Primero: El primer día

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El leñador

Este invierno han muerto cincuenta y seis árboles. Cada vez mueren más y cada vez nacen menos. El leñador ha hecho el recuento esta mañana. Ha paseado por todo el bosque de Arrón, desde la roja pared de roca, siguiendo el río Barón y volviendo a la cabaña. Parece preocupado por la situación, y no es de extrañar.

Cuando todo esto empezó no parecía nada más que un mal invierno. Los dos primeros años no levantaron sospechas, pero para el tercero, el año pasado, este patrón de declive le parecía extraño. ¿Cómo podía ser que cada temporada tuviera más trabajo después del deshielo? Buscó una respuesta durante el resto del año. ¿Era obra de una plaga? ¿Era una nueva enfermedad que atacaba los árboles? ¿La tierra había perdido su fertilidad? No era nada de eso, o al menos, no pudo averiguarlo él solo y siguió pensando en ello mientras veía la nieve caer desde su casa en el pueblo.

Ahora, unos tres meses después, está llegando a la cabaña para coger sus hachas, su cuerda y sus cuñas, como hace cada año después de localizar y contar los árboles que hay que talar. Normalmente ya estaría adentro, anotando en un dibujo el trabajo que le espera durante los siguientes meses, pero esta vez aún no entra. Se ha dejado la llave.

Este descuido no lo había tenido nunca. En cuarenta y siete años de abrir la puerta tras el deshielo no le había pasado ni una sola vez. De hecho, en el pueblo es conocido por su diligencia con todo, por su meticulosidad al hacer las cosas. ¿Este descuido ha sido causa de la edad? Nunca se lo había planteado, pero recuerda que cuando su padre le encargó la llave, cuarenta y ocho años atrás, era más joven de lo que él es ahora, ¿verdad?

Parece que le ha afectado mucho. Se ha dado cuenta de que es un viejo, y le han empezado a venir los males por todo el cuerpo. Dolor de espalda, de rodillas, manos temblorosas... Y no es que estos síntomas hayan aparecido de la nada, no, llevan años acumulándose y amplificándose en su cuerpo. Aun así, quedaban en segundo plano. Su mente no se percataba de su vejez y por ello su cuerpo no la experimentaba tan acentuada. Ha sido al dejarse la llave, en este minuto de revisión de uno mismo, que han salido a primer plano, encadenando las articulaciones, limitando sus movimientos y provocando un dolor constante.

Es un viejo. Lleva años siendo un viejo. Eso significa que no le queda mucho tiempo con los vivos. Pensar en esto le provoca angustia. Va a morir. ¿Cuándo va a morir? ¿En cinco años? ¿En uno? ¿En un mes? Su abuelo murió más o menos con su edad, así que ¿por qué él iba a vivir más? Se le acelera la respiración. Se acuerda de su padre que se cayó solo en el bosque y no lo encontraron hasta varios días después. Lamentos invaden su mente: debería de haber disfrutado más los placeres de la vida, debería de haber pasado más tiempo con sus hijos antes de que se marcharan de casa, debería de haberse encontrado un aprendiz hace mucho.¿Cómo no había visto esta obviedad tan clara? ¿El oficio va a morir con él? Todos sus hijos se han mudado a otros lugares a buscarse la vida, así que no puede dejarles el legado a ellos. Alguien tiene que seguir con esto, ¿no?

Tras unos minutos parece que se ha calmado un poco y vuelve a pensar con más claridad: aún tiene que abrir la puerta. Se mueve. Da la vuelta y empieza a trazar el camino hacia el pueblo, lentamente, aprendiendo a caminar con los dolores, para recoger la llave de su casa, mientras presta atención a la ruta que ha hecho tantas y tantas veces.

Observa detenidamente el camino de tierra, los altos abetos y los retorcidos pinos bermejos, todos en su sitio, el estrecho puente de madera que pasa por encima del Barón, que aún no es nada más que un riachuelo que salta de roca a roca. Mira a su izquierda y ve el que el Sol ya se asoma por detrás de la pared rojiza de roca, entre los árboles. Inspira el aire limpio y frío de primavera y simplemente disfruta estar donde está.

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⏰ Última actualización: Feb 27, 2022 ⏰

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