Sinópsis | Un nuevo lugar.

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El pequeño niño estaba realmente feliz. Se había mudado a un nuevo vecindario. ¡Su nueva casa tenía piscina y una casa en el árbol!. Algo que siempre soñó.

Tuvo que dejar a sus viejos amigos del prescolar, a su perro y a su pez payaso en la casa de su abuela, todo porque sus padres se divorciaron.

Aún era un infante por lo que no entendía demasiado la situación o mejor dicho; prefería ignorarla. Sabía que de ahora en adelante debía viajar de Weston Creek a Woden Valley  para visitar a su madre, eso le dijo su padre.

"Vas a tener que vivir conmigo y visitar a tu madre en las fechas importantes, ¿Okey, campeón?"

Claramente no pudo negarse, tenía fé en que no podía ser tan malo estar una ciudad extraña, sin amigos ni mascotas, ¿Verdad?, Al menos tenía una casita en el árbol.
 
En el momento en el que ingreso a la casa quiso salir corriendo del lugar. Era demasiado grande para dos personas; cuatro habitaciones, una escalera en forma de caracol que de seguro lo haría marearse, tres baños -dos en la plata superior y uno en la inferior- un enorme patio, un porche con escaleras, y una cochera.

El camión de la mudanza estacionó enfrente de la casa  luego de una media hora de tardanza. Según los trabajadores, se habían perdido a mitad del camino.

Su padre le entregó las cajas livianas donde empacó su colección de cucharas y le dijo que buscara una habitación para que empezara a instalarse.

Subió las escalera con cuidado para no tropezar con sus torpes pies mientras sostenía con cuidado la caja que guardaba sus pertenencias más preciadas.

Una vez que llegó a la plata superior se dirigió hacia la derecha, observando todo con detalle.

El corredor se veía luminoso, y eso le gustó. Ningún monstruo podría atacarlo por sorpresa.

Abrió la segunda puerta con un poco de miedo.

El chirrido de la puerta lo hizo sobresaltarse, había visto películas con su primo mayor y sabía que nada bueno venía luego de que el protagonista abriera las puertas ruidosas.

Depositó la caja en el suelo y se adentró en el lugar.

El piso estaba hecho de loza blanca, y automáticamente pensó en que podría pegar sus calcomanías de peces allí o tal vez decirle a su padre que dibujara una rayuela.

Cabe decir que se aburría fácilmente. La vida de un hijo único no es fácil, ¿Saben?. Menos para un niño de cinco años.

Su psicóloga, la señorita Mary, le dijo que tenía que hacer algún deporte o enfocarse en alguna actividad que disminuyera su hiperactividad, por eso practicó natación durante un corto tiempo, luego de no querer volver al agua porque se ahogo cuando otro niño se lanzó sin ver y cayó sobre él.

Su padre lo entendió, y le regaló un pez para navidad. El pequeño era igual a Nemo, su película favorita de todos los tiempos luego de Cars, pero no quiso nombrarlo así, creía que era demasiado cliché, por eso lo bautizó como Dorito. Era original y también naranja, entonces, ¿Por qué no?.

Observó las paredes, estaban pintadas de color celeste claro, como el cielo. A él le gustaba el cielo, quería saber que se sentía sentarse en una nube o tocar las estrellas, o también caminar sobre la luna. Era obvio que pegaría sus  estrellas y planetas de colores fluorescentes en el techo. Eso le daría su toque personal.

Imagino su librero con diseños de dinosaurios en un rincón de la habitación, con su colección de cucharas organizadas. Le encantó.

Pondría su cama en el centro del lugar justo debajo de la ventana, y estrenaría su cobertor de Toy Story.

Colgaría su cortinas verdes y su bola disco.

Estaba feliz por el lugar que había conseguido.

Se acercó a la ventana, tenía una perfecta vista a la piscina y justo a un lado la casa del árbol.

En ese instante se dió cuenta de la olvidó por completo. Bajó corriendo las escaleras, con su corazón en la garganta, tratando de dominar sus extremidades poco coordinadas y salió de la casa.

Su padre lo regañó y le advirtió que no corriera. Pero claro, no le hizo caso.

Sin aire en sus agitados pulmones llegó a la casita.

Subió con cuidado la escalerilla y abrió la escotilla.

Nunca imaginó que habría alguien escondido allí dentro, tampoco que ese alguien sería un niño de siente años con los ojos llorosos.

El pequeño rubio soltó un gritito por ser sorprendido, y claro que el moreno resbaló, haciendo que la puerta trampilla lo golpeara en la cabeza.

Sus ojos ardían por las lágrimas contenidas hasta que no pudo aguantarlas más, soltó un sollozo alto y de inmediato su padre vino al rescate.

Lo alzó y acarició su espalda mientras le preguntaba por qué lloraba.

Él solo siguió sin responder, observando al niño que seguía llorando mientras  lo miraba  por la ventana.

¡Tengo Dientes De Piraña! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora