-𝐂𝐨𝐧𝐜𝐮𝐛𝐢𝐧𝐞 𝐟𝐨𝐫 𝐫𝐞𝐯𝐞𝐧𝐠𝐞-
El Imperio Oriental celebra la coronación de su nueva emperatriz, Rashta. Sin embargo, el esplendor del trono no es suficiente para mantener el amor del hombre que sacrificó todo por ella. Sovieshu, atormen...
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LA MANSIÓN BLOODWORTH DESPERTABA CON la misma serenidad de siempre, pero para Vivianne, aquella calma solo era un recordatorio de lo vacía que se había vuelto su casa. Cada rincón parecía un eco de lo que alguna vez fue, y mientras avanzaba por los pasillos adornados con los retratos de su linaje, no podía evitar sentir que, en aquel hogar, ya no quedaba nada para ella.
Lauren, su hermana mayor, ya no estaba. Su matrimonio la había arrancado de su lado, llevándola a un reino lejano donde se acostumbraba a su nueva vida. Algún día volvería, sí, pero ya no como la hermana que había conocido, sino como la futura marquesa, la esposa de aquel hombre que heredaría el título de su padre. Su regreso no sería para ella, sino para el deber que la esperaba.
Gwendolyn, por otro lado, nunca estuvo verdaderamente presente. Se deslizaba de una fiesta a otra, de un baile a un té, siempre persiguiendo el mismo sueño: un matrimonio que estuviera a la altura de sus ambiciones. Se negaba a aceptar el destino que le habían impuesto, rechazando cualquier propuesta que no proviniera de un duque o, mejor aún, de un príncipe. Era encantadora, perspicaz y calculadora, siempre sabiendo cómo moverse en la sociedad para obtener lo que deseaba.
Y luego estaba ella.
La única que aún permanecía en la mansión, la única que no tenía un destino claro.
Su falta de compromiso le otorgaba una libertad que envidiarían muchas mujeres de su estatus, y aun así, ¿por qué sentía aquel vacío en el pecho? A veces se decía a sí misma que debía agradecerlo, que al menos no la habían apresurado a casarse con algún noble cualquiera. Pero por otro lado… ¿acaso eso no significaba que nadie la consideraba lo suficientemente valiosa?
No importaba lo que hiciera, nunca lograba ser suficiente.
Era hermosa, sí, pero sus hermanas también lo eran. Era talentosa, capaz de dominar los estudios con la misma excelencia que Lauren, y de tocar el arpa y pintar con la misma destreza que Gwendolyn. Pero ellas lo hicieron antes. A sus ojos, no importaba si las igualaba o incluso las superaba. Porque nunca sería única. Nunca sería la primera opción.
El único motivo por el que aún era recordada en su propia casa era su apariencia. No porque fuera Vivianne Bloodworth, sino porque su rostro evocaba el fantasma de otra mujer. Cuando su padre la veía, no veía a su hija, sino a su madre. Era la viva imagen de su abuela, y ese era el único rasgo que la hacía digna de mención.
Pero incluso en eso sus hermanas la opacaban. Lauren tenía los cabellos plateados de su madre, pero con los ojos dorados de su padre, un contraste que la volvía inconfundible. Gwendolyn, con su melena rosada y vibrante, heredó los ojos violetas de su madre, y con su personalidad arrolladora, no había lugar donde pasara desapercibida.