Como te decía, mi abuela y yo hemos viajado por casi todos los países de Sudamérica. Hemos compartido y aprendido de muchos pueblos indígenas su cultura, su forma de vida y hasta sus costumbres. Por lo que se nos hizo muy natural ser nómadas en busca de aventuras. Mi abuela es genial, aunque a veces siento que se desconecta de este plano espiritual y eso me da un poco de miedo. Pero nada que una buena fogata y malvaviscos no lo resuelvan cuando nos cubre la noche. Solemos acampar en alguna colina donde podamos estacionar muestra vieja furgoneta y quedarnos mirando las estrellas que parecen bailar entre ellas.
Aquella noche, la más extraña de mi vida, estábamos en el mirador Morro Solar de Perú. Es una colina árida en la que puedes llegar en auto y observar una gran parte de la ciudad y otra pequeña parte del mar que baña sus costas. De día es caluroso, pero la magia ocurre en la noche (bien, utilizar el término magia no sé si sea muy propicio para lo que pasó después, pero se acerca bastante).
Habíamos descendido algunos metros para ubicarnos más a la orilla del mar, y nunca antes había visto a mi abuela tan nerviosa, y según mi instinto estaba seguro de que buscaba la forma de decirme algo.
—¿Alguna vez te has preguntado por qué nunca nos quedamos en un lugar más de dos días?
Bien, esa pregunta me pareció muy obvia, pero no dije nada y ella continuó. —¿Te has preguntado por qué nunca hablamos de tus padres? —La miré asombrado, porque, uno; nunca me había detenido a pensar en mis padres, y dos; ¿por qué me lo menciona ahora? Todo esto es muy extraño para un Inti que tiene hambre. Entonces, con hambre y todo le respondí:—Espera un momento, ¿por qué estás tan nerviosa? Me estás poniendo nervioso también.
Nunca antes había visto ese fuego intenso en los ojos de mi abuela, me tomó de los hombros y me sarandeó como si fuese un indefenso e introvertido saco de papas.—Escucha bien, hay algo que debo contarte. De tus padres, de tu historia. Esto es muy delicado, Inti, y no sé si tenga tiempo...
Cuando hubo dicho eso, sentimos cómo el suelo empezó a moverse, sí, como si estuviéramos encima de un gran caballo que galopa libre hacia el horizonte. Terremoto pensé. Vi cómo mi abuela se ponía de pie y cayó sentada en el suelo cuando avistó dos figuras que se acercaban desde la orilla del mar. No parecían ser humanos, parecían cualquier cosa, atisbos de lo que sea que sean tus peores pesadillas. Debo confesar que me sentí muy filosófico al pensar eso en un momento como ese.
Detrás de las figuras emergió una mujer alta, aun estando lejos se sentía lo imponente de su presencia. Se fue acercando hacia donde estábamos. Entonces pude darme cuenta de que estaba hecha de barro; algunas gotas de lodo aún corrían por sus mejillas para formar la boca que hasta ese momento estaba retorcida haciendo que mis tripas se retorcieran también, ¿de asco? ¿De miedo? Adivina. Mi abuela me tomó de la mano y en su cara se dibujaba el horror, y si el horror tuviera cara, seguramente se parecía a mi abuela.
—Quilla, al fin volvemos a encontrarnos.
La voz de la criatura era una mezcla entro lo gutural y lo agudo. Los ecos de sus palabras resonaban por todos lados. Me tapé los oídos, y en fue en ese instante en que me percaté de cómo había llamado a la abuela, Quilla, me sonaba de algo pero en ese instante no podía saber qué o de dónde. Mi abuela se puso de pie con expresión seria y le respondió:
—¿A qué has venido?
—Nunca olvido.
—Luego de tantos años me parece increíble que no puedas superarlo.
Bueno, creo que era el momento adeudado para interrumpir. No entendía nada y quería explicaciones.
—Oiga, ¿quién es usted y por qué llama a mi abuela Quilla? ¿Quién o qué es Quilla? —Confieso que me sentí bastante indignado al ver a las dos mujeres mirándose detenidamente y haciendo como si yo no estuviera o fuese una mota de polvo en el universo; diminuta e ignorable.
—Me parece increíble que jamás le hayas dicho. ¿Hasta cuándo guardarás secretos, eh? —La mujer movía sus manos y las gotas de barro seguían rodando por su cuerpo como si estas tuvieran vida propia.
—No es momento para esto, Inti. Te contaré todo a su debido tiempo. Quise hacerlo hoy, pero ya ves.
—¿Tiempo? —Interrumpió la mujer— Se te acabó tu tiempo, Quilla. Esta noche hay eclipse lunar y sabes bien lo que eso significa.
—¿Y por eso has venido? Lo de tu marido jamás fue mi culpa y lo sabes. Me culpas de algo que era imposible evitar. Que ni Viracocha podía evitar.
En ese momento las dos figuras que habían quedado al margen se acercaron a la mujer de barro y tomaron la forma de serpientes cuyas escamas verdes y azules brillaban aun bajo la noche. La mujer acarició sus cabezas y las colas de las criaturas emitieron un castañeo como el que hacen las serpientes de cascabel. —No menciones a nuestro padre, —aulló— tú menos que nadie tiene derecho a hacerlo. El eclipse está a punto de comenzar y no podrás volver a la tierra; tomaré el control de lo que por derecho me pertenece.
—El odio te ciega, hermana.
—Wakon te envía saludos, hermana.
Del puño de la mujer de barro salió un destello verde que rápidamente formaron nubes negras y atraparon a mi abuela. Dentro de la nube aparecieron rayos pequeños cuya luz centellaba y se esparcía. Mis piernas no respondían, quería moverme pero estaba paralizado por el miedo. En ese instante la nube se disolvió y tanto mi abuela como la mujer y sus serpientes desaparecieron.
ESTÁS LEYENDO
El imperio del Sol
AdventureEl Dios Sol (Inti) está muriendo. Una guerra se acerca entre las deidades Incaicas. Tres adolescentes y una niña de nueve años llevan en sus manos el destino de salvar el imperio y el mundo.