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   No sabía si estaba feliz de al fin bajar del auto después de tan largo viaje o no. Sinceramente, Alexandra ni siquiera quería estar allí. Aun dentro del vehículo puede ver como el camino de piedra les hace camino por el terreno hasta llegar a la gran entrada de la casa. Si es que a eso se le podía llamar casa. No sabía cual era el estado de la casa en el interior, pero por fuera... Todas las paredes estaban cubiertas por plantas y moho, la madera se notaba vieja y húmeda, el color de la puerta y su marco eran de un desgastado azul y blanco, algunas tejas del techo faltaban y otras estaban rotas o incluso en el césped justo debajo. ¿Había vivido alguien en esta casa alguna vez? Suspirando con resignación, bajó del auto con su bolso al hombro. Con una mano ajena en su otro hombro y algo de inseguridad, caminó hacia la puerta de la gran y descuidada casa.

   Pasan por la puerta principal y Alexandra ni siquiera esta sorprendida de que el interior sea igual de desastroso que el exterior. Pica con su lengua el interior de su mejilla, mirando la madera desgastada y opaca del suelo, la pintura de las paredes casi inexistente y los cuatros notablemente viejos. Era evidente que en esa casa no vivía nadie. O por lo menos nadie la había habitado en un largo tiempo.

   Aun con aquella mano de guía, Alex siguió avanzando por la casa, tratando de digerir con rapidez donde estaba cada habitación partiendo desde la entrada. Concentrada en su tarea de crear un mapa mental, casi se da contra una mesa cuando su mano guía la suelta. Se gira para ver al hombre que la había estado acompañando. Él ni le sonríe ni le da señales de vida mas allá de un gesto con la cabeza que le indica que entre al cuarto que tiene delante. Dirige su mirada hacia la puerta que tiene delante, escuchando los pasos del hombre alejándose. Larga aire por la nariz con rapidez y abre la puerta, pasando por debajo del marco. A penas llegó a dar un paso para cuando sintió el golpe en uno de sus tobillos.

- ¿No sabes golpear la puerta, joven? -Habló su abuela con voz suave pero firme, sus ojos celestes y cristalinos fijos en los de ella.

- Lo siento. -Contestó Alexandra mirando hacia el lado contrario, resistiendo la necesidad de frotarse el tobillo por el dolor. No había sido un golpe leve, eso era seguro.

   Seguido a esto, su abuela la invitó a sentarse delante de ella, en una de las sillas de madera que había en la habitación. Creyó que su conversación sería completamente insoportable, pero se equivocaba. La anciana se limitó a explicarle como funcionaban las reglas de la casa: desde el horario limite para cenar hasta que tan tarde podía levantarse sin llevarse una reprimenda. En fin, un millón de reglas distintas que estaban allí solo para hacerle la vida imposible el próximo año que se quedaría allí. Porque no planeo quedarme después de cumplir los dieciocho, pensó para sí al tiempo que partía de esa habitación a su propio cuarto.

  Arroja su bolso al suelo, para luego dejarse caer de espaldas a la cama. Estaba cansada, Terriblemente cansada. ¿Por qué esta señora había aparecido tantos años más tarde? No lo entendía. Tampoco estaba del todo interesada en averiguarlo a decir verdad. Se dio vuelta en la cama, su rostro presionado contra la almohada. Un quebrado suspiro escapó por sus labios y se perdió en la mullida almohada, acompañado por una silenciosa lágrima. Hacía tiempo ya que Alex no se permitía llorar. No es que fuera del todo intencional, pero en el orfanato no había privacidad exactamente, y menos con los funcionarios y personal del lugar metiéndose constantemente en sus cosas y las de los demás. Sus únicos momentos de paz en ese lugar eran cuando iba al baño, y a veces ni así podía estar sola...

   El mudo llanto siguió hasta que se quedó dormida.

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⏰ Última actualización: Dec 01, 2021 ⏰

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