Boketto

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«Acto de contemplar con la mirada perdida en la distancia».

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Annabel abrió lentamente sus ojos. Su cuerpo se sentía pesado y no podía mover sus extremidades . Intentó reincorporarse con dificultad; hacía mucho tiempo que no se sentía tan cansada. Gruñó algunas blasfemas al tiempo que se tocaba el rostro, encontrándose con un ardor en la mejilla. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba en una habitación que no conocía.

Era un cuarto ordenado y con un olor muy particular, un aroma casi infantil. Era un aroma agradable, se reconoció, y más agradable todavía era el color anaranjado que bañaba las paredes claras de la pequeña habitación.

¿En dónde estaba? ¿De quién era la sala en la que se encontraba?

Antes de que pudiera hacerse más preguntas, el sonido de unos pasos le hicieron voltear el rostro, y la puerta corrediza que estaba a dos metros de ella, se deslizó. Tras esta, se reveló un joven de cabello corto y rostro suave, quien también parecía sorprendido por su presencia.

Sin embargo, a pesar de la sorpresa que reflejaban sus ojos grises —¿o acaso de un color lavanda?—, el joven le sostuvo la mirada. Como ninguno decía nada, Annabel se encontró a sí misma pensando en que el naranja del atardecer, que parecía reflejarse en su persona, era un color que le quedaba demasiado bien.

El chico se adentró en la habitación, preguntándole como se sentía y arrodillándose a su lado; a pesar de sus pensamientos iniciales favorables, Annabel se asustó por el repentino contacto de la mano de él sobre su frente y la cercanía de su rostro, causando que bajara la mirada aunque el tono empleado por el muchacho fuera suave como el abrazo de un ser querido.

Se dio cuenta, entonces, de que la ropa que traía puesta no era su uniforme escolar.

No entendiendo la razón de la repentina inquietud de la chica, el muchacho le llamó para que concentrara su atención en la pregunta que le había hecho. Annabel le miró, pero su mirada descendió hasta el suelo a su lado y hacia la tela oscura con la que él había entrado en las manos: era su falda negra de tablones.

El joven, que pareció darse cuenta del rumbo de sus pensamientos, se apresuró a levantar las manos para poder explicar la situación. Sin embargo, fue más rápida la mano de la joven, que se desplazó desde el suelo, donde estaba apoyada, hasta la mejilla izquierda del muchacho. El sonido resonó en la silenciosa habitación.

Las mejillas de Annabel se encendían de vergüenza mientras trataba de recordar qué había pasado, y cómo había terminado en un lugar que no conocía, con ropa ajena y junto a una persona a la que no había visto en su vida. El chico, en tanto, no dijo nada mientras, incrédulo, tocaba su propia mejilla.

Antes de que ambos pudieran procesar los recientes sucesos, mucho ruido comenzó a gestarse en la cercanía. En cosa de instantes la bulla se hizo más fuerte, y por el pasillo y el umbral de la puerta se asomó un alto muchacho de cabello corto y azul; en sus brazos, una pequeña con pequeñas coletas a ambos lados de la cabeza, se aferraba. Tras estos dos nuevos desconocidos, dos rostros familiares aparecieron. Hekima cargaba unas bolsas plásticas, mientras que en la mano de Emiko había otra pequeña mano sujetada, donde otra niña, con un peinado similar a la de la más pequeña, sujetaba sus dedos.

—¡Jefa! —gritó Hekima, dejando caer las bolsas plásticas al suelo y adentrándose en la habitación.

—¡Heki-chan, espera! —dijo Emiko al ir tras ella, dejando a la pequeña que sostenía su mano.

Las muchachas pasaron por delante del chico de cabello azul, y aquél de cabello platinado se levantó e hizo a un lado para darles espacio. Una confundida Annabel tenía a una alterada Hekima que se aferraba a su regazo, en tanto Emiko, mas calmada, trataba de poner un poco de control a la situación.

—Hermano —llamó la pequeña, que antes había estado en los brazos del más alto, al joven de cabello platinado—. ¿Ya está la cena?

—Apenas volvieron de la tienda, todavía no preparo la cena —explicó con calma el muchacho, ayudando al chico de cabello azul a recoger unas cebollas que se habían escapado de la bolsa.

—¡Quiero comer ramen! —exclamó la niña.

—¡Yo quiero zaru soba! —pidió la otra, aquella que era un poco mayor.

—Antes de salir dijeron que querían arroz frito.

—Pero ahora quiero ramen —lloró la más pequeña.

—Lo siento —dijo Emiko, ya habiendo calmado el llanto de Hekima—. Estuvimos hablando de comida mientras fuimos a la tienda, y se tienen que haber quedado con nuestras palabras. Heki-chan, ¿por qué no ayudas a dejar las cosas a la cocina? Estamos aquí para ayudar, no para hacer más problemas.

La chica aludida se limpió la comisura de sus ojos y puso su mejor sonrisa para cumplir con la labor encomendada. La pequeña, que antes sostenía la mano de Emiko, se acercó al chico de cabello azul, alegando que ella quería ayudar en la cocina; imitando a la mayor, la más pequeña de la habitación también insistió en ser de ayuda para la preparación de la cena.

El chico de cabello claro se acercó al otro más alto, diciéndole unas palabras en voz baja. Este último asintió con una ligera sonrisa, y tomó a ambas niñas de la mano para volver a salir de la habitación. Hekima tomó entonces las bolsas que antes había dejado en el suelo y las dejó sobre el mesón que estaba a sus espaldas, y salió también.

Con el cuarto otra vez en silencio, Emiko miró a Annabel y le sonrió.

Annabel vio a su amiga sentada frente a ella, la perfecta postura que tenía, su cabello rosado cayendo por sobre sus hombros, la sonrisa suave que curvaba sus labios. La conocía desde hacía diez años, sabía que tras esa sonrisa había enfado y, por sobre todo, mucha angustia.

—Emi-chan... —le llamó, pero Emiko ya había bajado completamente el rostro hacia los puños que tenía apretados bajo su regazo. Un pequeño sollozo rompió su silencio—. Emi-chan, ¿qué sucede?

—¿"Qué sucede", preguntas? —repitió, haciendo notar su incredulidad a pesar de mantener la voz baja—. ¿Por qué no nos llamaste? ¿Por qué cuando te acorralaron no nos llamaste para ayudarte? Si no hubiese sido porque íbamos pasando por ahí, esos bastardos... —Emiko apretó nuevamente sus puños, conteniendo las ganas de insultar más alto—. ¿Acaso lo de apoyarnos y compartir nuestras preocupaciones era sólo una puta mentira? ¿Por qué insistes con cargar con todo tú sola?

—Emi-chan —Le llamó Annabel, tomando sus manos—. No es que no quisie-

—¿Crees que cosas como las que pasaron hoy no preocuparán a tu madre? —le interrumpió—. Cumplí mi promesa pero... Si no hubiera sido por los chicos, yo...

Annabel levantó el rostro y desvió la mirada hacia el joven que se había quedado en la habitación. Desde la esquina, mostrando su incomodidad, se acercó a ellas, con unas prendas oscuras en las manos.

—Ajusté las costuras de las mangas y arreglé la falda —dijo, mientras les entregaba las prendas a Emiko, pues Annabel todavía no procesaba sus palabras—. Pueden tomarse su tiempo, esperaré afuera así que nadie las molestará. —Miró a Annabel—. También pueden quedarse a cenar si quieren.

Sin esperar una respuesta, el muchacho dejó el cuarto y cerró la puerta corrediza detrás de sí.

Suspiró.

En el pasillo le esperaba Hekima, quien apenas hizo contacto visual con el joven, puso las manos en su espalda y agachó la cabeza, entregando una inclinación completa.

—Muchas gracias por todo lo que has hecho por nosotras, Mitsuya-san —le dijo.



日没 Nichibotsu | Mitsuya TakashiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora