Cuando te conocí.

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Era el octavo mes consecutivo que lo intentábamos. Mes tras mes leyendo negativos, y un mes un falso positivo. Todo se estaba tornando bastante estresante para la relación. Llevábamos casados por casi dos años. Sentía que mi matrimonio se desmoronaría si no salía pronto embarazada. También estaba muy emocionada con la idea de ser mamá. Pero la verdad es que lo hacía más para complacerlo a él, que a mí misma. Verlo feliz era toda mi responsabilidad. Así lo creía en aquel momento.

Soy Marina, tengo veintinueve años, soy cubana, pero siempre sentí que había nacido en el lugar equivocado. No pertenecía a aquella isla maldecida desde los años cincuenta y tantos. En cuanto cumplí mi mayoría de edad escapé de aquel volcán que ha estado muchas veces a punto de estallar pero que aún no acaba de hacerlo. Pero bueno, la historia que quiero contarles no tiene nada que ver con la revolución cubana, o sea, con ningún tipo de revolución.

Ahora vivo en Miami, y fue aquí donde conocí a Ernesto. Me enamoré desde la primera vez que lo vi. En aquel ascensor, donde había conseguido una entrevista para ser asistente editorial de una revista local. La entrevista no era en el ascensor, aclaro, no quiero que desde ya empezando, existan malos entendidos. Recuerdo que llegaba tarde, y casi se me escapa el artefacto. Pero él, que también subía, lo detuvo para mí. Cuando lo vi, olvidé qué hacía en ese lugar, fue como encontrar la media naranja de la que tanto hablan, yo solo quería exprimirla.

Eran cuarenta y pico de pisos hacia arriba, un silencio total y perturbador. Hacía más de un año que no tenía pareja. Confieso que nunca había sentido este impulso de bajarme mi ropa interior ante un completo extraño, pero por no ser atrevida había vivido una vida vacía por muchos años. Lo desnudé con la vista, era realmente guapo, tendría unos treinta y tantos años. Él me miraba disimuladamente, se escudaba tras las gafas de sol, ¡Qué ridículo! Pensaba, ¿para que las lleva? Había estado lloviendo desde por la madrugada a cántaros, y aún no salía el sol.

Lo confieso, no pude contenerme, me estaba excitando demasiado. Estaba segura que un hombre así no estaría soltero, darle mi teléfono sería una pérdida de tiempo, no me llamaría; era ahora o nunca. Tuve un incontrolado impulso de tocarle el miembro por encima de la ropa, y para mi sorpresa, estaba endurecido y marcaba buen tamaño. Su olor era exquisito, era una mezcla de perfume caro con fragancia masculina que me emborrachaba. Ahí terminé de enloquecer, le desabroche el pantalón, me apoyé sobre mis rodillas y le succioné hasta estar a punto de llegar al clímax. Me puse de espaldas a él en lo que sacaba un condón de su billetera. Se lo colocó y me penetró hasta el infinito, mi lujuria explotó a la vez que el líquido que salió por mi vagina me corría por los muslos.

¡Qué horror! ¿Qué había hecho? Acababa de tener sexo salvaje en un ascensor con un completo desconocido. ¿Y qué de él? Ya tenía su pene erecto cuando se lo froté. Mejor olvidar lo que ha pasado. Seguíamos siendo mudos. Se detuvo el ascensor en mi piso, ¡ay Dios! También era el de él. Comencé a ponerme nerviosa. Pero lo perdí de vista mientras llegaba a recepción.

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Este es el primer capitulo, espero que les guste, que me den sus votos y dejen sus comentarios y opiniones. Pronto un nuevo capitulo. Gracias por leerme.

Un ángel sin vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora