No era muy fuerte, pero si lo suficiente como para desvelar su ligero sueño. Eran tres golpes seguidos de intensidad media que se iban repitiendo de forma sistemática.

Levantó la cabeza para ver si podía identificar la fuente de la que procedían esos extraños sonidos y entonces vio una cosa negra que repicaba a voluntad contra su ventana. Al principio pensó que se trataba de un murciélago, pero entonces vio con claridad que era una mosca, una mosca de dimensiones considerables, la más grande que había visto jamás.

En seguida las repeticiones y el ruido aumentaron. Empezaron a aparecer más moscas que se estrellaban con todas sus fuerzas y de forma casi suicida contra el cristal. Éstas eran mucho más pequeñas que la primera, pero cada vez había más.

En unos escasos segundos, se formó una gran nube negra que intentaba irrumpir dentro de la habitación con agresividad. El furibundo enjambre rompió el cristal y las paredes se tiñeron de negro. Estaban por todas partes, el ruido que producían era insoportable y el olor que desprendían nauseabundo. Los zumbidos eran tan fuertes que sus tímpanos explotaron y de sus orejas empezó a brotar sangre.

Asustado, intentó gritar con todas sus fuerzas, pero estaba totalmente paralizado, no podía moverse ni articular una sola palabra. El miedo lo había ganado, aterrado, lloraba mientras las moscas cubrían toda la superficie de su cuerpo, había tantas que apenas podía respirar.

Fue entonces cuando, la densidad de la turba empezó a disminuir, muchas salieron volando por el agujero que se había formado en la pared, pero algunas de ellas se reagruparon hasta crear una masa densa y amorfa que tomó la forma de una figura humanoide alada.

Era imposible distinguir en esa entidad ni una sola mosca, su consistencia era homogénea e irradiaba un aura tan oscura, que volvía penumbra todo su alrededor. Se acercó hasta posicionarse encima del joven, que seguía tumbado en la cama sin poder moverse.

Era una criatura grande, muy imponente, sus alas se extendían por el dormitorio llegando a tocar ambas paredes simultáneamente. Bajó su cabeza hasta situarla frente a frente con la del joven. El olor que desprendía era tan fétido que quemaba la piel y provocaba lágrimas.

El chico vio sus ojos, eran pequeños y emitían una tenue luz grisácea, lo miraban fijamente. Ese ser gritó, emitiendo un sonido desgarrador y centenares de moscas salieron de su boca. Sintió como se introducían por absolutamente todos los orificios de su cuerpo, su visión quedó cubierta, sus fosas y cavidades nasales quedaron tan obstruidas que no podía respirar, sentía como bajaban por su garganta hasta rellenar todo su cuerpo. Jamás se había sentido tan vulnerable.

Entonces se despertó, retorciéndose de dolor, sudado y con náuseas. Tardó unos segundos en comprender lo que había pasado. ¿Había estado un sueño? Parecía muy real... Se levantó para comprobarlo. 

El cristal estaba intacto. Las velas se habían consumido. El trozo de carne seguía en el plato. Encima de él había una mosca negra. Por un instante un escalofrío recorrió su espalda.

En su mente, quería pensar que esa mosca era la responsable de todo, que nada de lo que había vivido era real, todo era sugestión, una pesadilla, pero en el fondo sabía la realidad. Fue a buscar un matamoscas, pero cuando regresó la mosca ya no estaba. Recogió el plato y tiró la carne a la basura, empezaba a oler mal.

Los siguientes días se desarrollaron con aparente normalidad, todo parecía estar bien, pero pronto empezaron los problemas. Primero fueron pesadillas, cada noche soñaba con ellas, no podía sacárselas de la cabeza, no eran tan reales como la primera vez, pero lo suficiente como para no dejarle dormir en paz.

Después, empezó a sentir sus zumbidos, pero no podía identificar de dónde provenían. Grande fue su sorpresa cuando comprendió que provenían de su interior. Ese sonido insoportable parecía que tuviera que explotarle la cabeza, era imposible para él concentrarse o descansar.

Pronto empezó a sentirlas debajo de su piel. Podía percibir como recorrían todo su cuerpo, las veía moverse. Fue al médico en varias ocasiones para que lo ayudaran. Él aseguraba que estaban ahí, pero nadie supo encontrar nunca nada.

Un día desesperado, cogió un cuchillo y se empezó a cortar para intentar sacarlas. Podía ver sus huevos y larvas revolviéndose dentro de sus entrañas. Le diagnosticaron esquizofrenia y lo internaron en un centro de enfermos mentales, probaron todas las medicaciones y tratamientos posibles, pero seguía sin mejorar.

Cuando se miraba en el espejo, veía como su carne se pudría lentamente y como las moscas salían de sus cavidades. Cuando se olía a sí mismo, solo sentía el olor putrefacto a cadáver y muerte, no importaba cuantas veces se bañara, era una peste que lo impregnaba todo y nunca desaparecía.

Estaba plenamente convencido de la progresiva descomposición de su cuerpo. Estuvo así por un largo año, hasta que una noche sus gritos despertaron a todo el personal del hospital. Pedía ayuda y decía que había venido para llevárselo, pero cuando los médicos llegaron solo encontraron su cuerpo sin vida. A su lado, había una mosca negra.

Los médicos siempre lo tuvieron por un loco, pero nunca pudieron explicar cómo había tenido un fallo orgánico sin ninguna aparente infección.

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