I

227 11 9
                                    

Ahí estaba ella, sentada sobre el borde de la fuente de la plaza principal, sumida en sus pensamientos. Sus pequeños ojos castaños estaban brillosos y rojos. Ella había estado llorando y yo era ajeno al porqué. Me pregunto por qué una mujer tan hermosa como ella podría haber estado llorando y estoy seguro de que hubiese dado mi vida para descubrirlo.

La conocí una mañana fría y oscura de abril, yo estaba fumando un cigarrillo en el parque, admirando el grisáceo cielo cuando ella pasó junto a quien supongo que era una amiga. 

Al instante supe que tenía que acercarme a ella, preguntarle si estaría dispuesta a regalarme una exquisita sonrisa, si estaría dispuesta a aceptar mi corazón y cuidarlo como un valioso tesoro. Esa era la verdad.Tenía algo cautivante, algo atractivo, algo, qué no sé qué, pero me gustaba, y mucho.

La vi cruzar la calle y me cautivó, es decir, me impresionó. Me sentía obligado a hablarle, a conocerla, a compartir cada segundo que pudiese con ella y naturalmente, traté de hacerlo. La seguí por cada calle que transitaba, en cada local de ropa que entraba, yo me quedaba sentado en la vereda del local contiguo esperando a que terminase de hacer sus compras.

No veía oportuno ningún momento, no hallaba el preciso instante para dirigirle la palabra. Era un poco desalentador, lo admito, pero no me daría por vencido hasta poder hablarle, porque estaba seguro de que lo necesitaba. De no ser así sentiría la opresión en mi pecho, el sentimiento de culpa y el vacío que sólo ella podría llenar. La necesitaba, y cada minuto que pasaba tras de ella me convencía más. Al verla caminar con tanta gracia, estilo y delicadeza sólo me daban ganas de poner mis manos alrededor de sus mejillas y besarla con tanta dulzura sólo para que supiera que desde este instante mi corazón le pertenece.

Pero el destino es cruel, no fue hasta la siguiente semana que pude hablarle. Estábamos en una pequeña discoteca del centro. Me acerqué a ella lo más seguro que pude verme, mientras ella tomaba un par de tragos con la misma chica que la acompañaba la primera vez que la vi.

- Hola - dije. Sorprendida, levantó la mirada hacia donde me encontraba y en ese preciso momento sentí como mi corazón se detenía. ¡Por todos los santos! ella era tan hermosa, jamás había visto una mujer tan perfecta, su dulce rostro, su maravilloso cuerpo, su cabello, todo en ella era magnífico, pero lo que más me deslumbró fue la perfecta y blanca sonrisa que me dedicó cuando me vio. Inmediatamente me sentí total y completamente esperanzado, es decir ¡Ella estaba sonriéndome!

- Hey - me dijo en respuesta - ¿Va todo bien?

- Por supuesto - contesté, seguramente con una sonrisa de idiota en mi cara - me preguntaba si querrías bailar conmigo.

Ella no contestó, pero en cambio se levantó de su taburete, caminó hacia mí, tomó mi mano y nos dirigió hacia la pista de baile.

Luego de bailar al menos dos canciones seguidas, estábamos exhaustos.

- ¿Quieres tomar algo? - pregunté casual.

- Claro, estaría genial. - dijo mordiendo su labio inferior.

Una vez que conseguí las bebidas, caminé hacia donde ella estaba. 

Ella estaba besando a otro muchacho.

No podía simplemente quedarme viendo aquella imagen que estaba partiendo mi corazón lenta y dolorosamente. Yo sólo caminé hacia fuera, tirando las bebidas por ahí, llorando a mares.

Me detuve y la furia me invadió. Quise reclamar a la hermosa joven que me tiene cautivado como mía, de mi propiedad, pero... ni siquiera sabía su nombre ¡Cómo era posible poder reclamarla entonces! Pero de algo sí que estaba seguro: yo le pertenezco. Soy suyo desde el momento en que me cautivó, desde que no pude apartarla de mi pensar, desde que soñaba con ella, con sus besos, su compañía. Quería todo de ella. Quería darle todo de mí, pero el destino es cruel, y me puso en el camino de una jovencita que no corresponde a mi amor.

Traté de evitarla, pero la ciudad es pequeña y la veía en todos lados de la mano del imbécil que me la robó. Siempre sentía el deseo de caminar hasta él y partirle cada uno de los dientes que tiene su boca, esa maldita boca que probó los labios de ella, de mi amor. Traté de alejar cada terrible pensamiento que provocaba el verlos juntos, porque ¿qué podría hacer yo? nada, y eso era todo.

Pasé varias semanas de bar en bar, buscando consuelo en el fondo de las botellas por aquel mal de amores, pero el día que la vi en la fuente, increíblemente estaba sobrio y podría haberla reconocido incluso si hubiese estado en el peor estado de ebriedad.

Estaba llorando, y estaba sola.

Sin pensarlo demasiado me acerqué a ella y coloqué mi fría y temblorosa mano sobre su hombro. Ella levantó la vista y otra vez mi corazón se partió, pero esta vez, lo sentí mil veces peor, ella estaba llorando. La desesperación se apoderó de mí e inmediatamente hablé:

- Hey, ¿Estás bien? ¿Qué ha sucedido? - por supuesto que no esperaba que confiara en mí. Para ella era un completo desconocido. Ella pasó su mano por su nariz y sonrió amargamente, pero aún así me contestó, me dijo que no ocurría nada, que sólo era un mal de amores y probablemente no lo entendería. Ella volvió a pasar su mano por su nariz, a lo que yo le ofrecí un pañuelo.

Simplemente me quedé ahí escuchándola como sollozaba mientras me contaba pacientemente como conoció a su ex novio y como éste le partió su corazón.

La acompañé hasta su residencia y sólo la abracé, y aunque hubiese querido tenerla entre mis brazos toda la vida, tenía que dejarla ir. Y así lo hice esa vez.

Aunque mi bella dama y yo seguimos hablando por un tiempo y mi amor por ella crecía más y más, ella optó por alejarse de la pequeña cuidad que la había visto crecer, para crecer profesionalmente en el exterior.

Fue ahí cuando finalmente la perdí, y quedé devastado, y aunque no fue tan duro como la primera vez, dolió, y mucho.



Todavía la sigo amando.


**************************

The Mrs. Salvatore.

Sólo unas palabras para ella.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora