Prólogo

2 1 0
                                    

El mundo es incierto y la vida aún más inexplicable. Jamás se sabe que pasará mañana o hasta qué grado puedan llegar las consecuencias de nuestros actos.

No me detuve a pensar en lo que me estaba metiendo cuando decidí sacar mi móvil para grabar como cuatro chicos uniformados estaban golpeando a otro con un bate de béisbol. Sus risas estaban cargadas de malicia y les parecía muy divertido ver cómo sangraba.

En cuanto los vi supe que debía detenerme pues podía reconocer su característico uniforme, de un azul marino con acabados blancos y el mismo logo que el mio, incluso podía recordar haberme cruzado con uno de ellos en el pasillo.

Me disgustan mucho las personas que molestan a otros solo por gusto, y podía asegurar que era el caso. La conflexion del chico al que golpeaban gritaba «blanco fácil». Tenia el cabello un poco largo, rozando sus orejas, era delgado y sin músculo, además de que le costaba ver, lo sabía porque sus gafas estaban tiradas a unos metros de él.

Me acerque un poco más hacia ellos para poder distinguir con claridad sus rostros, tratando de hacer el menor ruido posible para que no me notarán.

El chico al que golpeaban estaba tirado en el suelo a causa de la fuerte patada en el estómago que un chico con cabello azul le había dado.

– Que miserable – le dijo otro un poco más bajo que los otros dos mientras tomaba su cabello en un puño y jalaba de él hacia atrás, dejando a la vista la ensangrentada cara del chico en el suelo.

Estaba impresionada con la situación.
Estaban bajo un puente cerca de una calle medianamente transitada, el sol aún estaba en su punto más alto, y seguramente ellos al igual que yo aún debían ir a las clases de la tarde. Sin embargo aquí estaban, comportándose como idiotas mientras el chico intentaba  inútilmente escapar de su ataque.

No debía involucrarme en situaciones como esta, ya que siempre terminó haciendo el problema más grande. Pero él me daba pena, su ropa estaba sucia y su cara tenía encima una mezcla de lágrimas, sangre y tierra.

Aunque me daba mucho coraje ver como se aprovechaban de él había decidido ayudarle a la distancia, mi padre me lo había al vertido, no debía involucrarme en la vida de los demás, y había respetado esa regla por muchos años, pero mi lado protector no se pudo contener más cuando mis ojos captaron las intenciones de un  tercer chico, quién sujetaba el bate, estaba apunto de golpearlo directamente en la cara con el.

Solté mis cosas y corrí hacia ellos con la intención de detenerlos, pero no fui lo suficientemente rápida. El objeto de madera se estrello contra su rostro, haciendo que cayera con fuerza hacia atrás y que más sangre brotará de su nariz.

– ¡No! – grite por la impresión.

Caí de rodillas a su lado y sostuve con delicadeza sus mejillas. Mi respiración se había vuelto inestable y agitada, al contrario de él, que apenas se oía como un pequeño silbido.

– ¡Hey! – gritaron a lo lejos. Un señor de baja estatura había detenido su auto al otro lado de la calle.

– ¡Vámonos! – grito uno de los chicos. Al instante empezaron a correr dejándonos solos. El hombre no tardo en llegar hasta nosotros, yo solo podía observar al chico en mis brazos, estaba casi inconciente por el golpe y la sangre no paraba de brotar manchando mi uniforme a su paso.

Me era difícil entender que pasaba por la mente de las personas como ellos, de personas que son capaces de lastimar a otros sin remordimiento.

Tal vez no debí involucrarme ese día, debí mantenerme firme a mi promesa pero era tarde y el arrepentimiento vendría después.

AzumiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora