Capítulo 2

19 2 0
                                    

Los campos se extendían al horizonte en medio del cielo azul. Era un gran rancho electrónico, con nopales automáticos, con mezcales pre añejados, con el maíz que se usaba para impulsar a los autos como aquel que iba por la carretera y tiraba humo verde. En ese tiempo de híbridos, de gallinas que adoptaban águilas y verduras con propiedades agregadas el campo era el que se llevaba todo el apogeo. A diferencia de las grandes ciudades, el campo era sagrado. Se veneraba con riegos de enzimas en agua y con el espacio suficiente para poder vivir de manera armónica con todas sus pequeñas crías. Contrastaba de las urbes sobrepobladas porque ahí no se apiñaba a las personas en compactos edificios pues el campo era tierra santa que no debía ser penetrada. Contaba con más tecnología que le daba la apariencia de ranchos electrónicos. En él la gente trabaja de vez en cuando, alternando entre la hamaca y la zacatera, entre la almohada y el sombrero, entre el virote y el machete.

El anciano contempló los inmensurables campos de maíz y las manchas rojas de bugambilia a través de una minúscula ventanilla. Ese paisaje le recordaba mucho al que veía en sus visiones cuando nadaba entre nubes rosas y como si su cuerpo fuese un cuchillo, hacía sangrar el cielo azul. Los ricos hacendados quienes apenas podían sostener su barriga dentro de la camiseta, le recordaban a los paquidermos rosas con los que charlaba cuando comía de ese potente hongo. Inhaló el aire fresco que olía a miel sin embargo, cuando lo quiso saborear, sintió flojos los dientes aparte de que un bache le hizo sentarse, arrancándole la calma.

Palpó en su saco harapiento, en los bolsillos de pantalón, hasta en su barba mugrosa buscó un mísero gramo de ese hongo de Dios que le traería paz. Para él los hogos de peyote no estaban modificados en talleres clandestinos, ni se les habían agregado otras sustancias más potentes para ser más adictivos. Ese hongo bendito debía ser así porque así lo quiso Dios o sino ¿Por qué lo veía cada vez que lo consumía? Era Dios esa figura indescriptible la que le susurraba los secretos de las constelaciones al oído, le espolvoreaba polvo cósmico y hacía sentir en su cuerpo los torrentes siderales de la galaxia. Cuando viajaba a lugares fuera de las leyes de la física era Dios el que le revelaba el fin de los mundos de una manera tan cruel que parecía un epitafio. Le contó sobre demonios marchando en al tierra, entre las calles y otras cosas en las que creía fervientemente que el predicaba preocupado en una esquina de la gran cuidad. Sin embargo la urgencia de hacer una llamada trans universal le había quitado los recuerdos de la mañana, arrojándolo a una fosa obscura de incertidumbre y confusión.

— Ya llegamos anciano, bájese de ahí — gritó un joven oficial que creyó nunca haber visto. Otra memoria en la luna.

— Ándele viejo, traemos prisa — apuró otro pero no se subió a bajarlo como dictaba el protocolo ya que un asco se apoderó de él al observar las costras de mugre en su cuero cabelludo. Y la sensibilidad que la academia de cadetes juró destruir salió a flor de piel en ese momento, siendo inaceptablemente blando para los estándares de su puesto de oficial e increíblemente aversivo para cumplir con los requisitos que su trabajo de pepenador de vagabundos exigía.

Lo instalaron en el enorme edificio grisáceo donde terminaban todos los locos de la cuidad. En una diminuta celda lo retuvieron como a un perro, alimentándolo de vez en cuando con una naranja golpeada. Comía de las nulas proteínas que sus uñas le aportaban y dedicaba el día entero a platicar con sus manos. Se entretenía con las hormigas que lo iban a visitar para comerse la cascara de su naranja. Le arrimaban vasos de agua con sedantes pues aseguraban que cuando dormía estaba mucho mejor, o al menos no tenían que soportar sus predicciones apocalípticas.

Duro así por una ración de tiempo de la que no fue consciente ya que las sombras lo hacían olvidar hasta que una mañana casual llegó un doctor gordinflón a llevárselo, lo escogió de entre otros como si escogiera a un perro en la perrera y se fue con él a su laboratorio.

GenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora