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Han pasado ya cinco años y todavía mi madre llora frente a mi tumba como la primera vez que me visitó con ese ramo de narcisos que tanto me gustaban. Ella solo se queda quita, mirando fijamente ese pedazo de fría roca que lleva mi nombre y un florero, inexpresiva y con borbotones de lágrimas que se escurren por su rostro y caen a sus pies. Sumergida en un silencio estremecedor donde solo se escucha su quebrada voz, preguntado por qué? Por qué la vida decidió quitarle a su hijo? Cuando en realidad debería preguntarse, por qué su hijo decidió quitarse la vida? Sé que mi partida no ha sido fácil para ella, en especial porque siempre estábamos discutiendo. Nuestro hogar era un ring de boxeo donde de la sala al comedor nuestras miradas se bofeteaban, hasta que nuestro cuerpo no resistía una gota más de silencio y explotábamos el uno sobre el otro con cosas de las que al menos yo, me arrepentía de decir. Porque esas cosas no eran verdad, eran mentiras cubiertas de espinas para dañar su coraza y evitar que una discusión con mi madre me afectara demasiado. Y todo esto por qué? Por la jodida falta de empatía en nuestras vidas y porque nos amábamos tanto que no soportábamos la idea de que el otro tomara decisiones que no eran las correctas, sin entender que le hacían sentir un poco mejor. Al final va a ser que no importa cuantas espinas tenga el jardín si te gusta sentarte entre el aroma de las flores. Ambos veíamos espinas, pero jamás sentimos la fragancia del otro. Aunque no lo tuve miedo a la muerte, sí que le tuve miedo a la vida y táchenme de cobarde, la verdad es que lo soy. Pero tenía miedo de respirar, porque en cada suspiro me percataba de que no pertenecía, no encajaba, de que nada en mi tenía sentido. También tenía miedo a otra cosa, al efecto mariposa que causaría mi muerte, traumas, culpabilidad, pesadillas, demencia, alcohol, psicólogos, llanto, depresión y quizás más muerte. Pero sabía que ella era fuerte y que tendría otro motivo por el que ponerse de pie y regalar una sonrisa, aunque fuera falsa, pero lo haría, lo haría porque él lo mereces y ahora la necesitaba más que nunca, ellos debían estar unidos. Mi hermanito no estaría solo. En casa desde que mis padres se separaron, incluso antes, nunca fuimos unas familia funcional. No existían cenas juntos, o reuniones familiares, cada uno era un mundo diferente. Nos amábamos sí, pero con una puta distancia entre todos que hasta ahora nunca se había roto. Mi madre era alcohólica y se refugiaba en los brazos de un hombre casado, que aunque no era suyo y lo sabía, le gustaba cree que sí y por eso pasaba mucho tiempo en cama, entre lágrimas y tragos de alcohol. Mi hermano nunca tuvo una figura paterna que lo llevara de pesca o que jugara con él a los autos de carrera o al mecánico. Se filtraba entre los chicos de su edad, jugando todo el día y solo venía a casa por su plato de comida. Parece una infancia feliz pero en el fondo está tan jodido como lo estaba yo. Y me duele porque parte de ello es mi culpa, que nunca supe ser padre, ni siquiera hermano. Porque yo mismo me señalaba como el hermano gay y tomaba distancia de él como si de una enfermedad se tratara. Tan ingenuo llegué a ser. Luego estoy yo. Como dije antes homosexual o eso creo, en realidad nunca supe que era porque me sentía identificado con todos y más allá del físico, me enamoraba de personalidades. Pasé toda mi vida con la autoestima como un cardiograma, pasé de la anorexia a la bulimia, era adicto al teléfono y fantaseaba con la mejor forma de morir, una que no tuviera dolor, no quería sufrir el día que sería el más feliz de mi vida, y el último. Existía una cierta posibilidad de que mi familia se fragmentada más después de mi muerte pero yo apostaba por todo lo contrario. Porque conocía a mi madre y es de las mujeres que cuando tienen la soga en cuello, hacen de ella un bonito columpio para impulsar a sus hijos, hasta donde nada pueda hacerles daño. Ella lo haría y estarían juntos, sin mí. Pero yo estaría orgulloso, por ellos.

Siempre estaréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora