Han estado juntos desde que tienen memoria, siempre presentes en la vida del otro. Eran los mejores amigos, de esos que son inseparables y van juntos a todas partes, además, por si fuera poco, eran vecinos.
Ese verano, Zhan tenía trece años y Yibo once.
Yibo siempre admiró a Zhan, y lo quería un montón, incluso se podría decir que lo adoraba como a nadie. Por su parte, Zhan también quería muchísimo a Yibo, tanto como éste a él, pero era diferente para el menor. Yibo estaba enamorado, un amor dulce e inocente, pero no por eso menos serio.
Un día, Yibo decidió que le diría a su amigo lo que sentía por él. Sin dudarlo, sin titubear, mientras jugaban en los columpios, se lo dijo.
—¡Gege! —gritó mientras iba y venía en su columpio.
—¿Qué?
—¡Me gustas!
Zhan se detuvo de forma abrupta al escuchar aquello, casi se cayó del columpio al frenarlo con sus piernas. Yibo también se detuvo, y lo miró con ilusión. El mayor estaba sonrojado, muy sonrojado, y Yibo pensó que era una buena señal. Qué equivocado estaba.
—¿De qué hablas? —Zhan titubeó al preguntar—. ¿A qué te refieres?
—Eso, gege, me gustas, me gustas mucho, como se gustan los novios.
—No, Bo Di. —La sonrisa de Yibo desapareció al escucharlo—. Seguro estás confundido, somos amigos y me quieres mucho como yo a ti, pero solo como amigos.
—No... gege... yo...
—Eres mi mejor amigo, Bo Di, y eso nunca va a cambiar.
Con una sonrisa que no llegó a sus ojos, Zhan bajó del columpio y le dijo que era hora de regresar. El menor tomó la mano que Zhan le extendía y juntos volvieron a sus respectivas casas. Ninguno habló en el camino, ninguno sonreía.
Las palabras del mayor habían entristecido a Yibo, pero él era muy obstinado y no pensaba darse por vencido. Como fuese encontraría la forma de convencer a su gege de que él era el amor de su vida, no importaba qué. Y pronto se presentó la oportunidad de lograr su cometido, exactamente una semana después de confesar sus sentimientos.
Esa noche se quedaría en casa de Zhan y, como siempre, la abuelita del mayor les contaría una historia antes de dormir.
—Hoy les contaré la leyenda del hilo rojo del destino —dijo ella con una sonrisa—. Es una leyenda japonesa, dice que "un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancia. El hilo rojo se puede estirar, contraer o enredar, pero nunca romper..."
Cuando terminó el relato, Yibo sonreía de una forma peculiar, y su mirada dejaba en claro que algo estaba tramando.
—¿Entonces el hilo rojo une a una persona con el amor de su vida? —preguntó con entusiasmo.
—Podríamos decir que sí, querido.
Yibo, a pesar de su edad, era un chico astuto e inteligente. Al día siguiente, cuando regresó a su casa, corrió a la habitación de su madre y buscó lo que necesitaba para llevar a cabo el plan que la noche anterior había ideado. Dejó un desorden digno de un tornado, y merecedor de un buen regaño, pero poco y nada le importó.
Después de un rato, encontró un pequeño carrete de hilo rojo, pero consideró que era muy delgado y se rompería con facilidad. Siguió buscando y finalmente encontró lo que quería, un ovillo de lana roja.
—Mira el desorden que has hecho, Yibo —lo regañó su madre al descubrirlo—. ¿Para qué quieres eso?
—Para que tengas al mejor yerno de todos.
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Hilo Rojo del Destino
FanfictionQuizá todavía era un niño, pero a sus once años Yibo ya tenía más que claro lo que sentía por su mejor amigo. Estaba enamorado de su gege, y si tenía que ayudar al destino para que Zhan se diera cuenta de que estaban destinados a estar juntos, enton...