1. Pequeña escurridiza

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Escucha el constante eco del canto de las aves a su alrededor que acompañan su respiración agitada. Por su frente se deslizan pequeñas gotas de sudor frío, con los labios forma un semicírculo y espira aire caliente, los cierra de nuevo y toma una inspiración profunda por la nariz hasta que su pecho se hincha; una y otra vez. Siente las musculosas piernas cansadas pese a que es algo que hace con regularidad; aun así, él no quiere detenerse por lo que dará todo de sí.

—¡Aah! —exhala.

El tono ámbar de su mirada se enfoca en el reloj en la muñeca; son las seis de la mañana, y de nuevo levanta la cabeza para observar los tenues rayos del sol que atraviesan las ramas del frondoso bosque. Lleva más de una hora trotando, pero esa es la única forma que él tiene para despejar su mente tras dormir pocas horas la noche anterior.

—Treinta, quizá cuarenta minutos más —se dice a sí mismo con la voz agitada mientras continúa corriendo.

Cerca de ese mismo lugar, hay un lujoso y exclusivo complejo residencial de unas cuantas casas. Es domingo y en una de ellas, la que está más cercana al bosque, suena una alarma haciendo que una joven de dieciocho años suspire con desagrado. Ella estira la mano para tomar el molesto reloj despertador y estrellarlo contra la pared más próxima a su cama, pero se abstiene y lo único que hace es darle un golpe seco logrando que pare de chillar con su clásico: ¡Bip-Bip! Con desgana alza una de sus piernas, luego la deja caer pesadamente llevándose enredado en su pie el cobertor que la cubría hace unos segundos.

Con el ceño fruncido, abre uno de sus ojos; mira hacia la ventana al lado derecho de la habitación por la cual se filtran rayos oblicuos de luz solar. Tras unos minutos, en los que sus ojos se acostumbraron a la luminosidad que irrumpe en su dormitorio, se sienta y observa con un toque de tristeza la pared de enfrente de su cama.

—Buenos días, mamá, buenos días, papá —dice en voz alta con una leve sonrisa. Luego baja un poco más la vista y saluda de nuevo—. Buenos días, bruja. —Da un leve suspiro y continúa hablando mientras observa las fotografías de su familia—: Vieja bruja, te extraño. ¿Cuánto falta para que regreses?

Baja las piernas de la cama y se calza las enormes pantuflas con forma de tigre. Se pone de pie estirando sus brazos en lo alto para relajar cada músculo del cuerpo, y ese estiramiento lo acompaña un sonido perezoso que emite su garganta. Da unos pasos, va a buscar la ropa en el closet y se dirige al baño de su habitación tras dejar las prendas sobre la cama.

Mientras se lava los dientes, ella sigue pensando en qué es lo que le toma tanto tiempo volver a casa a la bruja de su madrastra. Y no es porque su madrastra sea la mala del cuento, como en La Cenicienta, por el contrario, esa mujer se había convertido en una segunda madre para ella. Es solo que desde aquel primer encuentro entre ambas cuando tenía doce años, la niña poseía ese prejuicio de que esa mujer era un demonio sin corazón que haría de su vida un infierno, más del que ya era en aquel tiempo.

Su madre había fallecido por cáncer de cuello uterino cuando ella tenía tan solo ocho años, y ante sus ojos, ninguna mujer podría llenar los zapatos de su amorosa madre quien llevaba su mismo nombre: Daiana. Sin embargo, tres años más tarde de la muerte de su progenitora, su padre, Héctor, conoció a Margot en una cena de negocios. En pocos meses la relación laboral pasó a una sentimental, y al cabo de un año, la bruja, cómo la llamaba Daiana, estaba casada con su padre y ocupaba el lugar de la señora López. Al año siguiente, y por cuestiones de trabajo, la nueva familia se mudó a Canadá y eso fue algo que Daiana odió al tener que dejar atrás a sus amigos y demás familiares. Por lo que culpó a la vieja bruja de su infelicidad.

Aun así, la nueva esposa de su padre era una mujer talentosa en la industria farmacéutica, al igual que Héctor, y lo mejor de ella, era su carisma, su dedicación a la familia y esa sonrisa dulce que derribó día a día ese muro de protección que formó Daiana. Con el paso del tiempo, el Bruja dejó de ser un apodo despectivo y se transformó en uno más cariñoso: Brujis. Pero cuando la ahora joven mujer se enoja porque su madrastra se ausenta de casa por varias semanas, la vuelve a llamar bruja.

Obsesión a Ciegas© 🔞 [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora