1. Noche de bodas

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Rin apretó sus menudos dedos por sobre la tela de su kimono rojo. Estaba sentada sobre sus piernas a un lado del amplio futón donde, según las costumbres, se entregaría totalmente ésa noche a su ahora esposo.

Un acalorado rubor se extendió por sus mejillas. Aunque la señorita Kagome y Sango ya le habían explicado lo que pasaría en su noche de bodas, el simple pensamiento la ponía muy nerviosa. No es que no quisiera hacerlo... muy dentro de ella le emocionaba al fin poder hacer algo más que besar apasionadamente a su querido demonio, como lo habían hecho incontables veces en aquel prado dentro del bosque, pero... era su primera vez y aunque sus amigas le habían asegurado que dolía sólo un poco al inicio y nada más... eso la inquietaba demasiado.

¿Y si no era así y el dolor era demasiado? ¿Y si eso hacía que ella no lo disfrutara? ¿Y si ella no llegaba a complacer a su señor Sesshomaru?

Mordió su labio inferior y bajó la mirada. No. No debía pensar así. Debía confiar en las palabras de sus amigas y no sucumbir a sus inseguridades. Ésa noche al fin se convertiría en la mujer del hombre que más amaba en todo el mundo.

Enderezó sus hombros y acomodó su fino y amplio kimono a su alrededor y las flores bordadas con hilos dorados resplandecieron levemente con la luz de la única lámpara en la habitación. Ajustó su juban blanco debajo de la prenda carmesí cerciorándose de que el nudo no estuviera muy justo para poder ser retirado con facilidad... Sus mejillas se encendieron nuevamente ante la idea.

El sonido del shoji abriéndose la hizo sobresaltar y levantar rápidamente la mirada. Su corazón dio un gran vuelco y después comenzó a latir con gran rapidez. Su amado peliplata entró con serenidad a la habitación cerrando el shoji detrás de él. Rin lo observó nerviosa cruzar silenciosamente la habitación y él se sentó después frente a ella, haciendo que su blanco jubán dejara entrever sus firmes y pálidas piernas al cruzarlas frente a su cuerpo. Las mejillas de la pelinegra se colorearon y bajó nuevamente su rostro con vergüenza. Era la primera vez que lo veía usar tan poca ropa...

- Rin - le llamó su esposo con voz suave. Ella continuó ocultando su timidez bajo su abundante fleco. Él colocó su dedo debajo de su mentón haciéndole levantar delicadamente su sonrojado rostro.
- ¿Qué sucede? - le preguntó su señor con suavidad. Ella no profirió respuesta alguna de su boca, pero el demonio pudo percibir el fuerte latir del corazón de su esposa y algo de incertidumbre en sus ojos achocolatados.

- Rin, entenderé si no te sientes preparada para esto...- le aseguró con ternura, mirándola comprensivo y después depositó un delicado beso en los labios carmesí de su esposa. Aquel dulce y hermoso gesto de su amado peliplata fue suficiente para que el corazón de Rin amenizara su alocado ritmo y una agradable sensación surgió desde su pecho, el cual se extendió por todo su cuerpo, relajándola en el proceso.

Rin lo miró embelesada, todas aquellas inquietudes de hace un momento se habían esfumado de su mente y ahora no cabía duda alguna en su corazón. Lo amaba demasiado y deseaba con toda su corazón entregarse completamente a él esa noche. El demonio continuó mirándola con atención, mientras acariciaba su tersa mejilla en espera de cualquiera que pudiera ser su respuesta.

- Rin...

- No mi señor... - susurró finalmente la pelinegra - Quiero hacerlo - le dijo con firmeza mirándole de la misma manera - Quiero convertirme en su mujer.

El peliplata acarició su mejilla contemplándola por unos segundos y al no notar duda alguna en los ojos de su esposa, se acercó nuevamente y fusionó sus labios con los de ella, tomando su fino rostro delicadamente dentro de su mano. Buscó cada uno de sus tiernos labios y comenzó a tomarlos entre los de él, uno a uno, intercalando y disfrutando del dulce aliento de su esposa, quien en ese momento se aferraba tímidamente al cuello de su juban, pidiendo aún más su cercanía.

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