El momento en que todo cambió

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Más de dos horas después, Julissa miró su reloj y se dio cuenta que era hora de regresar a casa. Estaba disfrutando de la conversación con Adam, y había logrado reír como no lo había hecho en mucho tiempo, pero no podía abusar de la gentileza de su madre. Además, debía trabajar al día siguiente.

―Me he divertido mucho, pero creo que ya me tengo que ir ―anunció Julissa.

―Te entiendo. ―Julissa pensó que Adam intentaría convencerla para quedarse unos minutos manos, así que le sorprendió esa respuesta.

―¿Sabes? Después de que una se convierte en madre, la vida cambia mucho.

―Comprendo a la perfección. Por eso permíteme acompañarte hasta tu casa.

―No hace falta, de verdad. ―Julissa pensaba tomar un taxi. Su casa no quedaba lejos, pero prefería tomar ciertas precauciones a esa hora de la noche.

―Tú preocúpate por tu hija, yo me preocuparé por ti. ¿De acuerdo?

―Está bien.

Julissa aceptó, pero sólo para no desilusionar a Adam, pues todavía pensaba en explicarle que no se sentía cómoda saliendo con un cliente. Sería extraño decirle aquello luego de la noche tan agradable que habían compartido, pero era lo mejor.

Ambos salieron de la cafetería rumbo a la casa de Julissa. Durante el camino, continuaron su conversación, aunque Julissa intentaba encontrar las palabras exactas para darle la mala noticia que se avecinaba. Adam le parecía un chico lindo. Quizá le daría oportunidad de seguir siendo amigos, pero nada más.

Cuando llegaron a la casa de Julissa, ambos se detuvieron y ella se colocó frente a él.

―Aquí es.

―Es una linda casa.

―En realidad es de mi madre, pero ella me la cedió cuando nació mi hija. Es una larga historia.

―Me gustaría escuchar esa historia en otro momento y conocer a tu hija.

―Adam, sobre eso... ―Pero Julissa no pudo continuar, ya que él la tomó de la cintura y la besó inesperadamente.

En otras ocasiones en que un chico le robaba un beso, ella reaccionaba con molestia. En realidad, era de las cosas que más detestaba que hicieran los hombres. Sin embargo, esta vez fue muy diferente. Los labios de Adam parecían encajar perfectamente con los suyos. Las manos en su cintura y su cuello la sujetaban con la timidez de alguien que manipula un objeto frágil, pero con la firmeza de una persona que está segura de lo que hace. El aroma de su perfume transportó a Julissa a otro lugar totalmente ajeno a aquella acera frente a su casa. Por un momento, ella quiso dejarse llevar, juntando sus cuerpos mucho más y sujetándolo con la misma pasión en que él lo hacía. En definitiva, y por primera vez en mucho tiempo, aquel hombre la hacía sentir deseada.

Finalmente, Adam la soltó y dio un paso atrás. Quizá, el beso sólo duró unos pocos segundos, pero Julissa lo sintió como una eternidad.

―Diría que lo siento, pero te estaría mintiendo ―dijo él.

―Yo... está bien. Buenas noches. ―Julissa no supo qué decir, así que decidió entrar a casa rápidamente.

―Buenas noches ―respondió Adam, aunque ella ya había entrado a su casa para entonces.

Luego de entrar y cerrar la puerta principal de su casa, Julissa se apresuró hacia su habitación. Allí, se quitó su chamarra y decidió sentarse en su cama para reflexionar lo que ocurrido. Sin embargo, antes de poder iniciar, su madre entró e interrumpió sus pensamientos.

―¿Cómo estuvo tu cita?

―Bien. Ya sabes. Fuimos a una cafetería, charlamos bastante y luego me acompañó a casa.

―¿Solamente?

―Sí, no ocurrió nada más. ―Julissa sentía que comenzaba a sonrojarse, así que decidió cambiar el tema. ―¿Samantha está dormida?

―Así es. Se quedó dormida poco tiempo después de que te fuiste.

―Entiendo. Creo que me iré a dormir también. Hoy fue un día cansado ―dijo Julissa para evitar que su madre retomara el tema de su cita con Adam.

―Está bien. Pero mañana me cuentas más detalles sobre... ¿Cómo dijiste que se llama?

―Adam.

―Es un lindo nombre. Me podría acostumbrar.

―¡Mamá!

―Estoy bromeando contigo. ―Entonces la abuela caminó hacia la puerta de la habitación de Julissa y comenzó a cerrarla. ―Que descanses.

―Igualmente.

Cuando quedó sola, Julissa pudo regresar a su ansiado análisis de los eventos ocurridos esa noche. Para empezar, el chico no le despertó nada dentro de sí cuando lo conoció y casi durante toda la cita. Podría aceptar que le pareció simpático, que le gustó su sentido del humor, que le sorprendió lo fácil que se entendieron, y que, en definitiva, es un chico muy atento. Nada más.

Pero él la besó y todo cambió.

Intentó revivir aquel encuentro de la manera más íntegra, obligando a su mente y sus sentidos a trabajar como nunca antes lo habían hecho. El aroma de Adam, sus labios, la forma en que la sujetó con sus manos. Comenzó a imaginar que el beso continuaba más de lo que duró en la realidad, que Adam la sujetaba de la espalda y presionaba su cuerpo contra el cuerpo de ella. Casi podía sentir el calor que emitía la piel de aquel chico que recién había conocido esa misma mañana. Calor que penetraba cada poro en la piel de Julissa y recorría sus entrañas hasta alojarse finalmente en medio de sus piernas.

De manera instintiva, ella se acostó en su cama mientras se dejaba llevar por esa curiosa e inesperada fantasía. Deseó poder sentir el tacto y los labios de Adam recorriendo su cuerpo, transmitiendo el deseo intenso que él demostraba hacia ella. Julissa comenzó a tocar su entrepierna, imaginando que aquel chico se encontraba en su habitación y ahora estaba a punto de besar esa zona. Sus pezones se endurecieron al instante en que ella se liberó del vestido y su sostén para acariciar sus pechos. Finalmente, insertó su mano por debajo de las bragas negras que llevaba. Deslizó sus dedos desde su clítoris hasta la entada de su vagina, luego de nuevo hacia arriba. Repitió este mismo movimiento hasta que se quedó en su clítoris e imaginó que era la mano de Adam.

Hacía mucho tiempo que no se excitaba de aquella manera. Sólo podía pensar en que los labios de Adam se sentirían mil veces mejor, que su lengua estremecería cada centímetro de su piel, y que definitivamente deseaba sentir su miembro erecto introduciéndose en su vagina. Por ello, cuando Julissa introdujo dos de sus dedos, tuvo un orgasmo al instante, tan intenso que no recordaba la última vez en que disfrutó darse placer ella misma o sentir aquello en manos de un hombre.

Luego de dos o tres orgasmos más, por fin se fue a dormir. 

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