- No sé qué haré. ¿Qué le regalarás tú? -pregunto por décima vez.
- Laia, relájate ya. No le tienes que regalar nada porque lleváis un día saliendo -dice Israel riendo.
A pesar de su insistencia en no regalarle nada a Ian, me sentaría mal que en su cumpleaños no tuviera nada mío. Miro con atención las fotos de su casa buscando algún rastro de algo que le guste. Israel, al ver mi manera de observar todo, se gira hacia mí.
- Está bien -dice cruzándose los brazos-. Todos los viernes tiene partido de fútbol.
- ¿Ian juega al fútbol? -¿por qué yo no sabía eso?
- Sí. Y todos los lunes y miércoles entrena, así que dale una sorpresa. Ve al campo de fútbol y sorpréndele. Invítale a cenar. Lo que quieras.
Es buena idea. Le pregunto a Israel sobre el lugar y hora del entrenamiento y decido que al día siguiente iría a verlo. Le puedo invitar a cenar al mismo sitio al que ayer fuimos. Llego a la puerta de la habitación de invitados. Me sudan las manos y no sé si sería mejor irme o quedarme.
- Suerte -dice mi amigo cruzando los dedos.
Abro la puerta despacio. La veo sentada en la cama subrayando sus apuntes y con unos cascos puestos. Me pongo delante de ella. Su cara refleja la sorpresa de verme, pero sus ojos muestran el enfado que tiene.
- ¿Qué quieres? -pregunta cortante Carlota mientras se quita los cascos.
- Hola- respondo mordiéndome el labio-. Oye, no quiero que estemos mal. Lo siento. No sabía lo que pasaría con Ian, por si te sirve de consuelo.
- Lo sé, yo tampoco lo sabía pero te lo conté.
- Carlota, yo sé que es mi culpa. Y si estás dispuesta a perdonarme, podemos volver a seguir siendo amigas. Vamos Carlota, tenemos 18 años. No me voy a pelear por un tío.
- Lo has hecho, Laia. Has demostrado tu prioridad -dice levantándose de la cama-. No quiero verte.
- Pero Carlota, esto es una tontería. Tenemos amigos en común y... y una habitación en común y...
- Y nada -dice interrumpiéndome-. Se acabó Laia. ¿Sabes qué pasará? Ian te pondrá los cuernos, y vendrás llorando a suplicarme que te perdone y a darme la razón. Hasta entonces no quiero verte.
Algo dentro de mí comenzó a arder. Primero, que tengamos un problema no significa que no podamos solucionarlo. Segundo, ¿por qué asegura que volveré? Ya estoy volviendo. Tercero, ¿por qué asegura que me pondrá los cuernos si ella no sabe que estamos saliendo Ian y yo? A no ser que...
- Carlota, ¿sabes que Ian y yo estamos juntos?
Ella asiente despacio pero con desprecio en su expresión.
- Sí, ayer llegó comentándolo con Israel.
- Bien, Carlota. Primero, no puedes quedarte aquí eternamente, estás invadiendo el espacio privado de otras personas. Segundo, sé que es mi culpa, completamente mi culpa por meterme con este chico pero lo siento. Quiero que, al menos, vuelvas a la residencia.
Ella parece pensarlo. Sabe que, a pesar de que nosotras tengamos problemas, no puede quedarse en casa de Israel, con el chico al que no puede olvidar y sus padres.
- Volveré a la residencia. Pero no hablaremos más.
- Bien, me voy.
Cierro la puerta. ¡Bien! Es un comienzo. Ando hasta las escaleras cuando escucho una puerta cerrarse.
- ¡Ey! ¿Qué haces aquí?
Me giro y lo veo sin camiseta, con sus fuertes brazos, y ese pantalón de chándal bajo hasta la cintura.
- Hola -digo acercándome. Aún no sé muy bien qué hacer, si darle un beso o no, así que decido dejar que él actúe primero.
- Hola, novia -dice acentuando la palabra con una sonrisa en la cara, mientras me da un beso.
- Hola, novio. He venido para hablar con Carlota. Vuelve a la residencia.
- Dios, menos mal. Pensaba que no se iría, y lo siento porque sé que esto está pasando por mi culpa, pero es demasiado incómodo para mi -asiento a modo de respuesta-. ¿Quieres venir a mi cuarto?
Eh, momento en el que debo decir que no. No puede saber que soy virgen. Va a cumplir 20 años, lo habrá hecho mil veces, solo hay que verlo.
- No, mejor no... Tengo que hacer cosas. Hasta luego.
Me acerco para darle un pico, pero él aprovecha para saborear mi boca con su lengua, a lo que yo no me puedo resistir. Él pone sus manos en mi cintura y sobre su cuello. Si no me estuviera agarrando, seguramente las rodillas me fallarían. Me separo de él un segundo para coger aire, con intención de seguir besándolo. Pero entonces, me doy cuenta de que estamos en su casa, en mitad del pasillo y de que Carlota está a dos puertas de distancia. Puede que no esté enamorada de Ian, pero sin duda no le sentaría bien vernos aquí y así.
Ian parece leer mis pensamientos, al soltarme de la cintura siento un vacío en mi cuerpo, pero no le dejo abrir paso a mi mente.
- Mañana nos vemos -respondo.
- Ey, tengo ganas de volver a verte.
Sonrío, me giro y, ahora sí, me marcho.
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Solo tú
RomanceNunca imaginé que mudarme, conocer a gente e ir a una universidad cambiarían mis planes de futuro. Me llamo Laia Noor y esta es mi historia.