El faro

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4 de enero. El día amaneció sin rastro de la noche anterior. Pareció una pesadilla. El viento azotó las contraventanas del faro junto a unas olas que rugían queriéndose llevar la estructura. A todo se suma los aullidos de Neptuno.

Olvidando todo aquello, bajé cada peldaño para despejar mi cabeza. Pensando cómo podría comenzar el trabajo que me habían encomendado.

5 de enero. El paseo del día anterior fue ameno. Las vistas de los acantilados donde se encuentra el faro son incomparables. El mar rompe con fuerza en las rocas y acaba en la orilla con una blanca espuma. Aun así, no es eso lo que más impresiona. Cuando baja la marea, se deja ver unas hileras de rocas como si fueran caminos hacia el horizonte. Allí ese mismo día, una mujer sentada me miró con unos ojos felinos. En ese momento un escalofrío me recorrió el cuerpo.

6 de enero. A pesar de estar enfrascado en mi trabajo, no dejo de pensar en aquella mujer. Miro desde el balcón, pero no veo su silueta. He llegado a pensar que el faro me ha vuelto loco y fue solo parte de un plan malvado de mi mente. Pero luego se me olvida, porque cada noche, oigo una voz que me canta una nana de cuna. No quiere que me despierte, para que no olvide su nombre.

Ya no bajo los escalones. Una botella de ron me acompaña todo el día intentando dormirme, para volver a escuchar su nana.

7 de enero. Creo recordar que había alguien más conmigo. Intento acordarme de su nombre, pero no consigo dar con cual era, quizás tenía uno de un Dios.

Anoche paso algo extraño. Intentaba afeitarme sin cortarme demasiado, cuando note corriente en el faro. Podría ser que la puerta se habría abierto. Mire hacía el fondo de aquella espiral de escalones y no noté el frío. En aquel momento unas notas comenzaban a sonar en la estancia. Mis ojos comenzaron a buscar de donde salía aquella canción y no encontraba nada, hasta que la vi. Apoyada en un sillón con mi botella de ron y una caja de música abierta en el suelo. Dio unos tragos y comenzó a entonar aquella nana. Caminé hacia ella y me senté a sus pies. Bebiendo a su lado, mientras mis ojos se cerraban al oír aquella melodía.

8 de enero. Cuando he abierto mis ojos, mi cabeza ha dicho «no». Tenía un dolor como si tuviera una trompeta dentro de ella. Cuando me lave la cara, y vi mi reflejo, grité de espanto. Desde mi cabeza hasta los pies, tenía hematomas y arañazos como si un felino se hubiera peleado conmigo por la noche. Seguramente, tras pasarme con el ron, caí por aquel remolino de peldaños.

Mirando a mí alrededor, pienso que me olvido de algo. Vine aquí por algún motivo. Seguramente para limpiar, esta desordenado. Aunque ahora solo importa ella, y su maravillosa nana.

11 de enero. No ha venido. Estoy enfurecido. Esperé durante días y no apareció. Al terminar lo que quedaba de ron, estampé la botella contra el espejo. Tiré la caja de música por el balcón y destrocé los pocos muebles que quedaban. Entre escombros de madera y telas, quedé dormido.

12 de enero. Hoy hay mucho oleaje, pasa por encima del faro y se tambalea la estructura. Por fin, ella ha venido pero esta quieta. Creo que está enfadada porque he roto la caja de música. Se ha levantado y se ha ido al balcón, mientras cantaba la nana, y yo la he seguido porque necesitaba dormirme para siempre.

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