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Aclaración: la temática y el contenido de este os no busca ofender ni incomodar a nadie, todo es mero entretenimiento.

Ohio, 1960.

La segunda guerra mundial había terminado hace unos meses. Las iglesias estaban repletas, miles de soldados iban diariamente a los aposentos del joven sacerdote del pueblo.

La sangre derramada y las vidas arrebatadas le pesaban al subconsciente de los hombres que estuvieron en el campo de batalla, y no había mejor manera que quitarse ese duelo de encima que yendo a la iglesia para que Dios todo poderoso los perdonara por sus pecados.

Jean Kirschtein era un joven de 24 años que luego de negarse a ser un soldado hecho y derecho se vio sometido a seguir los pasos cristianos de su familia, y poco después que su padre enfermara, el tomó su lugar como sacerdote de aquella capilla del pueblo, pero Jean no era como su familia. No estaba de acuerdo con la idea de cómo los hombres podían irse y matar a personas a sangre fría, creyéndose en el derecho de decidir cuando es el punto final de la trayectoria en el camino de la vida de esas personas y mucho menos era de su agrado escuchar a esas personas arrepentirse por sus actos, creyendo en que si le contaban absolutamente todo, Dios los perdonaría. Pero no tenía otra opción que sentarse en aquel confesionario de la iglesia y escuchar a todas esas personas para luego convencerlas de que Dios las perdonaría si hacían tres o cuatro padres nuestro a las dos de la mañana.

Eran eso de las seis de la tarde, Jean había recibido a ya unas treinta personas el día de hoy, una parte de ellas se sentía completamente arrepentida por ensuciarse sus manos con sangre inocente, la otra parte venía por cosas más comunes, como haber faltado a la iglesia tres domingos consecutivos o haber comido carne de cerdo. Ridiculeces desde su punto de vista.

Jean era considerado un joven problema por su familia y el pueblo, por lo que a la mayoría le sorprendió verlo con el traje de sacerdote hace un par de años, sin embargo la actitud indisciplinada de Jean seguía estando allí, quizás en menor medida, pero ahí estaba, solo no había encontrado el momento o el estímulo para salir a la luz. Gracias a que ya no vivía con sus padres no tenía que afrontar sus discursos con respecto a su comportamiento, ser sacerdote le daba el privilegio de vivir allí mismo en el segundo piso de la iglesia, era bastante amplio para una sola persona pero le gustaba el espacio, aunque no podía evitar el sentimiento de sentirse solo.

Pasar de ser de esos chicos que iban a los bares a coquetear con las mujeres a ser un hombre de y para Dios le había traído bastantes malentendidos, sus amigos simplemente se alejaron sin decir adiós, no estaba en sus planes disfrutar de su adolescencia con un chico que jugaba a ser sacerdote y así mismo las chicas con las que había conseguido ligar no se volteaban a verlo.

Siempre fue un chico muy guapo pero al parecer vestir de sacerdote y llevar un par de cruces encima le quitaba todo el atractivo.

Jean estaba guardando todo en su lugar, cerrando las largas cortinas blancas, prendiendo un par de velas y poniéndole candado a las habitaciones donde guardaban cosas importantes y en eso tocaron a la puerta. Detrás de ella, una chica de cabello recogido, desordenado por el viento un vestido de lunares rosa y blanco junto con un abrigo blanco, hizo una reverencia ante Jean con una sonrisa.

— ¿Puedo pasar señor?.—

Jean no la visto antes pero su ropa no fue difícil de reconocer, era aquel uniforme de la cafetería a la que iba todas las tardes con sus amigos. Su rostro era precioso, sus labios carnosos y su piel manchada en marcas probablemente provocadas por el sol.

— Adelante por favor.— hizo un gesto con sus manos invitándola a pasar y cerró la puerta tras ella.— ¿Qué te trae por aquí?.—

— Bueno, realmente venía a confesarme.— dijo nerviosa.— Creí qué tal vez era muy tarde, pero acabo de salir del trabajo y...—.

SINNERS || EreJean Donde viven las historias. Descúbrelo ahora