Capitulo 1

20 1 0
                                    

Afra

Cuando me percaté del gran portón negro que se encontraba ante mí, di un paso hacia atrás. No sabía por qué, pero algo me decía que no debía entrar allí.

—¡Afraaa! —Una voz lejana me sacó de mis pensamientos. Mi amiga Alessia me gritaba mientras movía su mano corriendo hacia mí.
Su sonrisa blanca y radiante, su pelo negro perfectamente liso, junto con su ropa rosa chillona, podrían desviar media autopista si así lo desearan.

—Hola Ale —me miró confusa y se cruzo de brazos frente a mí, apoyando todo su peso sobre una de sus caderas. Hice una mueca, y cuando fui a hablar de nuevo ella me cortó.

—No quieres entrar, ¿verdad? —una sonrisa divertida se postro en su rostro.

—Venga ya, “sabes que no hay nada en el mundo que me ilusione más que una fiesta de veinteañeros borrachos sin noción del tiempo” —dije moviendo mis manos con un tono sarcásticamente forzado.

—Lo suponía. —Alessia rodó sus ojos y agarró mi mano para obligarme a ir adentro.

—¿Qué necesidad hay de que vaya?, ¿no me irás a buscar un novio? Sabes que odio cuando bromeas con ese tema Alessia Park. ¿Para que me traes aquí? —andaba casi arrastras siendo empujada por mi amiga de la infancia.

Todos me miraban con extrañez, era como una niña chica siendo obligada a ir al dentista mientras su madre le engatusaba con mentiras como: “No te va a doler” “No te vas a dar ni cuenta” “Si te portas bien te compraré unas chuches”.

Creo que no había cosa más horrible en este mundo, que ir a una fiesta en Oklahoma City a las 12 de la noche, y encima sabiendo lo que se te venía encima.

Siempre fui hogareña, de hecho, jamás asistí a una fiesta de un amigo, o incluso me resistía a salir con Alessia, al final siempre acabábamos en mi casa jugando a la Play Station o escuchando música contándonos nuestras penas. Pero perdí una apuesta, y aquí estoy, siendo llevada a mi propia extinción.

—Alguna vez tendrás que salir a la luz, ¿no?. Estas más blanca que la pared de mi habitación —insinuó. Abrí mi boca ofendida mientras tomaba una bocanada de aire frunciendo el ceño.

—Perdona, pero mi color de piel es perfecto graciosilla —me zafé de su agarre y suspiré frustrada.

En menos de dos minutos ya estaba frente a la casa de Dalia, la chica más popular de nuestra facultad. Creo que nunca le tuve tanto asco y desprecio a alguien.

Alessia me miró y le devolví una mirada negando con la cabeza, entonces pegó con sus nudillos en la puerta sonriendo satisfecha con su maldad. Antes de poder siquiera darme la vuelta para irme de aquel lugar, la cancela se abrió y un ojo asomó por ella. Se escucharon unas risitas de fondo y se cerró de nuevo. El pomo giró y la gran puerta de roble se extendió, dejando que unos chavales de diecinueve y veinte años, con una mirada cálida, nos dieran la bienvenida.

Los analicé por unos segundos.

Uno llevaba una copa de vino, otro una cerveza y los demás cocteles y chupitos. Subí la mirada y reconocí a uno de ellos. Hares, el chico que llevaba colado por mí desde la secundaría, y ese que tampoco me quitaría de encima en la vida.

Hoy llevaba el pelo diferente a la semana pasada en la facultad antes de las vacaciones de verano. Lo tenía corto y rubio. “Este tío se cambia más el tinte que los calzoncillos”.

Procuré no reírme ante mi pensamiento delante de todos.

—Bounjour, señorita Mars —intentó imitar el acento francés, aunque por las copas que llevaba, más bien parecía un gato ahogándose.

El juego del Ron Donde viven las historias. Descúbrelo ahora