El fin.

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Esto es más duro de lo que creía. Al parecer escribir una nota suicida es bastante complicado. Mi papelera está llena de papeles arrugados con tan solo unas pocas líneas escritas. Cada vez que lo intento, las lágrimas inundan mis ojos, y al rato, mis mejillas.

Por fin acabo la carta. No es perfecta, pero sé que si sigo escribiendo no acabare nunca. ¿Cual es la forma apropiada de decirles a tus queridos que te vas a suicidar? La respuesta es sencilla: no la hay.

Me levanto de la silla de mi escritorio y recogo la cuchilla que está encima de mi cama.

La deslizo lentamente a lo largo de mi brazo izquierdo. Soy muy pálida, por lo que no me cuesta identificar la arteria de mi brazo y poder pasar la cuchilla por ahí.

La sangre cae al suelo formando charcos rojos a mi alrededor. Noto que me mareo, supongo que mi hora está llegando. Me trago un puñado de pastillas junto un vaso de Ron.

Repaso el corte de mi brazo para evitar que la sangre se coagule y así no sobrevivir.

Finalmente, se me agotan las fuerzas y caigo en el suelo. Mi madre entra en mi habitación por el ruido de mi caída y grita. No sé si de horror, tristeza, o simplemente por no saber cómo actuar. Lo que dice después no lo oigo con claridad. Es como si estuviera sumergida bajo el agua.

Cierro los ojos y sonrío. Por fin soy feliz.

Un suicidio másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora