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Jailer había empezado a gritar otra vez. 

Maldición...

Yo no quería levantar mi pesado trasero de la mecedora para alimentar a ese maldito crío. No quería que succionara mis pechos, y no sólo mis pechos, sino también mis escasas ganas por vivir a empujones una vida que me consumía.

Ya era la cuarta vez que había llorado en la noche. Atenderlo me tenía en un estado crítico. El desvelo era fuerte y mi cuerpo se sentía extenuado.

Sintiendo dolor en cada musculatura, me dirigí a la cuna y lo tomé en brazos. Lo pegué de un pecho y dejó de llorar. 

—Eres hermoso pequeño diablillo —susurré.

Me quedé absorta observando sus mejillas sonrosadas, luego miré sus ojos azules y empecé a recordar a su padre. Él tenía los mismos ojos de Jailer, la misma mirada dulce y a la vez sombría. 

Cuando nos hicimos novios nos juramos amor eterno. Follábamos mucho, y en una de nuestras rondas de follejeo a él se le ocurrió no usar condón. Yo tenía la regla y él me convenció de que era imposible que me quedara embarazada, así que acepté. Me dio la follada de mi vida y me quedé jodida por 9 meses. 

Cuando se enteró de que estaba embarazada se mudó al extranjero y solo cumplió con enviarme la pensión los primeros dos meses

Así es como después de los hijos uno se da cuenta de que no existe dicho amor tan fuerte y poderoso.

Volví a la realidad de golpe tras escuchar a Jailer toser. Lo despegué del pecho, le saqué los gases, lo mecí un rato entre mis brazos y volví a ponerlo en su cuna.

—Tu padre solo sirvió para follarme —mascullé entre dientes.

Y no me dolió que el padre de Jailer se fuera. Yo podría pensar que se fue porque no quería asumir la responsabilidad, o porque pensó no ser un buen papá, pero al poco tiempo de irse encontró otra chica, la embarazó igual que hizo conmigo, y con ella sí se quedó. Eso fue lo que me dolió, que prefirió a esa perra en vez de a mi.

Ya llevaba 2 meses cuidando al maldito feto parido y estaba al borde del hartazgo. La idea de asesinar a su padre era algo que me pasaba con frecuencia por la mente. Llevaba tanta furia dentro que solo pensaba en homicidio y suicidio, y no sabía cuál de las dos ejecutaría.

Me quedé mirando al niño. A Pesar de su belleza lo odiaba, me provocaba hastío su existencia. Él no necesitaba nacer, no podía nacer. Había arruinado mi vida y también mi cuerpo, era un parásito maldito concebido para matarme con lentitud.

Ya no salía con amigas, no tomaba alcohol, no tenía vida sexual, todo se reducía a cuidar de ese desgraciado gusano.

Necesitaba fiesta, compañía, alcohol, sexo. Necesitaba llenar mi vida de aventura. Me había aislado del mundo por culpa de Jailer, no quería que pensaran que mi juventud se había arruinado. Solo tenía 18 y ya tenía a mi cargo un puto hijo.

A medida que pasaba el tiempo Jailer se convertía para mí  en una carga insoportable. 

Cuando cumplió los 4 meses, entré a su habitación. Se percató de mi presencia y abrió los tiernos ojos, posteriormente sonrió. Sentí lástima y a la vez rabia, y por un segundo pensé en retraerme, pero continué.

Presioné con ambos dedos su pequeña nariz de modo que no le entraba aire. De inmediato Jailer empezó a llorar. Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas y su rostro se plegó.

Con la mano libre tomé mi puñal, listo para el acto, y se lo clavé de un tirón en la barriga.

Su sangre, tibia, fresca, se salpicó sobre mi rostro de manera brusca.  El metálico olor que desprendía me revolvió el estómago.

Jailer movía con fuerza sus manos y sus pies. Se retorcía como un pez en la arena, como un patético gusano.

Los gritos, agudos, intensos, desesperados, le desgarraban la garganta.

Aullido tras aullido...Cada vez más jodida y traumática la situación.

Me puse nerviosa y entré en pánico. Solté el puñal y fui al baño. Me lavé torpemente la cara mientras los llantos me hacían enloquecer.

Yo también empecé a llorar. Pensé que soportaría llevar a cabo el acto sin perder la cordura, pero no fue así. Enloquecí y todo a mi alrededor se puso borroso. Mi mente no generaba un pensamiento racional.

La sangre...

El puñal...

Jailer...

Fui a la cocina y con una navaja me corté las venas. Tras largar el primer grito de dolor, escuché las sirenas de la policía.

JailerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora