El golpe de un sueño

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"Have faith in your dreams and someday

Your rainbow will come smiling thru

No matter how your heart is grieving

If you keep on believing

the dream that you wish will come true." Cenicienta.

Observó curioso todo el revuelo que había en la ciudad, nunca había visto tal cosa. En la fiesta de primavera y de la cosecha había mucho jolgorio, música, gente bailando y más borrachos que adoquines en la calle principal, pero en ese momento todo era preocupación, se podía notar en el ambiente. La gente sacaba cubos de agua del mar y los pasaba de mano en mano para apagar el incendio en el castillo del gobernante de Glaucia, llevaban así desde el día anterior, hasta había algunos magos ayudando. Era un comportamiento inusual, no recordaba haber visto otro incendio en su corta vida, lo había consultado con sus amigos y por cómo estaban de ariscos había deducido que para ellos también era extraño. No obstante, por muy entretenido que fuera ver ese ajetreo y a los mozos correr para arriba y para abajo, eso no le quitaba el hambre, hacía rato que le rugía la panza.

Se levantó del lateral de la calle perpendicular en que se había sentado a observar y dirigió sus pies descalzos en dirección al mercado, aunque dando un rodeo para evitar la calle principal. Sintió un leve arañazo en el pie y sonrió al ver que Sombrita lo seguía con ganas de juego. Sombrita era un gato nuevo, había nacido esa primavera, era negro con los ojos amarillentos y era el que más le seguía siempre, aunque tenía una insana afición a morder los dedos de sus pies... El niño se quejó, fulminó al gato con la mirada, el cual le devolvió la mirada, se rio y echó a correr no muy rápido para que el felino de cuatro meses pudiera seguirlo y rio más cuando lo alcanzó y de nuevo trató de atrapar sus pies.

Se detuvo en la esquina de una calle y cogió a Sombrita del pellejo para que se estuviera quieto un momento. Se asomó por la esquina de una casa de madera un poco corroída por la acción del mar y observó el mercado. Estaba un poco distinto, la gente hablaba más a voces que de costumbre, alterada, también porque lo único que había eran ancianos y tullidos, pero había pocas personas, eso era un problema.

—¿Qué hacemos? —le preguntó al gato, pero éste sólo lo miró suplicando que lo soltara. El niño lo hizo sabiendo que eso quería decir que ya se portaría bien... la mayoría de las veces.

Su estómago rugió otra vez, se lo frotó bajo la camisa otrora blanca, aunque cuando él la había conseguido ya era de un tono marrón y tenía ese rasgón en el costado que no agradecía nada en invierno, entre otros pequeños agujeros que se habían formado a base de arañazos y mordiscos juguetones. El niño asintió para sí y buscó el mejor objetivo, parecía que el frutero tenía una intensa conversación con el pescadero.

—No te muevas de aquí, luego vuelvo —le dijo al gato, palmeó su cabeza y éste la giró tratando de morderle, claramente no le gustaba el gesto, a ninguno le gustaba. Él rio.

Salió a la calle, se agachó un poco y con un movimiento rápido, como un gato atrapando un ratón, cazó una manzana.

—¡Eh, ladronzuelo, ven aquí!

El niño echó a correr, esa vez le habían pillado, sabía que era un movimiento arriesgado, sólo esperaba que no hubiera guardias cerca, no iba a poder esconderse entre la gente. El frutero seguía gritando y alguna que otra mano trató de agarrarle sin éxito, por suerte para él, no quería quedarse sin manos, sin ellas no podría jugar con los gatos ni conseguir comida. Tras girar por una calle miró para atrás, nadie lo seguía, excepto por Sombrita, nunca le hacía caso del todo. Por el rabillo del ojo alcanzó a ver un obstáculo en su camino, pero ya era tarde, chocó y rodó unos metros. El trompazo contra el suelo de tierra y el raspón en sus manos dolía, pero se apresuró a gatear para coger la manzana que había perdido en la caída. Sombrita llegó junto a él y lamió su mano con la áspera lengua.

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