Único.

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La oscuridad de la habitación mezclada con el invierno de San Francisco habían unido manos a partir de algún momento de la noche que no veía capaz de recordar, y le comenzaba a calar. Tal como siempre lo hacía, aumentando o restando un par de grados. Nunca dejándole tranquilo.

Era romántico, sobre todo para las parejas, pues no había nada más cálido que calentar el corazón ajeno con un abrazo entre suéteres y sábanas, un café entre dos manos que, a su vez, eran quizá abrazadas por otras dos manos. Parejas mirando el hermoso anochecer a la -no tan larga- espera de decoración natural para la misma, "la cerecilla en el pastel": copos de nieve. Y entonces un beso podría ser compartido.

Era melancólico para los solitarios, que se limitaban a tener una taza de lo que sea que hubiesen encontrado caliente en su cocina, siendo sujetada por solamente dos manos, pero brindando el mismo calor que una pareja podría dar. ¿Y para los anti-verano? Todavía mejor.

Era, simplemente, perfecto. Y Eddie no era la excepción, pues estaba tan malditamente helado como en su interior.

No prendería la calefacción. De hecho, nunca lo hacía desde hacía mucho tiempo, porque esperaba que se nivelaran corazón y exterior. Acto que sólo pasaba en las noches.

Entonces, podría sentir el más profundo vacío de desespero allanarle en sus entrañas, recorrerle como pequeños puntitos, células distribuídas aleatoriamente, intentando profanar el cuerpo completo sin éxito. Algo digno de lo qué burlarse, hasta que estas comenzaran a crecer, tocarle los pies, enfriárselos, subir, reproducirse, invadirlo, alcanzar su cerebro.

Matarlo.

Morir. Hum.

El gusto por las cosas frías no sólo se quedaba en su corazón, pensaba despacio. Mirando la frase, admirándola, sabiendo el pensamiento detrás. Sabiendo que la idea de la muerte era... eso, una idea. Y una idea podía ser una opción. Y visualizarse de esa forma había dejado de ser una frontera entre cosas que quería y pesimismo. Se mezclaban, brincaban desde hacía mucho, y más que aterrarse, el sentir resignado inundándole era lo que obtenía. De igual forma, no se quejaba.

No moriría. No tenía motivos para vivir, eso era cierto. No podía engañarse, ni buscar entre un lodo al que no quería meter las manos, porque sabía que no encontraría nada allí. Sin embargo, tampoco tenía motivos por los cuales asegurar que no viviría.

Simplemente no lo haría, y era de las pocas cosas de las que estaba seguro sin poner esfuerzo, aún cuando las bases del tópico brillaban por mera ausencia. Y la realidad era que, cual nido de polluelos recién crecidos, de vacío estaba lleno cualquier sustento a banal argumento que deambulante anduviese por su cerebro. Pero negándose al vacío, tercos como él, estaban llenos de hecho al que se aferraba a rajatabla sin hacerlo realmente.

Eddie Brock no moriría, punto final.

Y no tenía sentido.

Tan vacíos estaban, ¿verdad? Huecos y negros ideales que rozaba sin quererlo por exceso de los mismos. ¿Entonces por qué le abrumaban tanto? ¿Era posible ahogarse en la nada?

Porque atosigado podía afirmar estar. Desde hacía meses, pero joder si en las noches decidía cuatriplicarse. Alzaba los brazos tocando aire, porque en nada estaba, y deseaba todo para no ahogarse en un mar seco. Mar, a fin de cuentas, porque ya había comenzado a desesperarse buscando aire. Aire que le asfixiaba.

Así, preciosas esferas calientes salieron a ayudar a sus mejillas, ahuyando del frío a su manera, con un rojo precioso esparcido sobre puntos estratégicos del ojeroso que, aunque no lo quisiera aceptar (o simplemente no lo pudiera ver), le hacían lucir más hermoso. El hermoso brillo en su negro vacío, pensaba Venom, era anormalmente angelical.

"Envuélveme, por favor." Symbrock/Veddie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora