La noche era larga y yo ya me había bebido varias copas.
Había salido a los pubs con mi grupo de amigos. Llevaba puesto un vestido negro de tirantes que terminaba por encima de las rodillas, una chaqueta vaquera ocultaba mis brazos y parte de mi torso y esas trenzas de raíz que me había peinado empezaban a lucir un poco alborotadas. Los tacones empezaban a reventarme los pies, y eso que me había puesto unos pequeños.
A las cuatro de la madrugada nos estaban echando de los locales porque era la hora del cierre, pero todos estábamos con el alcohol en sangre, demasiado eufóricos como para irnos a dormir.
—¿Queréis venir a mi casa a tomar la última? —propuso uno de mis amigos.
Mi grupo estaba formado por bastantes chicos y nunca lo vi como algo extraño. Había ya mucha confianza, eran muchos años de amistad y me lo pasaba muy bien con ellos.
—Por mí guay —dije.
Pronto los demás se fueron sumando a la propuesta y pusimos rumbo a su apartamento.
El piso era bastante pequeño, pero tenía dos sofás.
Mi cabeza daba un poco de vueltas y mi aliento debía apestar, aunque no lo consideraba algo relevante. Quizá debí haberme ido a mi casa y prepararme un plato de macarrones con tomate para que la resaca no me resultara mortal al día siguiente, pero en ese momento solo me apetecía seguir charrando y riendo con mis amigos.
Sentados todos en el sofá y con una bebida al alcance, pusieron música. No era la única chica, dos amigas también se encontraban allí.
Uno de ellos se lio un porro, y lo pasó. Yo fumé, aunque sé que no debería hacerlo porque no me sienta muy bien, pero era otro de los problemas cuando bebía, que no sabía medirme. Era un poco inconsciente.
Los efectos de la marihuana combinada con el alcohol comenzaban a hacer efecto en mí. Notaba como mis sentidos empezaban a fallar; mi vista no enfocaba correctamente, mis oídos distorsionaban las voces y mi capacidad de habla era cada vez más reducida. No era algo que me alarmara, eran unos síntomas que me resultaban familiares. Solía ser el momento en que era consciente de que había consumido demasiado, tocaba beber agua y esperar a que se me pasara un poco la borrachera para irme a casa.
El tiempo también se dilató para mí. No sabía si habían pasado minutos u horas cuando las únicas dos mujeres a parte de mí que había presentes se pusieron en pie.
—Nos vamos —anunció una de ellas.
Entrecerré los ojos, tratando de que la imagen se volviera más nítida, pero fracasé.
—¿Ya os vais? —logré pronunciar.
—Sí, vivimos lejos y hace frío. A ver si con la caminata se nos pasa un poco el alcohol.
Pensé en irme con ellas, pero realmente vivían en otra dirección y necesitaba recuperar un poco el control de mi cuerpo.
—Está bien.
Se despidieron de todos y se marcharon. Ahora sí que me había quedado sola con ellos, pero estaba a gusto. Eran mis amigos.
Algunos enchufaron la Nintendo para echar un par de partidas al Mario Kart, yo miraba la pantalla mientras el muñeco del gorro rojo hacía movimientos que a mí me resultaban muy psicodélicos.
Me encontraba en el centro del sofá y a cada lado había alguien sentado. Mientras miraba a la televisión, sentía como mi cuerpo se quedaba en el espacio y mi mente se alejaba de la realidad.
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No te quedes dormida
ChickLitEstás borracha rodeada de varios tíos. No te quedes dormida. ** Relato para el desafío del perfil oficial de Chick-lit en español.