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El chirriante quejido de la puerta hizo eco por todo el castillo. Fue un quejido seco, doloroso, de sorpresa, como si esta hubiera pensado que jamás volvería a ser abierta después de lo que pasó en aquel castillo. Lo que pasó en aquella ciudad.
Al unísono entró por ella, arrastrada por la gravedad, la nieve acumulada en el suelo del exterior; se había acumulado tanta. Entró emitiendo un sonido amortiguado y rugoso en la fortaleza, uno grave y bajo, casi reconfortante.
Era raro. Quizás fuera el hecho de que no se oía ningún sonido en el castillo desde hacía mucho tiempo, de que los últimos sólo fueron los de la muerte de guerreros callendo a los alrededores de la fortaleza, guerreros cuyos cuerpos habían sido cubiertos por la nieve, gritos desgarradores de dolor; pero pareció, sólo pareció, que ambos sonidos contrastaban de tal extraña manera, se complementaban de tal forma en el hasta entonces silencioso castillo que cualquiera, desde la ignorancia de los sentimientos, hubiera dicho que ambos sonidos se necesitaban entre sí.
Pero sólo era eso, ignorancia. Sólo fue un instante, extraño instante, después ambos cesaron y el castillo volvió a su habitual silencio.

Entonces desde el exterior del castillo se oyeron leves sonidos amortiguados, rítmicos, pisadas en la nieve; y por la puerta apareció una joven muchacha de lágrimas en los ojos.

¡Oh, por favor, pero qué dramático! ¿Y esta se suponía que era la salvación de todos? ¿Esta chica de ropa sucia y pies descalzos? ¿Esta chica de mirada rota?
¿Pero qué pretendía, es que no había oído las noticias que se anunciaban por todas las ciudades, no había oído a nuestros mensajeros narrar el fin de la batalla, que el rey había caído, no había escuchado que el Mal se había apoderado del castillo de Jeasel?
¿Pero para qué había venido, para morir? ¿Para ello había recorrido toda esta distancia hasta el castillo? ¿Con cada paso hundido su pierna en la congelada nieve, sólo sintiendo en ella frío a medida que descendía, hasta que su desnudo pie daba con el templado cuerpo sin vida de los guerreros muertos enterrados bajo la nieve; la única superficie sobre la que podía apoyar sus pies y dar el siguiente paso hacia el castillo?

Sin embargo parecía haber traído una extraña sensación al castillo, una que nunca se había sentido en él; y es que parecía que el simple hecho de su presencia daba esperanza, parecía que su simple mirada emanaba bondad, de una manera inexplicable. Una manera que cualquier persona hubiera calificado de preciosa, ya que ella nunca había entendido por qué la gente siempre pensaba todo esto.

Y ahora le digo al lector que esta, su "fantástica" heroína, la heroína de todos, odia esta última afirmación. Yo sé lo que ella ha pasado, lo que ha sentido, lo que está pensando; y seré quien os confiese que vuestra "gran heroína" se odia. Que se odió cada vez que por el camino levantó sin querer su pie en un acto reflejo al sentir el cuerpo en descomposición de algún guerrero, y también cada vez que no lo levantó. Odió sus templadas lágrimas sobre su fría cara, le recordaban cada cuerpo que había dejado atrás. Odia el hecho de que su inexplicable aura contraste con la de este oscuro castillo; odia el hecho de pensar que, como el fuerte quejido y el sonido de la amortiguada nieve, el bien y el mal se necesitan entre sí.
¡Sí, eso piensa! Al fin y al cabo, ¿qué razón tiene para estar haciendo todo esto? La única razón es que es idiota, ¿es que no lo veis?, no cabe otra explicación.

JeadenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora