Las hojas de los árboles eran derribadas por una suave brisa y caían con parsimonia alrededor de un hermoso hombre que dormía apoyado en un árbol. Este sujetaba a duras penas una libreta llena de poemas de amor con hojas gastadas de tanto leerlas. El aura que transmitía el hombre era elegante y tranquila, su rostro estaba relajado, cejas finas y debajo unos ojos cerrados con largas pestañas, una nariz recta, larga y fina que hacía sombra a unos labios delgados y rosados. Su rostro parecía ser obra de los dioses e incluso podría competir con el más hermoso dios y derrotarlo sin la necesidad de competir.
Desde la distancia, otro hombre lo observaba apoyado de pie en otro árbol con los brazos cruzados, mirada dura y profunda. Este era igual de hermoso que el hombre dormido, pero en vez de elegante era atractiva, como si coqueteara con las flores. Su mirada no parecía amistosa, aunque tampoco se sentía odio en ella, sino que había algo escondido, como una bestia enjaulada que no tenía permitido salir.
Poco a poco se fue acercando con pasos que nadie notaba, con una respiración que ni él mismo escuchaba y con una mezcla de sentimientos dentro de él que no comprendía. ¿Amaba a ese hombre? ¿O, tal vez, lo odiaba? No, definitivamente lo amaba, amaba todo de ese hombre dormido, sin embargo odiaba ese lado de él que le sonreía fácilmente a todos, que parecía feliz. O tal vez se odiaba a sí mismo por no poder conseguir que esa sonrisa fuera dirigida a él de nuevo o que simplemente existiera.
El hombre elegante se despertó lentamente, cerró la libreta con cuidado, como si de un tesoro se tratase, y miró en la dirección que el otro hombre había estado apoyado mientras se tocaba los labios intentando adivinar de dónde provenía ese cosquilleo que sentía en ellos. ¿Había sido en sus sueños que lo había escuchado llamarlo y decirle que lo amaba? ¿Había estado allí con él? Un suspiro salió de sus labios, era imposible que él estuviera.
Abrió la libreta y volvió a leer los poemas que su amado había escrito por y para él, y lo recordó. Recordó el día en que se conocieron, cuando empezaron a salir, su primer beso, su primera vez, su primer te amo, su olor y sus ojos. Volvió a recordar al hombre que fue, era y sería el amor de su vida sabiendo que nunca más podría amar a alguien como lo hizo con él, que nadie ocuparía su lugar.
Y una lágrima recorrió la cara de ambos hasta el olvido.
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Inmarchitable
RomanceSi solo todos los amores tuvieran un final feliz, no habría personas muriendo por tener un corazón roto. Pero los finales felices no son para todos, ni siquiera para él.