Capítulo 1 | Nuevos Vecinos.

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Había regresado de su cita con el dentista.

Había vuelto a ser regañado por él.

Y por último había faltado a su entrenamiento de bassebol por culpa de otra caries, que por cierto, logró ser eliminada.

Estaba seguro de que el Doctor Miller estaba cansado de verlo en su consultorio. Primero por sus dientes careados, segundo por su perdida de sensibilidad en las encías, y tercero por su diente frontal roto cuando una bola perdida impactó contra su boca. El milagroso doctor pudo reconstruir todo de nuevo y dejarlo sin un hueco enorme en su sonrisa.

Su madre estaba cansada de cancelar sus reuniones de trabajo para llevarlo con el doctor.

Darcy, su hermana mayor de diecinueve años, siempre se enojaba con el cuando tenía cuidarlo. Sus padres pasaban gran parte de su tiempo en el trabajo pero con suerte a veces lograban hacer espacios para sus hijos.

Cuando llegó a casa, salió corriendo hacia la casa del árbol, que estaba prácticamente abandonada.

Su hogar no era tan grande como la construcción posterior, pero tenía un pequeño hoyo en la cerca que le permitía colarse en el patio de la casa ajena.

Era divertido esconderse en esa propiedad cuando su madre lo llamaba para la hora del baño. La pobre mujer jamás imaginaría a su hijo colado en un lugar abandonado.

Cuando subió la escalerilla y abrió la trampilla se escondió en el rincón más alejado.

Reflexionaba sobre su día. Sus amigos se burlarían de él otra vez por haber faltado al entrenamiento de bateo, a este paso nunca jugaría como titular. Tal vez si el entrenador Martin se apiadaba de él, podría estar en el puesto de aguatero... Otra vez.

Quería cambiarse de equipo pero no tendría esa lujosa posibilidad. Con suerte su padre podía llevarlo hasta la cancha e ir a buscarlo.

Lloró porque estaba dolido, quería ser aceptado por sus compañeros de equipo y de escuela. También quería que su hermana fuera la de antes, la que jugaba con él por más absurda que fuera la actividad.

Pero desde que se consiguió un novio y entró en la universidad, lo había dejado de lado. Siempre estaba con sus "estás estorbando, ve a tu cuarto", o "deja de molestar y ve a jugar, niño".

Estaba cansado de la situación y se lo había comunicado a su madre pero podríamos decir que no le prestaba la suficiente atención. Siempre se enfocaba en su hijo más pequeño.

Y de su padre ni hablar, era su héroe, se hacía tiempos para jugar con él, llevarlo al parque o ayudarlo a perfeccionar sus bateos. Tenía fé y confianza en él. Sabía que su pequeño hijo tenía el potencial para ser un jugador de liga. Esperaba que fuera así, porque de lo contrario, el niño rubio estaría destrozado.

De la nada sintió un golpe en la puerta de la casita.

Gritó porque no sabía que más hacer.

Pensó que Darcy había descubierto su lugar súper secreto y lo usurparía. Aunque era algo ridículo, ya que nunca estaba en casa.

Pero se sorprendió al ver una cabellera oscura y unos grandes ojos celestes. Que claramente desaparecieron unos segundos después.

Escuchó un llanto y se asomó a la ventana viendo un hombre de más o menos treinta y seis años llevarse al niño llorón.

Cuando vió que desaparecieron por la parte delantera de la casa, salió corriendo a la suya. Era demasiado riesgoso ser descubierto.

Limpió su cara con su camiseta y con sus manos alejó las gotas saladas que terminaban de caer.

Entró por la puerta trasera tratando de no hacer ruido. Pero no lo logró.

Su hermanito menor, Max, empezó a llorar cuando lo vió. Estaba sentado en su sillita entrenadora para comer en la barra del desayuno.

Rápidamente se acercó a él y besó sus manitos.

El bebé de un año empezó a balbucear incoherencias y se rió.

Zahir sonrió con ternura. Amaba pasar tiempo con su hermano pequeño. Jugaban a ser espías y se escabullían por toda la casa escondiéndose de Darcy cuando los visitaba.

Su padre entró a la cocina y revolvió su cabello.

— Hola enano, ¿Cómo te fué en el doctor?. — el hombre rubio abrió la nevera y sacó un par de verduras para comenzar a hacer la cena.

— Bien, dijo que tenía usar otrodoncia. — frunció el ceño y puso cara de asco, no sabía que significaba eso pero desde ya no le gustaba.

— Se dice ortodoncia, cariño.

— ¡Eso!, ¡Así lo llamo Miller! — fué a la repisa de la sala dejando a su padre hablando solo.

Buscó en los estantes y debajo del sillón, pero no encontró nada.

Regresó con su padre a la cocina.

— Papá, ¿Sabes dónde está el autito de Max?

— Lo dejé en tu cama, no debes dejar todo tirado, harás que tu madre te castigue. —su padre le entregó un biberón lleno de leche y se lo dió a su hermanito.

El pequeño bebé río y empezó a beberlo.

— ¿Por qué vamos a cenar tan temprano?, ¿Es el día de la madre?. — el adulto del lugar se carcajeó ante su ocurrencia.

— No, hijo. Vamos a ir a dejarles un regalo de bienvenida a los nuevos vecinos.

— ¿Nuevos vecinos?, ¿Por qué?. — eso explicaba al niño y al hombre que vió.

— La casa de al lado siempre estuvo vacía, ellos llegaron hoy y merecen ser bienvenidos. Tenemos que esperar a que tu madre llegue para ir.

— ¿Darcy va a venir?

— No enano, está adaptándose a su nuevo estilo de vida y no tiene tiempo para viajar.

— Voy por el auto de max.

Sin decir más, subió corriendo las escaleras y llegó a su habitación. Entró y cerró la puerta. Suspiró aliviado, por fin estaba en su lugar seguro.

Encima de su cama se encontraba el juguete de su hermano. Cuando fué a tomarlo alzó su vista y observó la ventana que quedaba justo enfrente de la suya.

El mismo niño llorón de antes estaba ahí.

Quiso alzar su mano y saludarlo pero algo se lo impidió.

Escuchó la voz de su madre en la cocina. Iría a conocer a los nuevos vecinos y no podía presentarse en las condiciones que estaba.

Lavó su cara y cambió sus bermudas, se puso perfume y tomo el auto de juguete.

Cuando se reunió con sus padres, llevaban una cacerola con la cena y le informaron que ya se iban. Le entregó el objeto a su hermano menor y sintió una bola de nervios en su estómago.

Cruzó los dedos en su espalda para que todo saliera bien, por alguna razón se encontraba demasiado asustado. Incluso más que la vez en que le pusieron su vacuna de niño grande.

Caminaba a pasos lentos abrazado al brazo de su padre, cuando éste tocó el timbre de la casa ajena se sobresaltó y se rió de su nerviosismo sin razón aparente.

¡Tengo Dientes De Piraña! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora