No puede ser... 🤡

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Algo estaba mal. Lo supe desde el momento en que pasé por la puerta. Con una mano encendí la luz, dejando caer mi mochila en el sofá con la otra. Después del
pasillo débilmente iluminado, el repentino resplandor era deslumbrante. Pequeñas luces brillaron ante mis ojos. Cuando se aclararon todo lo que vi eran espacios, espacios en los que, esta misma mañana, habían habido cosas. Como el sofá.
Mi bolso cayó al suelo y todo se vino hacia fuera, mis audífonos, monedas sueltas, plumas y mis llaves. Una barra de desodorante rodó hacia la esquina. La
esquina vacía, ya que tanto la televisión como su gabinete se habían ido. Mi mesa y sillas retro de la tienda de segunda mano permanecían, lo mismo que mi
desbordante estantería. Pero la mayor parte de la habitación se hallaba vacía.

¿Ho?
No hubo respuesta.
¿Qué demonios? —Una pregunta estúpida, lo que pasó aquí era obvio. Frente a mí, la puerta de la habitación de mi compañero se encontraba abierta. Nada más que oscuridad y polvo allí. No tenía sentido negarlo. Jongho me dejó sin nada. Mis hombros se hundieron con el peso de dos meses de renta atrasada, alimentos y servicios públicos llegaron aplastantes sobre mí. Hasta mi garganta se cerró apretadamente. Así que esto es lo que se sentía tener un amigo que te jodiera. Apenas podía respirar.

Minie, ¿me puedes prestar tu abrigo de terciopelo? Te prometo que te lo voy a... —Hyerin, mi vecina del apartamento de al lado entró (tocar nunca fue su
estilo). Entonces, como yo, se detuvo en seco—. ¿Dónde está tu sofá? — Respiré hondo y solté el aire lentamente. No sirvió de nada. —Supongo que Jongho lo tomó.

                                  🐥

¿Ho se fue?
Mi boca se abrió, pero en realidad, ¿qué había que decir?
¿Se fue y no sabías que se iba? —Hyerin ladeó la cabeza, haciendo que su masa de largo cabello oscuro se balanceara de aquí para allá. Siempre le había
envidiado ese pelo. El mío era  como si hubiera metido la cabeza en un cubo de grasa. Es por eso que no tendía a dejarlo crecer más largo que la longitud de la mandíbula.No es que el cabello importara.
○Tener el alquiler importaba.
○Tener que comer importaba.

¿Estilos de cabello? No tanto.
Mis ojos ardían, la traición dolía como una perra. Ho y yo habíamos sido amigos durante años. Confiaba en él. Habíamos hablado mal de chicos y compartido secretos, lloramos uno en el hombro del otro. Simplemente no tenía sentido.
Salvo que lo tenía. Muy dolorosamente lo tenía.

No. —Mi voz sonó extraña. Tragué saliva, aclarándome la garganta—. No, no sabía que se iba.
Raro, ustedes dos siempre parecieron llevarse muy bien.
Sí.
¿Por qué se iría de esa manera?
Me debía dinero —admití, de rodillas para recoger el contenido de mi bolso. No para orarle a Dios. Me había dado por vencida con él hacía mucho tiempo.
Hyerin se quedó sin aliento. —Estás bromeando. ¡Ese maldito imbécil!
Nena, estamos llegando tarde. —Namjoon, mi otro vecino de al lado, llenó la entrada, con ojos impacientes. Era un tipo alto y fornido con perspicacia.
Normalmente le envidiaba a Hyerin su novio. En ese momento la gloria de Nam se perdió en mí. Estaba tan jodido.
—¿Qué está pasando? —preguntó, mirando alrededor—. Hola, Minie.
Hola, Nam.
—¿Dónde están tus cosas?

Hyerin levantó las manos en el aire. — ¡Jongho tomó sus cosas!
No —corregí—. Ho tomó su mierda. Pero se llevó mi dinero.
¿Cuánto dinero? —preguntó Nam, el disgusto bajando su voz
aproximadamente una octava.
Lo suficiente —dije—. He estado cubriéndolo desde que perdió su trabajo.
Maldición —murmuró Nam.
. —En serio, sí.
Cogí mi billetera y la abrí. Sesenta y cinco dólares y un brillante y solitario centavo. ¿Cómo dejé que llegara tan lejos? Mi pago de la tienda de libros no estaba,
y mi tarjeta de crédito se encontraba al máximo. Jihyun había necesitado ayuda ayer
para comprar libros de texto y de ninguna manera me negaría. Que mi hermano pasara la universidad era lo primero.
Esta mañana le dije a Ho que teníamos que hablar. Todo el día me sentí horrible sobre ello, mi estómago revolviéndose. Porque la verdad era que la suma
total de mi charla involucraba decirle que tenía que pedirle a sus padres, o al idiota sofisticado de su nuevo novio, un préstamo para pagarme. No podía mantenernos a ambas alojadas y alimentadas por más tiempo mientras buscaba un nuevo
empleo. Así que, también tenía que hablar con uno de ellos sobre un lugar para quedarse. Sí, la estaba pateando a la acera. La culpa había pesado en mi estómago como una piedra.
Realmente irónico.

P L A Y Where stories live. Discover now