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Habíamos ido a Pearson con papá y mis hermanos, mamá y las nenas se quedaron en casa. Un viaje de hombres, tres días enteros, cabañas y árboles por doquier, frío, apenas algo de señal; en fin, mucha naturaleza. Era la excusa perfecta para alejarnos de todo por un rato, y aunque las nenas en general son un soplo de aire fresco, con sus risas, juegos, abrazos, la espontaneidad que siempre llevan encima, a veces no damos para más y realmente necesitamos un tiempo para nosotros, como todo el mundo.

Nos creíamos grandes, pero lo cierto es que no lo éramos tanto; carecíamos de madurez. Siempre haciéndonos los graciosos, molestándonos entre nosotros. Y es que, ¿qué más se puede esperar de tres chicos de veintiuno, dieciocho y quince años?

No sé si se note, pero soy el del medio (de los varones, claro). No creo que sea algo malo como lo suele pintar la gente, o por ahí se deba a que aparte de nosotros están las nenas, nuestras hermanitas de nueve y seis años, pero estoy bien con el lugar que tengo en nuestra no tan pequeña familia. Lo cierto es que no hay forma de aburrirse.

El primer día en la cabaña cuando despertamos fue un tanto raro, se echaba en falta un poco el bullicio constante, no solo de las dos locas que nunca paran de corretear por todos lados, sino también el ruido normal de los autos, que al vivir en una zona transitada de la ciudad es normal escuchar; se notaba que estábamos casi en el medio de la nada.

Esa impresión inicial se fue cuando comenzó el intercambio de chascarrillos constante que ya era habitual.

Me enorgullece decir que tengo una muy buena relación con mis hermanos, somos de alguna forma inseparables, compartimos tanto a lo largo de todos estos años que no hay forma de llevarnos mal. Obviamente no todo es color de rosas, a veces nos peleamos, y alguna que otra vez hemos llegado a las piñas, pero creo que es algo normal entre hermanos que pasa en algún momento de la vida. A lo que quiero llegar es que realmente nos queremos mucho, aunque no lo digamos en voz alta sabemos que es así, siempre va a ser así.

Quería recalcar esto para que entiendan el nivel de desesperación que manejé en ese momento y sigo manejando a día de hoy.

Fue el segundo día de estadía, ya que el primero no salimos. Creo que el viejo se había quedado en la cabaña durmiendo la siesta, por lo que salimos a caminar, recorrer el panorama por así decirlo. En determinado momento nos separamos del mayor, lo que no nos preocupó en absoluto, la regla era que podíamos hacer lo que quisiéramos siempre y cuando volviéramos antes de que bajara el sol.

Era un lindo día, hacía frío, mucho, y aunque era un frío seco, se llegaba a notar algo de humedad producto de la escarcha derretida. En el camino de nuestra expedición vimos un arroyito, que aunque de chiquito tenía poco saltamos, un salto largo para el cual tuvimos que tomar carrera, y seguimos caminando.

En este momento tengo que hacer un paréntesis para decirles que mi hermanito siempre fue… especial. Todo el tiempo haciendo payasadas, culo inquieto de primera y sin dejar pasar nunca la oportunidad de sentir un poco de adrenalina recorriendo su cuerpo.

Ahora sí.

En el camino de vuelta tocaba volver a saltar el arroyo ya que no se veía dónde empezaba y llegamos a apreciar que terminaba en el río. Mi hermano vio un tronco cerca y tuvo una idea que aunque yo decliné él no tardó en llevar a cabo.

Tomé carrera y salté, esperándolo ya del otro lado. Él, como mencioné, fan número uno de la adrenalina, se dispuso a atravesar el tronco en el arroyo, de tal forma que le permitiera luego caminar por encima, pero con lo que no contaba era que estuviera seco y hueco. Cosa que se enteró cuando al subirse encima este se rompió y él cayó de lleno en el agua fría.

Al principio estallé en carcajadas, pero me asusté al darme cuenta de que mi hermano estaba luchando contra la corriente para poder salir del agua y la aparente gran profundidad del que creíamos un inocente arroyito. Me arrepiento terriblemente de haberme quedado en shock en ese momento, pero no pude moverme. Llegaba a ver la desesperación en sus ojos, como intentaba clavar sus dedos en la tierra húmeda para tomar impulso y poder salir; pero no podía, la corriente era demasiado fuerte. De un momento a otro vi como empezaba a ahogarse, sentía que era yo el que se estaba ahogando mientras él tragaba agua, mucha agua.

Mis pies se hundían en la tierra, como si algo tirara de ellos hacia adentro. No podía moverme. Y mi hermano comenzaba a hundirse cada vez más en el agua como yo en la tierra. Hiperventilaba, no podía respirar, ninguno de los dos podía respirar. Él se ahogaba con agua y yo con el aire que notaba pesado a mi alrededor.

Lo vi desaparecer en el arroyo mientras comenzaba a ver manchas negras y me sentí desfallecer, como si algo me hubiera tragado.

De un momento a otro abrí los ojos sobresaltado, parecía haber despertado de un mal sueño. Estaba en la cabaña junto a mi hermano acostado en una de las camas, su ropa estaba seca y limpia al igual que la mía,  pero no me sentía yo, y sé que mi hermano no se sentía él. Lo sabíamos mutuamente, nos dábamos cuenta de que no éramos nosotros mismos; mis acciones y las suyas no eran controladas y siguen sin serlo, cada cosa que decimos es como si la dijera otra persona, porque ya no somos partícipes de la decisión de hablar, ni de movernos o no movernos.

Ese día nos regalaron una extraña conexión, pero a su vez nos robaron. Y nunca vamos a poder denunciarlo como es debido, ni volver a ser nosotros mismos.

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⏰ Última actualización: Nov 05, 2021 ⏰

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