Capítulo 2

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Tras dos días huyendo sin mediar palabra hicimos un alto en el camino. Bajo el follaje tupido de la falda montañosa, un túnel natural nos abría el paso para seguir nuestro camino. Sentía cada átomo de mi cuerpo perforado por el frío, helado con los sentimientos encontrados del fuego que surgió en mis manos. Un fuego maldito. 

El Fuego era para los Ardientes. Aquel que nacía con el control del Fuego estaba destinado a purificar, a buscar a los Antinaturales. Yo era un Antinatural, como lo fue mi madre. Ver con las copas, sentir la naturaleza a nuestro alrededor y dejarnos abrazar con ella es Antinatural. El fuego acaba con todo resquicio de impureza. 

Continuamos nuestra travesía, el pequeño Nuel y yo. Oteaba el horizonte con regularidad, huyendo de todo atisbo de humanidad. Huyendo de los Ardientes. Refugiándome en Nuel y en mi soledad. Debíamos dejar la cadena montañosa al este continuamente, hasta llegar a las tierras heladas del norte. Era allí donde residía nuestro primer objetivo. 

—¿Hay Ardientes allí, Roque?—dijo, posiblemente en mitad de un pensamiento.

Los Ardientes se llevaron a su abuelo y a su madre. Eran unos reputados herboristas, que encontraban plantas recónditas y tenían un agudo sentido de la orientación y  de la percepción de especias medicinales. En la familia de Nuel nadie tenía un poder especial. Pero los gobernantes no quieren a personas populares fuera de su círculo cercano. Fue fácil acusarlos de Antinaturales y quemarlos a la vista de todos. En ocasiones, puedo ver en el brillo de los ojos de Nuel la escena repetirse. Puedo sentir bajo mi piel todo su dolor, punzante e intenso.

—Solo hace frío allí—le dije, revolviéndole el pelo—. Allí hace tanto frío que no se enciende el fuego.

Le hice cosquillas. Nadie merece vivir atormentado, pero mucho menos vivir una vida entera llena de preocupaciones y huidas. Sin embargo, es fácil olvidarnos de que el tiempo no pasa igual para todo el mundo. Nuel ya no era un niño. Se zafó bruscamente y me dio la espalda. 

—Me estás mintiendo. Se helarían entonces. 

Golpeó una piedra, que salió disparada dejándome mudo. El silencio fue nuestro mejor acompañante. La esperanza nuestro mayor castigo. Seguimos encadenando un paso con otro, con la ilusión de que nuestro destino se acercaba. Sentía aún el calor de las chispas en la palma de mi mano, achicharrándome el pecho de dolor. Golpeando con cada latido mi sien. 

Comenzamos a andar por un terreno cada vez más escarpado. El camino se complicaba con cada paso en aquel lugar. Podríamos haber salido al campo abierto, pero entonces nos habrían descubierto. Bajo los umbríos olivos andábamos, cruzándonos con algún burro de vez en cuando. Subíamos y bajábamos colinas que se volvían más altas. Entonces dimos con una jauría de jabalíes. Empezamos a correr. Los jabalíes perseguían a Nuel, se acercaban. Podría haber parado e intentar algo, pero no estaba preparado para que volviese a ocurrir. No quería volver a ver fuego en mis manos. Mi cabeza daba vueltas, mi pecho estaba desbocado. No podía pensar en nada. Tenía ganas de vomitar, solo podía echar un pie delante de otro. Veía el mundo ante mi, pero no distinguía nada. Oí una rama rota. Una caída. Un cuerpo rodando. Un puñado de pezuñas rebotando en el suelo. Un grito y el silencio.

De repente, nuestro destino se convirtió en una urgencia. Creí verlo de reojo, pero como un martillo en una fragua, el martillo golpeó mi mente una vez tras otra. Un destello de luz. Una oscuridad momentánea. Nuel era un Hijo de la Luz. 

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⏰ Última actualización: Nov 28, 2021 ⏰

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