Samuel de Luque, un pequeño niño de tan solo cuatro años jugaba tranquilamente en un parque cercano a su casa en Madrid, le encantaba ir allí ya que se encontraba con todos sus amiguitos y compañeros de jardín. A veces iba solo, pero mayormente lo acompañaba su mamá debido a que no dejaría a su único hijo solo en un lugar público tan grande.
A Samuel le gustaba mucho la resbaladilla, podía estarse horas en aquel juego, le encantaba esa sensación de suspenso y emoción cuando empezaba a caer por allí, divisando mejor el panorama del parque y sintiendo el viento revolverle su corto cabello castaño.
Solía ver en el parque personas de todas las edades, niños como él, adolescentes, adultos y ancianos, habían diferentes secciones en el parque para cada uno, aunque la mayoría se reunía en los juegos de niños ya que los mayores solían acompañar a sus pequeños supervisándolos en sus juegos.
Un día Samuel fue solo al parque, se había escapado de sus padres porque no quería tomarse una sopa que había hecho su madre, los señores decidieron no seguirlo, sabían que tarde o temprano el niño volvería a casa cuando tuviera mucha hambre y terminaría tomandose la sopa.
Como era lunes en la tarde, el parque estaba casi vacío, los niños estaban en clase y los adultos trabajando, por lo que de vez en cuando se veía a una persona pasar apurada por algún compromiso o uno que otro anciano que salía a relajarse.
Samuel empezó a sentir miedo, la zona de juegos estaba completamente vacía y jamás la había visto así, quiso devolverse a casa, pero su orgullo de niño rebelde se lo impedía, así que poniendo cara de rabieta se subio a un columpio a pasar el resto de la tarde.
Estaba tranquilamente subiendo y bajando de un lado a otro en el columpio, sintiendo la brisa fresca y viendo el azul del cielo que casi se olvidó de que su estómago rugía de hambre, hasta que observó que una señora algo joven entró en la zona de juegos y se sentó en una banca mientras observaba con ilusión los juegos, pasando la vista por cada uno de ellos, hasta que llegó a él, se detuvo un momento y con extrema ternura le sonrió y Samuel juró que no había visto una sonrisa más deslumbrante como esa.
El niño como pudo le correspondió y fue deteniendo el columpio para bajarse, aquella mujer había despertado en él una gran curiosidad, pero no fue por la sonrisa que le brindó, sino porque su vientre estaba redondo como una bola, algo que Samuel en sus escasos cuatro años de vida nunca había visto.
Con un poco de temor se fue acercando a la mujer, ella inspiraba mucha confianza, pero siempre tenía presente lo que le decían sus padres antes de salir “no hables con extraños”. Samuel llegó hasta la banca sin saber bien qué decir o hacer, pero tenía algo en claro, no se iba a ir hasta no saber el por qué de ese vientre redondo.
-Hola- saludó el pequeño levantando una mano, la mujer le volvió a sonreír y le hizo ademán para que se sentara a su lado en la banca.
-Hola pequeño, siéntate- Samuel dudó un poco pero pronto accedió, tuvo que impulsarse con sus manos para llegar hasta la banca, ya que para él era muy alta, incluso sus piecitos no alcanzaron a tocar el suelo una vez estuvo sentado.
Ambos se encontraban en silencio, el pequeño nunca había tratado con una persona adulta aparte de sus padres y abuelos, no sabía cómo empezar a hablar, pero la mujer pronto se dio cuenta de eso al ver la carita de preocupación de Samuel.
-¿Cómo te llamas, chiqui?- El niño alzó la vista y se sintió como en casa, la mujer le hablaba con mucho cariño, como si se conocieran desde siempre, pero en esas primeras palabras le llamó especial atención “chiqui” y aunque no fuera consciente de ello, esa palabra le quedaría grabada de por vida, incluso a pesar de que con el pasar de los años fuera olvidando a esa gran mujer.
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¿Nos Conocimos Antes? -Wigetta-
RomanceUn sentimiento de gran protección y nostalgia se apodera de ambos cada que sus manos se tocan, pero hay un motivo mucho más allá de cualquier emoción que hace que eso suceda. (One-shot)