Quise ser la canción que no se cansaba de escuchar y su resaca, hacerle perder el norte estando en su sur, contar con ella como contaba sus lunares, crear los mejores amaneceres en su espalda, contar nuestra historia en sus ojeras.
Quise que fuéramos poesía de madrugada, tazas de café frío y colillas aplastadas de un bar cualquiera a las 7 y media de la mañana, suspiros y pulsaciones.
Quise pertenecernos sin freno.
Sin embargo, me perdí en la melodía de su risa, aquella que bailaba con sus hoyuelos, en la cafeína de sus ojos y la primavera que florecía de su piel.