¿Quién los mató?

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Nadie ha osado en poner un solo pie en esta mansión, no desde la muerte de sus antiguos dueños, el señor y la señora García de Zúñiga. Nadie sabe cómo pasó, pero una noche, todo el pueblo se enteró que una de las familias fundadoras del pueblo de Santa Clara había muerto. Todo pudo seguir siendo un misterio, pero no, Sir Reginald, un famoso detective que había ganado su fama por sus asombrosos descubrimientos, ha arribado en el pueblo. 

- ¿Dónde está esa casa? –Mencionó sin siquiera parpadear–
- Es aquella –Dijo un pueblerino señalando al norte– 

No era de sorprenderse que Sir Reginald ni siquiera le haya avisado al alcalde del pueblo, quien lo había llamado a resolver el misterio, su llegada. Él, un hombre que suele ir directo a su objetivo, empezó a caminar hacia la mansión, la más grande (y la única) del pueblo. Ni siquiera la casa del alcalde era más grande. El crujido de la puerta al abrirse es aterrador, pero Sir Reginald ni se inmuta. Su amado Fedora, el sombrero que había adquirido en una de sus travesías se impregna con algo de polvo, pero nada que no se pueda arreglar.

 Su amado Fedora, el sombrero que había adquirido en una de sus travesías se impregna con algo de polvo, pero nada que no se pueda arreglar

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- ¿Es ésta es la casa? –Dice incluso dudando su propia existencia–

Algo ha cambiado en Sir Reginald, quizá ha envejecido un poco, quizá se siente culpable por no haber tocado la puerta al entrar, o simplemente el ambiente de la casa es demasiado sucio para alguien como Sir Reginald. Con un solo objetivo en mente, empieza a revisar la propiedad de la familia que alguna vez vivió aquí.

Pasan los segundos, los minutos, incluso han pasado las horas, el canto de los pájaros ha desaparecido, pero Sir Reginald no ha encontrado ni siquiera una pista del paradero del señor y señora García de Zúñiga. 

- Es todo. Es mi primer fracaso. –Dice mostrándose algo triste– 

Antes de salir de la mansión, y mostrarse derrotado, da un pequeño vistazo al lugar que lo venció como investigador, pero... ¿Qué es eso? ¿Acaso la luz de la luna está apuntando directamente hacia aquella mesita en el centro de la casa?

- ¿Qué más da? No tengo nada que perder. 

Sir Reginald da un vistazo a aquella mesita, pero nada parece fuera de lugar. No hasta que una ráfaga de viento llega directo hacia la mesita... espera... ¿no es una mesita? Hace unos momentos parecía serlo, pero el viento ha descubierto que solo es una tela sobre una caja. Sir Reginald inspecciona la caja, y... nota que tampoco es una caja, es un cofre. Sir Reginald no es del tipo de personas que tiene miedo de cualquier cosa, de hecho, ha olvidado el significado de la palabra "miedo", pero ese cofre le trae un mal presentimiento.

- ¿Qué es...? –Dice mientras abre lentamente el cofre–

No era de esperarse, pero el cofre está lleno de... nada.

- No tan rápido, cariño.
- ¿¡Quién dijo eso!? –Dijo Sir Reginald con una mala sensación en el estómago–
- ¿Quién más? Yo, la dueña de esta casa. 

Sir Reginald no lo podía creer, por primera vez en su vida estaba viendo un fantasma, o una broma bastante elaborada.

- Gracias por liberarme, cariño. La verdad estuve bastante incómoda durante semanas.
- ¿Liberarte? Yo no he hecho nada.
- El cofre, cariño, es una trampa.
- ¿Trampa?
- Claro, una trampa, ese maldito me dejó encerrada aquí. Afortunadamente mi esposo logró librarse.
- ¿Quién los...?
- El alcalde, ¿no es obvio? ¿Cómo crees que llegó a ser alcalde? Tuvo que matar a la competencia.
- Esto... esto es demasiado que procesar –Dice algo desconcertado–
- No te culpo. Yo tampoco creía en fantasmas.
- No... no lo entiendo. ¿Cómo te dejó encerrada ahí? ¿Por qué te dejó en esta casa?
- Es un mago, uno de los más fuertes de los siete reinos. Dejó maldita esta casa, por lo que cualquiera que se atreviera a pasar por esa puerta, moriría inesperadamente de forma inexplicable. El cofre es solo una frazada, en realidad es una prisión, tiene un sello casi impenetrable en la parte de atrás. Pero afortunadamente tú me liberaste.
- ¿Yo? Yo no he hecho nada, solo he abierto el cofre.
- Solo aquel de corazón puro es inmune a la magia negra. Por eso no te pasó nada al entrar. Sin duda eres tú. Ahora que sé que alguien vengará mi muerte podré descansar en paz
- Espera, ¿Qué debo de hacer?
- ¿No es obvio? Matar al alcalde.
- ¿Cómo? Dices que él es un mago, pero yo no poseo magia alguna.
- Eres inmune a la magia. Sin magia, el alcalde es simplemente un mortal común.
- ¿Pero...?
- Lo dejo en tus manos, Reginald.

Sir Reginald acababa de presenciar una entidad, posiblemente de otro mundo, pero no había sufrido nada más que un pequeño susto.

- Ni siquiera me dijo su nombre –Bromeaba para sí mismo–

"La dueña de la casa", como ella misma se había identificado, desvaneció en el viento. Encima del cofre, o la prisión para fantasmas apareció una pistola, un revolver calibre .357 con un aspecto de otro mundo, para ser exacto. Sir Reginald nunca había matado a nadie. Nunca le había tocado ni siquiera un pelo a quienes eran culpables de los crímenes que él investigaba. Pero sabía que hoy debía hacerlo, incluso en contra de los mandamientos de Dios.

Sir Reginald salió de la mansión, y se dirigió directamente a la casa del alcalde. Era inevitable notar que la casa estaba bastante apartada de las demás. Sir Reginald no lo pensó mucho y apresuró el paso. Su intención era tocar la puerta, pero esta se abrió sin intervención alguna. Sir Reginald nunca había presenciado un lugar más peculiar. Libros flotando por todas partes, frascos con líquidos de colores, escobas que barrían sin intervención humana, una desagradable fragancia a azufre, y más cosas que Sir Reginald no podría ni siquiera explicar.

- Lo he descubierto. Sé lo que has hecho. –Le dijo al hombre que cocinaba algo–
- No esperaba que alguien lo hiciera. Tienes magia fuerte, ¿eh?
- De hecho...

El alcalde en un abrir y cerrar de ojos aventó un líquido de dudosa procedencia a Sir Reginald, pero aquel líquido se evaporó a unos milímetros de él. Sir Reginald respondió con un disparo certero en un punto vital.

- ¿Cómo es posible? –Dice, desangrándose en el piso–
- No tengo idea.
- No es posible, si no posees, magia, ¿cómo...?
- ¿Por qué me mandaste a llamar, si fuiste tú quien los mató?
- El pueblo, ellos quisieron que se resolviera el caso. Nunca pensé que alguien lo resolvería. ¡Es imposible!

El revolver que Sir Reginald tenía en las manos se convirtió en un pequeño cofre, como el que vio en la casa de la familia García de Zúñiga. Inmediatamente supo lo que debía hacer. Aunque no supo cómo lo hizo, Sir Reginald atrapó el alma del alcalde en el cofre, como él lo había hecho con aquella familia. El cuerpo del alcalde desapareció, ni siquiera dejó un rastro de sangre. Nada.

- Supongo ya sé lo que les pasó a los cuerpos de esa familia...

Sir Reginald acaba de encerrar el alma de alguien en una pequeña prisión, pero ni siquiera eso le hace sentir sorprendido. Decide abandonar la casa, el pueblo Santa Clara, y todo lo que pasó en el mismo. Sir Reginald está listo para su siguiente investigación, pero sin duda, esta ha sido la experiencia más interesante en su carrera, de hecho, ha sido la única que le ha hecho sentir una emoción.

Lo que pasa en Santa Clara...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora