Día 3

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   Los instintos de Leo Spindler juegan constantemente mucho en su contra.

   Su madre una vez le dijo que su Alfa fue siempre más apegado al lado animal que el racional. Verdad que desveló oportunamente a lo largo y ancho de su vida. No había mucho que esclarecer, se aceptaba por lo que era; había un sinfín de cosas más deshonrosas sobre él que su nula retracción a los instintos. Porque, por supuesto, saber que tienes un "defecto" no te hará mágicamente desaparecerlo, y Leo no tenía la voluntad requerida para trabajar en ello.

   No es tampoco como si quisiera cambiarlo. Llámenlo primitivo, pero había algo satisfactorio en vivir al borde del asiento, a que la piel se le erice en remolinos de imprudencia y las pupilas se le encojan de la miosis. O también pudo ser el hecho de que suele ser un poco imbécil.

   Se distrae de aquellas cosas relevantes, a las que soslaya como si no tuviera la responsabilidad sobre ellas; y suele darle demasiada importancia a las nimiedades que otros marginan. ¿Cómo se atreven esos turistas a ignorar una destacada pieza de la arquitectura francesa por las torpes Crepés? Le dijeron que eso era, en instancia, colaboración del instinto.

   Leo cree que le están dando muchas vueltas al asunto, no es para tanto. Vamos, no es como que, oh, no lo sé, ¿tengan casualmente un gen mamífero, animal, en sus ADNs? Literalmente, el instinto viene en el paquete al nacer, no es como se lo puedan extirpar con unas pinzas para las cejas. La gente está exagerando. No es para tanto.

   De no ser por su instinto, no habría levantado la mano para saludar a un chico que no le parecía ni remotamente conocido a sus a memorias pero que estaba tratando de llamar su atención por todos los medios disponibles —aún en la lejanía en demasía entusiasmado—, haciéndolo sentir una pésima persona por olvidar a tan buen samaritano. Su instinto le susurró en el oído que siguiera caminando derecho en la acera cuando este tipo pasó de largo y se aventó a los brazos de alguien que no era Leo. ¡Mira! Su instinto le salvó un bochornoso momento para recordarle que Leo no tiene amigos. El inconveniente fue que un taxi se detuvo a su lateral y no tuvo ni las ganas ni la talante para rechazar el viaje. El taxista lo llevó en un paseo alrededor de la capital de su país natal, Brasil, y al finalizar el día estaba parado en el jardín de las Tullerías, en París.

   Bueno, las cosas pasan por algo. No iba a ser un ingrato con su instinto.

   Más tarde se hizo de una vida en Francia.

   Aunque, había que admitir, que no en todos los casos se hallaba absolutamente agradecido con su instinto. Podía ahorrarle dolores de cabeza, así como es equiparable a la medida de provocarle dolores en el culo. ¿Cuántas veces no ha abierto la bocota para decir lo que piensa en voz alta sin pelos en la lengua? Y cuántas otras veces eso no le ha valido una golpiza... Al menos su reacción inmediata no lo ha llevado a discutir con los extranjeros o eso definitivamente le arrebataría su empleo como guía turístico.

ɖε℘ศყรεɱεŋt  ||  ᵃᵐᵒˡᵃᵈDonde viven las historias. Descúbrelo ahora